El escritor colombiano William Ospina presenta un nuevo libro de ensayos que plantea la relevancia de la literatura en la construcción del tejido humano. Foto: Penguin Random House / Fondo de Cultura Económica.
William Ospina: “Vivimos en una época en la que la búsqueda de la verdad en realidad pretende la derrota del otro”
En su más reciente libro de ensayos, Donde crece el peligro, William Ospina nos entrega una clase magistral en defensa de la literatura. “La lectura es particularmente importante porque nos provee una riqueza del lenguaje que nos permite afrontar la complejidad de la vida y de nuestro propio ser”, afirma el escritor.
La literatura y el arte nos salvan todos los días. En su libro de ensayos Donde crece el peligro (Penguin Random House, 2024) el ensayista, narrador, traductor y poeta William Ospina discurre sobre sobre la pintura, la literatura, la política, la belleza del lenguaje y el raciocinio para buscar comprender quiénes y cómo somos en un mundo que necesita más de la palabra que de la espada.
Ospina se pone en la piel del rey Felipe IV para analizar Las meninas de Velásquez, con la misma comodidad con la que recuerda al escritor y filósofo colombiano Estanislao Zuleta Zuleta, ese pensador que “sabía que la mayor parte de nuestros males nacen de la mezquindad de una casta ignorante y codiciosa que maneja el país como si fuera un feudo privado…”.
Sus reflexiones sobre la libertad individual, la violenta supremacía de la verdad, el frenesí de la actualidad, el trabajo secreto de la literatura sobre el hombre, el síndrome del presente puro y el arte para enfrentar la complejidad de la vida, son una excusa para recordar, como Hölderlin, que “allí donde crece el peligro crece también lo que nos salva”.
Juan Camilo Rincón: Un concepto que atraviesa el libro es el de la belleza a través de la historia. ¿De qué manera la creación y el derecho a la belleza nos llevarán a la revolución que necesitamos?
William Ospina: Yo creo que estamos en un momento de viraje histórico en el que hasta hace poco tiempo parecía indudable que la humanidad necesita revoluciones violentas, abruptas, traumáticas que subviertan el orden existente. Después de las experiencias del siglo veinte cada vez confiamos menos en esas revoluciones que pretenden cambiarlo todo, pero solo desde una postura militar o política o cuantitativa, olvidando a veces, y muy dramáticamente, el tejido de conjunto de la sociedad humana, y entonces terminan dejando el mundo peor de lo que lo encontraron. Yo siento que nunca habíamos estado más en la necesidad de reflexionar sobre qué otras transformaciones podemos esperar.
J.C.R.: Esas otras revoluciones más de tipo ideológico…
W.O.: Yo he tratado de arrojar una mirada sobre grandes momentos civilizadores de la historia de Occidente que no fueron revoluciones violentas, como la gran revolución platónica griega, el surgimiento del cristianismo, o el Renacimiento, que trajeron a la humanidad una nueva manera de hacer todas las cosas. Creo que los grandes desafíos de la sociedad contemporánea exigen el hallazgo de un camino de revolución que no esté preso de esa lógica bajo la cual creemos que la violencia es la partera de la historia, y se funde más bien en la posibilidad de una transformación mucho más profunda y radical que abarque todos los órdenes de la vida y participe de fenómenos civilizatorios tan complejos como la búsqueda de la felicidad, la belleza, la convivencia, y de que cada ser humano pueda ser verdaderamente heredero del legado de la civilización.
Pensar y opinar se ha vuelto una cuestión muy complicada. ¿Cómo recuperar y defender el estatus del pensamiento y el derecho a hacerlo?
En el relato “El acercamiento a Almotásim” Borges habla de un personaje muy civilizado y cortés, un alma muy luminosa que no quería tener la razón de un modo triunfal. Es que en el ámbito del pensamiento se ha abierto camino la idea de que hay que tener ideas para triunfar sobre otros, para derrotarlos y demostrar que tenemos más razón. Esa contaminación del espíritu de la investigación y del pensamiento, ese instinto bélico y competitivo extremo son muy dañinos. Borges también defendía las conversaciones en las que, en su búsqueda de la verdad, poco importaba cuál de los interlocutores estaba descubriendo las cosas, y señalaba que lo importante era ayudarse a llegar a unas conclusiones a través del diálogo y también del desacuerdo.
Algo difícil en estas batallas casi a muerte por defender cada uno su verdad…
Es que vivimos en una época en la que la aparente búsqueda de la verdad es en realidad una búsqueda de la supremacía, del triunfo a través de la derrota del otro. No es una manera civilizada, cortés ni afectuosa de dialogar, y por eso cada vez se utiliza más la verdad como un arma, un instrumento para creerse superior al otro o pretender derrotarlo en una contienda. Creo que es necesaria una manera más sincera, generosa y afectuosa de buscar las verdades sin que el otro, aunque pensemos que esté equivocado, tenga que ser maltratado por ello. Frente a la otra alternativa que es que la humanidad se destruya, se enfrente violentamente y se suprima, pues es preferible el desacuerdo, inclusive áspero, a nivel solamente del lenguaje.
Portada de la obra de Ospina, publicada por Penguin Random House.
Creo que es necesaria una manera más sincera, generosa y afectuosa de buscar las verdades sin que el otro, aunque pensemos que esté equivocado, tenga que ser maltratado por ello.
“El camino de la ballena” es un ensayo hermosísimo sobre cómo la metáfora y las herramientas de la narración nos permiten acercarnos a la comprensión de nuestra propia vida.
Es el gran valor que tiene la literatura para la humanidad. A veces nos ofrecen la lectura como una fuente de conocimiento, de información o como una manera de ser cultos, aceptados socialmente, de ser modernos, incluso, y eso está bien. Pero en la lectura hay un costado que para mí es particularmente importante, más en esta época que en otras, y es el modo en que nos provee una riqueza del lenguaje que nos permite afrontar la complejidad de la vida y de nuestro propio ser. El ser humano es algo muy complejo porque no está solamente lleno de sentidos que perciben el mundo, sino de herramientas para transformarlo, interpretarlo e incluso malinterpretarlo, y tenemos un montón de facultades que, si no las cultivamos acertadamente, pueden terminar siendo parte de nuestro tormento. Por ejemplo, podemos ser víctimas de nuestra imaginación. Si no tenemos una relación fluida, rica y alegre con nuestra imaginación, ¡se nos pueden ocurrir tantas cosas!
… y podemos ser lo mejor y lo peor al mismo tiempo.
El ser humano está tan abierto a posibilidades de toda índole, y así como es un ser fascinante también puede ser muy peligroso. Nosotros confiamos en una abeja porque sabe hacer miel y solo hace miel desde que nace, pero no está en condiciones de decidir un día: hoy no voy a hacer miel, sino ácido sulfúrico u otra cosa. El instinto permite que la abeja, como decía el poeta Barba Jacob, ajuste su ser a la eterna armonía. Las criaturas de la naturaleza, salvo el ser humano, ajustan su ser a la eterna armonía. El ser humano está provisto de una capacidad enorme de aprender y de transformar el mundo, y en esa medida, así como puede producir sinfonías, puede producir bombas atómicas. Manejar ese poder tan grande como el que cualquier ser humano tiene exige no solo responsabilidad, sino instrumentos, y el principal instrumento de nuestra vida individual y social es el lenguaje. La literatura es una de las más grandes herramientas que le ha dado la civilización a la humanidad para administrar su tremendo y peligroso poder.
¿Qué fue lo más valioso que aprendió de Estanislao Zuleta?
¡Son tantas cosas! Yo tenía veinte años cuando lo conocí. Él tenía treinta y nueve años pero yo lo vi como el viejo sabio de la montaña que cautivaba auditorios enormes. Estanislao era así de fascinante; al escucharlo uno quedaba atrapado, no en la red de un lenguaje muy florido, que lo era, y de una gran elocuencia, sino de algo que le hacía sentir a uno todo el tiempo que estaba diciendo cosas importantes, profundas, reveladoras. Uno sentía que se llevaba mucha luz en algunas zonas del alma cuando lo escuchaba.
También se valora mucho su relación con el lenguaje.
… y con el conocimiento, con los libros, esa pasión por vincular unas disciplinas con otras, y por inscribir todo eso en una manera de vivir que hacía que uno no estableciera la diferencia o la distancia entre vivir y pensar, entre vivir y crear, entre vivir y enseñar. Era la misma cosa vivir que dialogar, conversar que filosofar, desayunar que estar sintiendo la literatura; esa pasión vital profundamente unida con el deseo de conocimiento, con la gratitud por el mundo, y con una sed de belleza y de claridad. Él fue un ejemplo muy grande para todo el que lo conocía, y en esa medida dejó muchas ideas y textos, pero su presencia física sigue, pues no solamente perdura en el recuerdo de quienes lo conocieron, sino que le va siendo transmitido a quienes no lo conocieron. Desde la Antigüedad esos maestros orales suelen tener esa característica… casi que la lección son ellos mismos.
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Juan Camilo Rincón
Periodista, escritor e investigador cultural.