Para algunos analistas la procuradora Margarita Cabello y el presidente Gustavo Petro se encuentran en campaña política y en sus posturas ambos reflejan parte de la razón. Foto: El Espectador.
Mientras desde la izquierda se ha hablado de la posibilidad de un golpe militar, sectores de derecha y centroderecha temen que el gobierno de Gustavo Petro se transforme en un gobierno con rasgos autoritarios.
En los últimos días el país se sorprendió con la dura confrontación entre el presidente Gustavo Petro y la procuradora general de la República, Margarita Cabello, a propósito de la decisión del primero de no acatar el fallo de suspender al alcalde de Riohacha, José Ramiro Bermúdez, acusado de graves hechos de corrupción. Más allá de los argumentos de lado y lado, lo impactante fue el llamado de alerta de la Procuradora sobre el riesgo de un viraje autoritario en el gobierno actual. Según sus palabras, el presidente Petro “está mandando un mensaje gravísimo para la institucionalidad del país. Es la primera vez en la historia que un presidente dice que no acata una orden de un órgano independiente”.
El término “democracia iliberal” se popularizó en los estudios politológicos y en los medios de comunicación a partir de un artículo publicado por el periodista indo-americano Fareed Zakaria en la revista Foreign Affairs (“The Rise of Illiberal Democracy”, 1997) , aun cuando, anteriormente, el término ya había sido utilizado por dos autores franceses, Pierre Rosanvallon y Étienne Balibar.
Este concepto, que Zakaria desarrolló más a fondo en una de sus obras más leídas, The Future of Freedom: Illiberal Democracy at Home and Abroad, ha logrado penetrar, incluso, en la esfera política. El ejemplo más notorio ha sido el cuestionado presidente de Hungría, Víctor Orbán quien, en un explosivo discurso pronunciado en 2014, calificó tanto a su movimiento político Fidesz (Movimiento de los Jóvenes Demócratas-Unión Cívica Húngara) como a su propio gobierno como “iliberal”, fundado en un nacionalismo extremo, un debilitamiento del Estado de Derecho, un conservadurismo cultural exacerbado y en un rechazo a la separación de los poderes públicos.
En el discurso mencionado afirmó sin ruborizarse y en un desafío abierto a los valores e instituciones de la Unión Europea, que “un tema de moda (…) es comprender cómo sistemas que no son occidentales, ni liberales, ni democracias liberales, tal vez ni siquiera democracias, y aun así hacer que las naciones sean exitosas. Hoy, las estrellas de los análisis internacionales son Singapur, China, India, Turquía, Rusia”. Y añadió que, mientras las democracias occidentales estaban condenadas al estancamiento, estos regímenes tenían mejores posibilidades de éxito y, por tanto, eran dignas de imitación.
Otro ejemplo de esta corriente de pensamiento y acción política es el expresidente Donald Trump. No olvidemos que el cuestionado estratega de medios, Steve Bannon, proclamó a Orbán como una especie de “Trump antes de Trump”.
Con sus posturas políticas Donald Trump ha sido considerado un líder de las democracias iliberales del siglo XXI. Foto: Rtve.es.
Los regímenes iliberales no son solo patrimonio de gobiernos de derecha, sino, que pueden darse, igualmente, en los situados a la izquierda.
Digamos que en un continuo que tiene en un extremo a mandatarios democráticos como Emmanuel Macron y a Pedro Sánchez y en el otro extremo a líderes profundamente autoritarios tales como Vladimir Putin y Xi Jinping, las democracias iliberales se hallan en el medio, a veces más inclinadas hacia uno u otro polo. Venezuela es un ejemplo de cómo se pasó de un extremo al otro: de una democracia pluralista con Rafael Caldera, a una democracia iliberal con el Hugo Chávez de sus primeros años de mandato y, finalmente, a un régimen autoritario a partir de 2007. Modelo que continua Nicolás Maduro. Otro ejemplo de esta involución es, sin duda, la pareja Ortega y Murillo en Nicaragua.
En otras palabras, los regímenes iliberales no son solo patrimonio de gobiernos de derecha, sino que pueden darse, igualmente, en los situados a la izquierda.
Muchos analistas consideran que los regímenes iliberales no constituyen propiamente sistemas democráticos y, por tanto, prefieren utilizar el término “autoritarismo blando” (o “autoritarismo electoral” o “autoritarismo competitivo”) para referirse a estos gobiernos electos, aun cuando no siempre de manera transparente como acaba de ocurrir en Turquía con la dudosa reelección de Recep Tayyip Erdogan, quien gobierna desde 2014. Es más, Francis Fukuyama considera hoy que el mayor desafío a las democracias liberales de Occidente no es el Islam fundamentalista (como había predicho el reconocido profesor de Harvard Samuel Huntington), sino los “autoritarismos blandos” que predominan, por ejemplo, en naciones altamente desarrolladas como Corea del Sur o Singapur y cuyo ejemplo puede extenderse como una mancha de aceite con base en el éxito económico alcanzando en estas naciones.
Un panorama inquietante
Los balances sobre la evolución de la democracia a nivel global presentan un panorama muy alarmante. Mientras que, tras el colapso del campo socialista y el fin de la Guerra Fría, se produjo a nivel global un avance sostenido de los regímenes democráticos, en los últimos años se está viviendo una muy extendida involución.
Por ejemplo, en un informe realizado en 2021 por The Economist, (ver tabla) en el cual se clasifica a 167 países del mundo según su grado de desarrollo democrático, el balance no es propiamente optimista. Solamente 21 países, el 6.4 % de la población mundial vive en democracias plenas, mientras que en 93 países deben soportar democracias deficientes o híbridas y el resto, 59 naciones, regímenes abiertamente autoritarios.
Colombia ocupa en esta lista de las democracias deficientes el puesto 53, lo cual, nos obliga a adelantar un gran debate nacional no fundado en el pesimismo y la confrontación sino en el optimismo constructivo: cómo avanzar hacia una democracia plena y evitar deslizarnos hacia un régimen híbrido o autoritario.
¿Qué hacer?
Sin duda, las denuncias de un lado u otro del espectro ideológico en torno a los riegos, ya sea de un “golpe blando” o ya sea de un “autoritarismo suave” en curso, son evidencias de un clima malsano para la democracia.
Ante esta coyuntura es necesario preguntarnos: ¿qué hacer hoy en día para proteger y profundizar la democracia en Colombia frente a sus amenazas latentes (la polarización extrema y los discursos fundados en el odio, en el clasismo y en el miedo, la fragmentación partidista, los liderazgos caudillistas y autoritarios, la pérdida de confianza ciudadana en los partidos y en los políticos, etc.), y avanzar hacia una democracia más participativa y que ofrezca mejores respuestas a las justas demandas ciudadanas?
A mi modo de ver, frente a estos desafíos que pueden erosionar las instituciones democráticas en el país –siempre debemos mirarnos en el “espejo venezolano”–, es indispensable impulsar una sólida corriente de convergencia democrática que contribuya a despolarizar al país y que esté en capacidad de construir unos “acuerdos sobre lo fundamental”, orientados a enfrentar temas urgentes como la dignificación de la política, la aclimatación de la paz y la reactivación económica en la búsqueda de una sociedad más igualitaria y participativa.
Esta actitud constructiva es contraria tanto a un gobierno excluyente y cerrado en sí mismo, como a una oposición obstruccionista, incapaz de valorar lo positivo de una iniciativa gubernamental. No olvidemos que al gobierno Petro le restan tres años y el país no puede caer en una parálisis institucional.
Querido lector: nuestros contenidos son gratuitos, libres de publicidad y cookies. ¿Te gusta lo que lees? Apoya a Contexto y compártelos en redes sociales.
Eduardo Pizarro Leongómez
Profesor emérito de la Universidad Nacional de Colombia.