La vida y obra de Álvaro Mutis (1923 – 2013) se encuentra íntimamente imbricada a la historia artística y cultural de Colombia en el siglo XX.
En el centenario del natalicio de Álvaro Mutis, siete escritores valoran la aventura de su obra. Un recorrido por el legado de uno de los autores que marcó la literatura colombiana del siglo XX.
El aventurero de la literatura errante, el imitador de poetas, el cándido promotor de la cultura, el hombre de los mil oficios: Álvaro Mutis fue la columna que sostuvo a muchos escritores colombianos no solo a través de su obra pródiga, sino en la devoción por sus amigos. Es de sobra conocida su poderosa amistad con Gabriel García Márquez a quien recibió en México −ciudad germen de Cien años de soledad− y que aseguró para los dos un camino común de noches de fiesta y días sin comer, espacios culturales generosos y la posibilidad de crear obras inolvidables para la literatura.
La vida de Mutis siempre estuvo conectada a los elementos: su primer libro de poemas La balanza fue engullido por el fuego el 9 de abril de 1948. Pocos días antes había dejado todos los ejemplares en las pocas librerías que había en Bogotá, también arrasadas por la turba violenta que se levantó tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Ese mismo día su amigo cataquero perdió los manuscritos de algunos de sus cuentos, arrasados por las mismas brasas.
Los años cincuenta fueron para Mutis la oportunidad de ser un capitán de la cultura al apoyar las empresas quijotescas en las que se embarcaban sus amigos. Desde su cargo como relacionista público de una compañía petrolera financió la revista Mito, la emisora HJCK y el libro de uno que otro camarada necesitado.
Como director de la revista Lámpara acogió el trabajo de grandes creadores como el fotógrafo Leo Matiz y los pintores Alejandro Obregón y Enrique Grau, entre una lista que suma varios artistas. Por mal administrar el dinero como lo hacen los buenos poetas, Mutis fue acusado de un delito y debió abandonar el elemento del profundo arraigo: su tierra. Se instaló en México desde 1956 hasta el día de su muerte. Colombia, a la distancia, se adivinaba en su obra.
En ese país creó un tejido de relaciones con grandes intelectuales, fue publicista, vendedor de películas y doblador de filmes, pasó por la cárcel y edificó una obra que se mueve imperturbable entre la poesía y la narrativa.
Su gran personaje, Maqroll, siempre se rigió por el agua, su elemento esencial. Los océanos y corrientes fueron el hogar del gaviero, siempre en movimiento. Para comprender a Mutis hay que conocer a Maqroll, su alter ego; siete autores colombianos nos sumergen en la tempestad literaria de su obra.
El poeta de ultramar
El Magdalena y el Nilo, el Amazonas y el Sena, el Ródano y el Coello. Los ríos del mundo “presiden memorables instantes de mi pasado”, dice Álvaro Mutis y su poesía “acumula plurales impresiones del mundo”, como lo afirma William Ospina.
Sugiere que en el autor de Amirbar resuenan sus antecesores, cuyos pasos abrieron el camino para pensar la selva maligna, los recorridos por mares inciertos, el viaje por ríos de orillas impredecibles. Ya Rivera y Hernández, Neruda y Whitman, ya tantos poetas que lo precedieron creaban versos de asombro y exaltación del mundo y su naturaleza.
Entonces Mutis fue descubriendo, en su trajinar literario y en la sabia lectura de los poetas mayores, “el soplo poderoso de América (…) y el llamado del mundo contemporáneo”. Así acumuló esas impresiones universales; de esa manera incorporó las voces de Conrad y Proust, de Elliot, Faulkner y Perse para crear una obra en la que habitan al mismo tiempo el júbilo y el desgano, la construcción y la ruina, una conquista y mil derrotas. Una poesía que, como lo expresa Ospina, celebra y deplora a la vez.
La poesía y la ficción, dos universos colindantes en la obra de Mutis se tradujo en una extensa obra.
Mutis llega con la lluvia
El poeta y ensayista Santiago Mutis Durán revela su asombro al descubrir que “siguiendo el agua, uno va por toda la vida de Mutis y de su literatura. Es el hilo de oro que agarra todo, absolutamente todo, hasta las lágrimas… es deslumbrante”. Como editor, antologador y estudioso de la obra de su padre, encuentra en Maqroll El Gaviero el alter ego al que Mutis echó a andar, al que le dio cuerda y toda la libertad del mundo para ser otro: “Es la libertad literaria, la ficción. Es la poesía de su novela. Maqroll entra tras la tempranísima muerte del padre, mi abuelo. Esa ausencia se materializa en un tipo barbado que llega y dice: ‘Buenas tardes’. Ahí empieza la literatura; ahí echa a navegar Maqroll”.
Ese hombre de ríos y mares quien, al igual que Mutis, acumula plurales impresiones del mundo, representa para Mutis Durán “el desamparo, la integridad moral. Es un hombre que renuncia a la sociedad, a la vida que le están proponiendo los demás. Resuelve hacer su vida aparte para no borrarse de la desesperanza de los otros, en los negocios de los otros, en sus bellaquerías, y se va. Ese irse, ese apartarse, todos lo tenemos, lo necesitamos, lo deseamos…” porque −lo dijo alguna vez García Márquez− Maqroll somos todos.
Y Maqroll también es la poesía de la novela. Aunque algunos intentan dividir la obra de Mutis en dos vertientes separadas, Mutis Durán explica por qué ocurre todo lo contrario: “Tú no puedes entender las novelas si no puedes entender la poesía, y no terminas de comprender toda esa poesía si no sabes el desarrollo que eso tiene en la novela. Donde termina la poesía es donde termina el río, el agua, el continente, la tierra y comienza el mar, que son las novelas. El mar es el viaje, esa especie de perseguir porque se sabe que hay algo prometido para uno”.
Con él coincide el escritor Santiago Gamboa, para quien el talento de poeta de Mutis, “en lugar de entorpecer la fluida navegación de la prosa, le sirve para darle un tempo y una prosodia que la vuelven adictiva. La carga lírica está medida de un modo tal que, lejos de ser ornato, da a la escritura sofisticación y un poderío arrollador”.
En la presentación de una compilación de escritos breves de Mutis, Relatos de mar y tierra (Alfaguara, 2023) Gamboa también se une a la voz de Ospina cuando reconoce en el autor de La mansión de Araucaíma “sonidos, destellos, iluminaciones que provienen de otros libros” y otros autores. En los textos de Álvaro Mutis discurren la herencia de Poe con La caída de la casa Usher, Christie con El misterioso caso de Styles, Rivera con La vorágine, y metáforas del Arturo de “Morada al sur”, el Cote Lamus de “Estoraques” y el De Greiff de “Ramón Antigua”.
Otra de las ediciones conmemorativas de Alfaguara con motivo de los cien años de su natalicio recoge algunas palabras del escritor y columnista payanés Juan Esteban Constaín quien subraya, al igual que Gamboa, que no existe en la obra de Mutis una frontera entre su poesía y su narrativa.
Los poemas en prosa de Reseña de los Hospitales de Ultramar y algunos de La Nieve del Almirante, entre varios, son una muestra del velado tránsito entre una y otra forma. El héroe gaviero se ha escapado de la poesía “aunque siempre la arrastra consigo, impregnada en sus llagas y estigmas, y va al acecho de la narrativa”, señala el autor de Cartas abiertas.
“Siguiendo el agua, uno va por toda la vida de Mutis y de su literatura. Es el hilo de oro que agarra todo, absolutamente todo, hasta las lágrimas… es deslumbrante”.
El aire tropical de los amigos
En este recuento de voces no pueden faltar tres ineludibles hombres de la costa: de nuevo Gabriel García Márquez, amigo de Mutis “en estos tiempos tan ruines”; Roberto Burgos Cantor, que lo hechizó con El patio de los vientos perdidos; y Héctor Rojas Herazo, quien halagó su lírica monumental y conceptual.
De “la hermosura quimérica y la desolación interminable de su poesía” habló García Márquez sin empacho. Dedicó muchos párrafos al Mutis amigo y unos cuantos más a su obra que, como su vida misma, “son las de un vidente que sabe a ciencia cierta que nunca volveremos a encontrar el paraíso perdido”.
Para nuestro nobel hay mucho de Mutis en su propia literatura, nutrida por incontables viajes que compartieron y diecisiete vueltas al mundo que no cambiaron su modo de ser. Instigador de la poesía −su feroz vocación−, escucha atento de las lecturas de Cien años de soledad y juicioso crítico de sus originales del que emanaban análisis completos, estupendos y sabios: ese fue el Mutis de Gabo.
En 1988 Burgos Cantor anunciaba su admiración por el creador de “un universo de la desesperanza”. Lejos del palabrerío vacío y la malsana exageración nacional que criticaba el autor de Lo Amador, en el texto “Gaviero loco: rostro y espejo” destacó de Mutis la creación de un territorio literario donde se establecía “una relación humana conmovedora de lucha y derrota que permitía con eficacia indagar la condición de cada quien”.
Unas décadas atrás, en 1954, Rojas Herazo ya destacaba la novedad de las palabras de Mutis “por la vejez de que vienen cargadas (…). No son de ahora ni de allá, de un preciso sitio geográfico o de un determinado ademán de la conciencia. Son de todas partes y de siempre. Pero fúlgidas, enceguecedoramente nuevas, porque, al final, han atravesado una nueva comarca humana”.
Para el creador de Celia se pudre la obra de Mutis es una profunda embestida que se resume en “cuatro o cinco ecuaciones verbales”, una síntesis dolorosa del viaje sin retorno al centro de su ser… porque Mutis navegó noventa años a bordo de sí mismo.
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Juan Camilo Rincón
Periodista, escritor e investigador cultural.