Foto: Niklas Kickl. Unsplash.
Según un reporte de la encuestadora Gallup, en 2021 emociones negativas como el estrés, la tristeza, la rabia, la preocupación y el dolor físico, alcanzaron un nuevo récord. ¿Por qué la infelicidad viene creciendo de manera casi ininterrumpida desde hace una década?
En los últimos años, en distintos contextos políticos y económicos se hablaba de que el mundo actual, a pesar de sus afanes y problemas, había ayudado a reducir la pobreza y mejorar la inequidad. Seguramente eso se mantiene en algunos contextos o regiones. Sin embargo, como tendencia general, el reporte de Gallup –Global Emotions Report 2022, nos muestra algunos fenómenos sociales muy importantes que han aparecido (o se han incrementado) recientemente: guerras, elevada inflación, la pandemia, un aumento de la pobreza y el hambre, de la sensación de soledad y la percepción de falta de oportunidades de buenos trabajos. Todos estos aspectos, al parecer, han influenciado en el aumento desmedido de las denominadas emociones negativas (tales como el estrés, tristeza, rabia, preocupación, que bien puede ser acompañadas por el dolor físico), las cuales, según el reporte, nunca habían estado en niveles tan altos en nuestra historia reciente.
Si ubicamos nuestra situación psicológica en las actuales condiciones sociales, políticas y económicas que vive el mundo, podemos entender mejor que las emociones negativas que irrumpieron con mucha fuerza en el escenario en 2020, luego de una constante experimentación crónica de dichas emociones negativas en 2021, han llevado a un claro deterioro de la salud mental. De ahí se entiende que la situación emocional en 2021 es aún más complicada que en 2020.
En nuestra sociedad, en el actual periodo histórico, se aprecian varios elementos que están influyendo notablemente en el desarrollo de las emociones negativas, los cuales ya venían apareciendo y se han agravado con la pandemia: dificultades prácticas para llevar a la realidad el proyecto de vida deseado; aumento de expectativas laborales, pero disminución de opciones reales para alcanzar buenos trabajos; marcado deterioro de la dinámica familiar como factor protector, dada la ausencia de los padres en la vida diaria de los niños y jóvenes –debido, en gran parte, a excesivos compromisos laborales y sociales–; mayor exposición a enfermedades sin acceso oportuno a servicios de salud; la aparición de la tecnología como medio para acceder social y laboralmente al mundo entero y no solo al contexto local, y con esto, la necesidad cultural de impactar cada vez a mayor escala (así, el éxito social y futuro éxito profesional hoy para una persona puede implicar mayor exigencia de logro, presión, ansiedad y estrés, ya que implica desafíos no solo locales, sino también regionales, nacionales e internacionales).
Los jóvenes hoy sienten más temor a la soledad y a contactarse íntimamente con otro ser humano por el temor a la exposición pública o social y a sentirse vulnerable ante el otro.
Todo esto ha generado un mundo en el que los seres humanos, especialmente los más jóvenes, van experimentando ciertos dilemas que muchas veces no son capaces de resolver. Por ejemplo, un marcado incremento del temor a la soledad, al tiempo que experimentan mayor temor a contactarse íntimamente con otro ser humano –por el temor a la exposición pública o social y a sentirse vulnerable ante el otro, que hoy, gracias a las redes sociales, es mucho mayor. Así, las personas pueden ir quedando en un espacio donde no son capaces de estar a gusto consigo mismas si están solas, pero tampoco son capaces de estar plenamente a gusto en una relación con otra persona ya que temen abrirse y contactarse íntimamente por el temor a sufrir y sentirse expuesta o vulnerable, dadas las repercusiones sociales de las relaciones hoy en día.
Como consecuencia de este contexto y de este tipo de dilemas que quedan sin resolver, aparecen las emociones negativas (tristeza, rabia, frustración, sensación de soledad, etc.), las cuales, si no se enfrentan apropiadamente y se mantienen crónicamente en el tiempo, se van generalizando en la vida cotidiana, llevando a las personas a que puedan sentir: (1) dificultades para reconocer y relacionarse conscientemente con sus necesidades afectivas en la vida cotidiana, abusando de la tecnología para tapar y compensar esto; (2) incapacidad para enfrentar la presión que deriva de la vida social, académica o laboral; (3) intolerancia a la frustración –personas que no han sido expuestas a aprender cómo enfrentar problemas, tomar decisiones coherentemente y asumir las consecuencias de sus decisiones prácticas–; (4) mayor sensación de soledad (a pesar de mayores posibilidades de contacto cuantitativo con otras personas);(5) mayores sensaciones de desvaloración e incapacidad para enfrentar problemas de la vida cotidiana, y (6) en casos más agudos, trastornos de ansiedad, depresión o suicidio.
Tenemos un enorme reto por delante en el ámbito familiar, social, académico y laboral: construir una sociedad donde las personas sepan reconocer y relacionarse con sus emociones en la vida cotidiana para que, a partir de ahí, puedan tomar decisiones maduras bajo presión en distintos contextos.
Querido lector: nuestros contenidos son gratuitos, libres de publicidad y cookies. ¿Te gusta lo que lees? Apoya a Contexto y compártelos en redes sociales.
Alberto De Castro Correa
PhD en psicología de la Universidad de Saybrook. Decano de la División de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad del Norte.