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Una pareja de jóvenes bogotanos se abraza sobre el telón de fondo de una pared totalmente “rayada”. En la capital del país el ladrillo ha sido reemplazado por la ley del aerosol. Foto: Social Income. Unsplash.

¿Puede ser la capital del país la ciudad más pintorreteada del mundo? Entre el arte y el exceso, breve recuento de un lienzo urbano a cielo abierto.

Se pintaron frases satíricas en los muros del Imperio Romano, mensajes en las paredes destruidas durante la Segunda Guerra Mundial, al paso del ejército estadounidense, tags o nombres con aerosol en el metro de New York que hacían famosos a los jóvenes rebeldes de barrios populares. El grafiti, o las pintadas en espacios públicos, han acompañado al ser humano desde el inicio de los tiempos, ha sido una manera de expresar emociones, sobre todo la rabia, pero también el amor.

“Lo que no dicen los medios lo dicen las paredes”, frase anónima que habla de la importancia del grafiti –aquellos dibujos, palabras y frases pintados con aerosol y a la vista de todos en la calle– y que no ha estado exento de polémica: para algunos el grafiti es arte, para otros refleja vandalismo o delincuencia, para la mayoría, seguro, solo son feos. Las opiniones están divididas.

 

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Foto: Edgar Ricardo Segura.

Bogotá es una ciudad repleta de grafitis. Por el tamaño de la capital, la que más “pintadas” tiene en Colombia. Unos son bellos, sublimes, otros no son muy logrados, otros pueden ser espeluznantes, pero todos reflejan lo que piensan los jóvenes, sus inquietudes sociales y políticas, sus preocupaciones, gustos y fobias; lo que admiran, lo que quieren destacar y homenajear. Debido a la cantidad de grafitis, y a la tolerancia de los últimos gobiernos de Bogotá, la Alcaldía ha reglamentado esta práctica permitiéndola e incluso promoviéndola en algunos espacios. Los mandatarios han entendido que el grafiti puede ser arte, que es una expresión justificable, y que es mejor que los jóvenes revelen sus sentimientos de esta forma y no con violencia en la calle. Algunas administraciones han sido más liberales con los grafitis y grafiteros, como la de Gustavo Petro, otras más conservadoras, como la de Enrique Peñalosa, pero en general se ha permitido a los jóvenes manifestarse con aerosoles. El decreto que rige el tema es el 529 de 2015, que modificó el 075 de 2013 (se pueden consultar por internet), en el primero hay mayor sanción para los que quieran pasar por encima de la ley.

En el acto transgresor de hacer un grafiti o rayar una señal de tránsito hay un asomo de ilegalidad y adrenalina que estimula a los más ‘rebeldes’.

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Foto: Azzedine Rouichi. Unsplash.

Como si fuera un museo al aire libre, en Bogotá podemos ver hermosos murales, pero también muchos grafitis considerados feos: nombres, apodos, mamarrachos, corazoncitos flechados, escudos de Millonarios y Santa Fe, frases ininteligibles, etc. Para muchos andantes propios y foráneos de la capital, la Alcaldía debería intervenir y evitar su proliferación, sancionar con mayor dureza a estos grafiteros menos talentosos. Sin embargo, es difícil parar a los “rayadores”, el grafiti también es un rito de adolescencia, hace parte de la rebeldía contra la autoridad y el establishment. En el acto transgresor de hacer un grafiti o rayar una señal de tránsito hay un asomo de ilegalidad y adrenalina que estimula a los más “rebeldes”.

Grafitis “con permiso”

La actual administración de Claudia López ha sido generosa con esta práctica. El Instituto Distrital de las Artes (Idartes) ha promovido las “pintadas”, bajo criterios de responsabilidad, con su programa Distrito Grafiti. Es común encontrar en la localidad de Puente Aranda bellos murales con distintas temáticas, algunos graciosos, otros profundos. Alguna vez hubo una polémica por un grafiti en el que se denunciaba la violencia policial y la directora de Idartes respondió que ellos no podían censurar la expresión de los artistas, que esto iría en contra de sus derechos constitucionales.

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Foto: Jorge Gardner. Unsplash.

En Bogotá la normatividad permite grafitis en espacios públicos habilitados por la Alcaldía, también en paredes privadas, si el dueño lo autoriza. Por supuesto, se prohíbe la intervención en muros públicos no permitidos, también en monumentos y en la propiedad privada. El que lo haga se somete a sanciones policiales como amonestación, expulsión del espacio público, obligación de hacer trabajo social y multas. La ley, no obstante, no ha logrado impedir que los espacios no autorizados estén rayados y los grafitis llenan gran parte de la ciudad. Cabe recordar, que en la administración de Gustavo Petro se reglamentó el tema y se trató con mayor cuidado y responsabilidad, esto después de graves casos de abuso policial, como el asesinato del grafitero Diego Felipe Becerra, asesinado en 2011.

El grafiti siempre ha sido ilegal, y esta es su gracia, el riesgo, pintar las paredes de manera oculta, a horas en que las calles no están muy vigiladas; burlarse de la policía y las autoridades. La expresión “grafiti legal” puede ser un oxímoron, pero que haya consensos y que la Alcaldía apoye este tipo de expresión también es evolución, tramitar las demandas sociales de manera pacífica, y promover la libertad desde la autoridad, lo que no es poco en una sociedad moderna.

Juan Sebastián Lozano

Escritor y periodista colombiano. Su libro de cuentos, La vida sin dioses, fue publicado en 2021 por Calixta Editores.