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Foto: Thomas Park. Unsplash.

La digitalización en la educación parece haber fracasado. distribuir pantallas sin integrar sistemáticamente su uso a un programa pedagógico puede ser un gran desperdicio.

En 2017, el gobierno sueco lanzó una estrategia digital con el propósito de que el país se convirtiera en el mejor del mundo en el uso de las oportunidades de digitalización y para eso decidió crear opciones para lograr un alto nivel de competencia digital, incluyendo responsabilidades institucionales para lograr este propósito y así facilitar la coordinación de políticas y garantizar una adecuada rendición de cuentas. Dos de los objetivos eran incentivar el desarrollo del conocimiento digital, y la igualdad en el acceso a las oportunidades de la tecnología. Como parte de esta estrategia, un tiempo después, deciden que todos los niños y estudiantes deben desarrollar habilidades digitales adecuadas, así: (i) Los niños y estudiantes de primaria y secundaria deben tener las condiciones necesarias para poder desarrollar una competencia digital. (ii) Los directores de preescolar, los directores de escuelas, de colegios y los gerentes sectoriales deben tener la capacidad de liderar estratégicamente el desarrollo digital en sus organizaciones. Y, (iii) el personal que trabaja con niños y estudiantes, docentes y supervisores, debe tener la competencia para identificar, elegir y utilizar herramientas digitales en la educación.

La Ministra de Educación de Suecia anunció hace unos días que la digitalización en las aulas y escuelas fue demasiado lejos. Mencionó que no se hizo una evaluación adecuada antes de diseñar la política y tuvieron que reevaluarla porque se han percatado de que la digitalización no reemplaza la lectura de libros (material impreso) en el aprendizaje. A propósito, un estudio de la Comisión Europea el año pasado, encontró que el 76 % de los jóvenes entre 16 y 19 años en Suecia tienen habilidades digitales básicas o por encima de las básicas, cifra superior al promedio de la Unión Europea que es el 69 %. 

Con base en las críticas que la Ministra sueca hace a la política del uso de tecnologías digitales en la educación, en éstas últimas semanas hemos leído y visto en diferentes medios comentarios sobre el fracaso de la tecnología; muchos afirman que a menos tecnología más desarrollo educativo, que las pantallas aumentan los analfabetos funcionales, que fracasó la educación digital, que los niños no se benefician en nada de ella, que la tecnología crea problemas de autoestima e, inclusive, que conduce al suicidio. Pues bien, aquí aplica lo que dice el dicho. “Ni tanto que queme al santo ni tan poco que no lo alumbre”. Lo cierto es que somos notoriamente incompetentes en predecir el futuro, en particular en lo que se refiere a la educación. Asumiendo que la Ministra tiene razón (se basa en los resultados PIRLS de comprensión de lectura en 4 grado en 2021), lo que sale a relucir, una vez más, es que en educación no es tan fácil resolver problemas y encontrar soluciones eficientes y efectivas.

Parece ser que la Ministra anterior, que pertenece a un partido distinto al de la actual, se apresuró y asumió que la digitalización era más poderosa de lo que realmente resultó ser para el alumno promedio de su país.

Se debería atrasar la edad a la cual los niños tienen acceso a las pantallas y a las redes sociales, pues hay evidencias de que los puede afectar negativamente.

Desde la primera ola de Inteligencia Artificial, a principio de los años ochenta, han sido varias las desinfladas que se han llevado los entusiastas que asumieron que la tecnología del momento revolucionaría los sistemas educativos en el mundo. En estas paginas he insistido en que las políticas educativas, desafortunadamente, no se basan en paradigmas científicos que garanticen resultados. No existe una ciencia en la cual apoyarse. Por lo tanto, diseñar una política educativa sin comprobación empírica basada en evidencia robusta, es correr riesgos. Parece ser que los suecos fueron demasiado optimistas con respecto al uso de computadores, tabletas y celulares en mejorar resultados en el sector educativo. Les pasó lo mismo que a los promotores del One Laptop Per Child quienes lo promovieron con total convicción, predicando que la tecnología sería suficiente para mejorar la calidad de la educación en el salón de clases, inclusive en países en desarrollo. La evidencia demostró que no era tan fácil como ellos decían. La tecnología tiene que estar acompañada de otros elementos como el currículo, la pedagogía, la formación de docentes, entre otros; vale decir, tiene que integrarse, sino no funciona. Parecería que la decisión tomada por la Ministra sueca con base en las evidencias con que cuenta, es una confirmación de que este acompañamiento e integración de la tecnología al currículo y a la pedagogía es indispensable.

Una vez más aprovechamos esta coyuntura en Suecia para exhortar a nuestras autoridades a diseñar políticas educativas basadas en evidencias empíricas de lo que funciona y no en ideologías o creencias sin ningún sustento. En el caso de las pantallas (sea computador, tablet o celular), ya hay indicios basados en evaluaciones de impacto con diseño aleatorios controlados –y ahora tenemos más información– que señalan claramente que distribuir pantallas sin integrar sistemáticamente su uso al currículo formal y al programa pedagógico puede ser un gran desperdicio. Importa asegurarse que, además de las pantallas, se preste atención a todos estos asuntos incluyendo, de forma especial, la capacitación de los maestros. 

Finalmente, entre las sugerencias que leíamos hay una que hace mucho sentido; se trata de la escogencia del momento más adecuado para introducir estas nuevas tecnologías. Mi experiencia personal, más que la profesional, me indica que se debería atrasar la edad a la cual los niños tienen acceso a las pantallas y a las redes sociales, pues hay evidencias de que puede afectarlos negativamente. Padres de familia, ¡ojo!

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Eduardo Vélez Bustillo

Profesor Visitante en Peking University, en China, y en Kobe University, en Japón.