Foto: Colombiacheck.
Desde hace varios meses, en distintas reuniones, siempre hago una pregunta que me parece clave para el éxito de un proceso de paz: ¿cómo se vislumbra el ELN tras la dejación de las armas? Tras formular el interrogante, se presenta un silencio sepulcral. No hay certezas sobre esta cuestión.
El ELN, acostumbrado a los tiempos suspendidos de la selva, cuenta con su propio reloj biológico.
Juan Diego Quesada, El ELN y el Gobierno de Petro se reconcilian tras otro amago de la guerrilla de torpedear el proceso. Diario El País de España.
Hoy en Colombia nadie se atreve a responder esa pregunta absolutamente crucial. Y lo que es aún más desconcertante, cuando alguien se arriesga a dar una respuesta –ya sea un analista, un funcionario público, un exguerrillero–, este solo se atreve a responder mediante una hipotesis: “yo pensaría que …”, y no a través una certeza clara.
El peligro que entraña esta ausencia de claridad es que muchos podrían de manera legítima pensar que la indefinición del ELN sobre su futuro solo es un mecanismo para ocultar que continúan inmersos en una consigna atribuida al Che Guevara, quien, en una carta que le envió a Fidel Castro el 1 de abril de 1965, decía: “Hasta la victoria siempre, patria o muerte”. De hecho, todos los comunicados actuales del ELN terminan con una consigna similar: “¡Colombia para los trabajadores! ¡Ni un paso atrás … liberación o muerte!”.
A pesar de las ambigüedades del ELN y el desconcierto de los analistas me parece de la mayor importancia aventurar los escenarios futuros posibles de la actual negociación de paz, con el objeto de abrir un debate nacional en torno a este delicado tema y, principalmente, para exigirle a la cúpula de ese movimiento guerrillero claridad total al respecto. Tal como sostienen los expertos en resolución de conflictos, ya sean conflictos laborales, sociales, e incluso familiares, el conocimiento previo de las expectativas de los actores involucrados es clave para diseñar el modelo de resolución aceptable para todas las partes, es decir, para alcanzar un compromiso mutuamente beneficioso. El peor ambiente para una negociación es que haya un clima de recelo sobre las reales intenciones del contrario, la idea de que tiene “cartas marcadas” bajo la manga.
Primer escenario: “De las armas a la política”, mediante un partido propio
Sin desconocer otras importantes dimensiones de los acuerdos de paz (la ampliación del espacio democrático, reformas sociales, el desmonte de grupo de justicia privada, etc.), uno de los mayores incentivos para el éxito de los procesos de paz, al menos en el mundo occidental, ha sido garantizarle a un grupo insurgente su tránsito “de las armas a la política”. Es decir, la posibilidad de que se pueda transformar en un partido político con plenas garantías para continuar adelantando sus proyectos de cambio social, no mediante el uso de las armas, sino a través de las luchas democráticas.
Este ha sido el caso, por ejemplo, además de los grupos guerrilleros que se desmovilizaron entre 1990 y 1991 en Colombia (M-19, EPL, MAQL y PRT) y conformaron la Alianza Democrática M-19, los casos del Frente Farabundo Martí para la Liberacion Nacional (MRLN) en El Salvador; del IRA (Ejército Republicano Irlandés) en Irlanda del Norte, e incluso el caso de ETA (País Vasco y Libertad) en el País Vasco español.
Sin embargo, este tránsito de la “política con armas a la política sin armas” –como prefieren denominarlo algunos analistas– no ha sido nunca contemplado por el ELN, que rechaza la democracia liberal y es muy crítico de quienes han llegado al Congreso tras la desmovilización y dejación de las armas. En efecto, si nos atenemos a los resultados del último congreso del ELN celebrado en enero de 2015 –cuyas conclusiones continúan vigentes, dado que el VI Congreso no se ha realizado todavía–, la respuesta es claramente negativa. Es más, Antonio García, en una reciente entrevista para Le Monde Diplomatique (en español) con el periodista Omar Roberto Rodríguez, afirma ni más ni menos que “en la Constituyente de 1991 el M-19, ya como Alianza Democrática M-19 pactó con los partidos Liberal y Conservador hacer parte del régimen político para que Colombia siguiera siendo la misma”.
Sin embargo, este tránsito de la “política con armas a la política sin armas” no ha sido nunca contemplado por el ELN, que rechaza la democracia liberal y es muy crítico de quienes han llegado al Congreso tras la desmovilización y dejación de las armas.
No obstante, si el ELN tomara la decisión en el VI Congreso –que está en plena preparación– de conformar un partido tras la dejación de las armas, debería estudiar a fondo las experiencias internacionales exitosas (y las menos exitosas) para sacar lecciones provechosas.
En América Latina fue impactante el éxito en El Salvador del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, que le permitió a la guerrilla recién desmovilizada convertirse en la segunda fuerza política del país y, al cabo de pocos años, acceder a la presidencia de la República, primero con un aliado, el periodista Mauricio Funes (2009-2014) y luego con un excomandante, Salvador Sánchez Cerén (2014-2019).
En el caso de Europa, tanto el IRA como ETA, fueron exitosos en su tránsito de las armas a las urnas.
En el caso de IRA, el partido Sinn Fein (Nosotros mismos) hoy en día constituye uno de los dos partidos más numerosos en la Asamblea de Irlanda del Norte al lado del Partido Unionista Democrático (DUP). Además, tiene varios miembros en el gabinete. Y en el caso de ETA, cuyo accionar armado se extendió durante 60 años, entre 1958 y 2018, hoy, tras el anuncio del cese definitivo de su actividad armada en 2011, el desarme en 2017 y el anuncio de su disolución definitiva el 3 de mayo de 2018, la coalición Euskal Herria Bildu, de la cual hace parte, se ha convertido en la principal fuerza política de la izquierda nacionalista e independentista de España.
No obstante estos éxitos de algunos grupos guerrilleros, entre los cuales se podría añadir el caso de los Tupamaros, que tras salir de las cárceles y regresar del exilio conformaron con otras fuerzas un Frente Amplio que llevó a la presidencia de Uruguay a su máximo líder, el inigualable José Mujica, quien gobernó entre 2010 y 2015, hubo también algunas experiencias menos exitosas. En Guatemala la Unidad Nacional Revolucionaria Guerrilla (UNRG), tras el acuerdo de paz firmado a fines de 1996, se transformó en un “partido testimonial” que desde aquellos años se dedica a la defensa de las conquistas alcanzadas en los acuerdos de paz. Lo mismo que ocurrió con el grupo guerrillero Alfaro Vive Carajo, en Ecuador, que se desmovilizó en 1991.
Estudiar tanto las experiencias exitosas como las menos exitosas es clave, pero es importante constatar que los éxitos en el mundo occidental –tanto en América Latina como en Europa– han sido mayores que los fracasos.
Segundo escenario: “De las armas a las urnas”, mediante su inserción en el Pacto Histórico
Otros analistas creen que debido a los temores del ELN para convertirse en un partido político por sí mismo –los malos resultados del Partido Comunes constituyen un espejo negativo sobre sus posibilidades reales–, su cúpula dirigente vería más bien con buenos ojos su inserción en el Pacto Histórico, con el objeto de tener una pista de aterrizaje segura, intentar incidir en sus programas y radicalizar sus apuestas.
No obstante, frente a esta visión del Pacto Histórico como una “puerta de acceso” firme a la difícil vida política, otros analistas son menos optimistas y argumentan que esta integración a una coalición conformada por 15 partidos y 12 movimientos étnico y sociales, que van desde el Partido Comunista hasta el Partido Fuerza de la Paz de Roy Barreras, no sería nunca del agrado del ELN debido a su composición tan heterogénea, con una mezcla de corrientes radicales y corrientes reformistas de muy difícil manejo. Amanecerá y veremos.
Tercer escenario. El reconocimiento al poder local en sus zonas de presencia histórica
Para otros analistas la vía más expedita para lograr un acuerdo de paz con este grupo guerrillero sería el reconocimiento de sus zonas de presencia histórica y, a partir de ahí, concederles el ejercicio del poder local.
Estos analistas argumentan que, dado que el ELN no está interesado en la lucha por alcanzar el poder nacional –que ven muy lejano de sus posibilidades reales tras su conversión en un partido político propio e incluso, insertándose en una coalición como el Pacto Histórico que no les genera la confianza suficiente sobre sus convicciones revolucionarias–, por el contrario, se verían satisfechos con ejercer el poder en sus zonas históricas.
Se trata de un tema poco claro. ¿Qué significa la concesión al ELN del poder local? ¿Se les concede sin una ratificación en las urnas? ¿Se les concede sin una consulta previa con las comunidades rurales? ¿Por cuánto tiempo y con qué reglas de juego?
La solo idea de este reconocimiento es problemática, tanto desde un punto de vista histórico como desde la realidad dramática del orden público hoy en el país. En Colombia la memoria de las “repúblicas independientes” que sirvieron de justificación para el cerco militar contra las zonas de autodefensa campesina alimentadas por el Partido Comunista a mediados de los años sesenta del siglo pasado en Marquetalia, Riochiquito, El Pato, Guayabero, etc., y que sirvieron de detonante para la emergencia de las Farc en 1965, hace simple y llanamente inviable crear “zonas de poder local” por fuera del marco legal y constitucional vigente.
Por otra parte, hoy en día, en medio de la lucha sin cuartel de decenas de grupos criminales por el control territorial y las rentas criminales, es inviable siquiera pensar en un poder local del ELN sin graves consecuencias. Por ejemplo, si ya llevamos años y años con centenares de víctimas de lado y lado en la guerra sin cuartel que han enfrentado al ELN y a las Farc en el departamento de Arauca, la posibilidad de un poder local no me parece nada realista. Mucho menos en un país donde tras cada periodo de violencia viene una ola de venganzas y represalias contra los opositores desarmados. Basta señalar que desde 2016 más de 400 excombatientes de las antiguas Farc han sido asesinados.
El proceso de paz con el ELN, lleno de altibajos, se mantiene, pero el tiempo de un ambiente político favorable a un acuerdo se agota. Foto: Agencia IP.
Cuarto escenario: el uso, una vez más, de las negociaciones como un recurso para la guerra
Según los analistas más pesimistas, el ELN está nuevamente utilizando las negociaciones de paz como un recurso para la guerra, como lo ha hecho en los últimos 33 años; es decir, desde las negociaciones frustradas con el gobierno de César Gaviria entre 1991 y 1992 en Cravo Norte, Caracas y Tlaxcala (México) y, luego, con todos los gobiernos que lo sucedieron desde entonces.
Según estos analistas, el ELN defiende la idea de un “acuerdo nacional popular” excluyendo a las élites políticas y económicas tradicionales y el cual podría nacer de un proceso que se desarrollaría en cuatro etapas: primero, el fracaso del proyecto de cambio del gobierno Petro; segundo, un movimiento del péndulo político hacia la derecha en 2026; tercero, un reavivamiento agravado del “estallido social” de 2021; y, cuarto, la gestación de un clima insurreccional en el cual el ELN constituiría la vanguardia.
La verdad es que es indispensable esperar los resultados de la próxima ronda de negociaciones en Caracas entre el 8 y el 22 de abril y los resultados del VI Congreso del ELN que se debe celebrar en las próximas semanas, para ver si este escenario catastrofista está siendo o no contemplado por el ELN.
Para bien de Colombia esperamos que no sea así. El ELN debe escuchar el grito de paz que anida en el corazón de todos los colombianos. Y además prever un desenlace posible y muy negativo para su futuro: una honda fragmentación interna. La reciente decisión del Frente Comuneros del Sur en Nariño de impulsar un diálogo regional es una campanada de alerta. El “federalismo insurgente” –según la expresión del historiador Fernán González– que caracteriza a este grupo guerrillero, puede conducir a su colapso si insiste en la actual guerra inútil. El ELN ha tenido una larga tradición de disidencias, desde el grupo denominado Replanteamiento en los años setenta, pasando por la Corriente de Renovación Socialista, el Ejército Revolucionario Guevarista o el Ejército Revolucionario del Pueblo, que terminaron todas abandonando las armas.
¿Debemos, acaso, considerar la posibilidad de una implosión del ELN como un quinto escenario posible (e indeseable)? ¿No son acaso el grupo disidente de las Farc (las Farc-Estado Mayo Central) y el grupo reincidente (las Farc Nueva Marquetalia) una dolorosa advertencia?
¿Qué hacer?
A mi modo de ver, es indispensable hoy en día abrirles camino a los dos escenarios más favorables para la paz del país: la conversión del ELN en un partido político o su integración al Pacto Histórico, y cerrarles el paso a los dos escenarios más negativos: una concesión llena de riesgos de “poderes locales” y, obviamente, el uso de las negociaciones como un recurso para persistir en la guerra, el cual tendría un grave efecto perverso: contribuir a debilitar las bases del primer gobierno de izquierda en Colombia.
¿Cómo se puede incidir positivamente? Considero que es clave una reflexión por parte de un equipo de especialistas en resolución de conflictos sobre las dos opciones favorables y mostrarle al ELN las bondades de una y otra opción y las condiciones para su éxito con base en la experiencia internacional.
El ELN debe entender que si después de casi 60 años –desde la toma de la población de Simacota (Santander) el 7 de enero de 1965– no ha logrado sus objetivos mediante el uso de las armas, llegó el momento de pensar en otros caminos para avanzar hacia sus sueños de una sociedad más justa y equitativa. Las armas solo le han causado dolor a la sociedad colombiana.
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Eduardo Pizarro Leongómez
Profesor emérito de la Universidad Nacional de Colombia.