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Totó La Momposina grabó su primera producción en Francia en el año 1983. Durante esa década se dedicó a recorrer Europa y a estudiar en la universidad de La Sorbona de París, así como en otras instituciones de Santiago de Cuba y La Habana

La querida cantadora costeña Sonia Bazanta Vides, más conocida como Totó La Momposina, se despide de los escenarios luego de una extensa y prolífica carrera artística. El siguiente fragmento del libro “Totó. Nuestra diva descalza”, de reciente publicación, recoge el viaje de la cantadora a Talaigua en su juventud para aprender sobre los cantos y ritmos de las mujeres cantadoras de los pueblos de la ribera del río Magdalena.

La tierra del olvido no es solo la antigua provincia a la que le cantó Carlos Vives. La tierra del olvido es esa que todos llevamos adentro, confundida entre los recuerdos de la infancia, armada en la memoria con los relatos de los mayores. Es la tierra que cada colombiano añora, que visita en vacaciones, que recibe como herencia de sus antepasados en los cantos, bailes, costumbres y comidas.

La tierra de Totó era la del chandé y el casabe, la del río omnipresente, la de Livia y Ñañe y el abuelo Virgilio, que le enseñó esos refranes que lleva siempre a flor de labios. La Talaigua que caminó en busca del agua. La que llegó hasta su casa, allá en el altiplano, cabalgando en los tambores y en la música de bandas. A esa tierra regresó Totó cuando sintió el llamado y desde allí remontó el Magdalena hasta Altos del Rosario, buscando los secretos de la tambora. Luego se dejó llevar por él hacia otras tierras. Tierra firme, tierra extensa que le sonó distinto, que le enseñó otros caminos de música y de vida.

Livia le había contado y cantado cuanto pudo, pero llegó un momento en que ya no bastaban los recuerdos de su madre. Entonces, la discípula se fue ella misma a recoger su historia.

“Yo superficialmente le decía lo que había visto cuando niña, pero un día ella se fue a vivir a Talaigua. Ahí sí ya dejó todo. Allá tenía una casa que era como su sede y de ahí salía a los pueblos a investigar. A mí me parecía bien, claro que me dolía que se hubiera ido y abandonara su hogar, pero ahora me doy cuenta de que eso era lo que ella quería”, dijo la madre rememorando aquel momento. (…)

 

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La carreta artística de Totó abarca seis décadas.

El siguiente fragmento de este capítulo da cuenta de esa relación de Totó con el pueblo donde tenía sus raíces y que la acogió con cariño, pero que no estaba acostumbrado a la presencia de una mujer con la determinación y el liderazgo de la cantadora:

“Totó estaba demostrándole a Talaigua que podía sobrevivir por sí misma, y hacía méritos para quedarse por siempre en la historia de ese pueblo. Se habla, por ejemplo, de que gracias a ella prosperó un movimiento para llevar la electricidad al pueblo, luego de años de espera, y se habla del famoso episodio con los muros de contención que protegen el pueblo de las crecidas del río y que todos allí conocen como ‘las murallas’. Algunos lo relatan con lujo de detalles, mientras que otros, como los Matute, afirman que jamás existió. Aquí, la versión de la protagonista:

—Las murallas de Talaigua se habían destruido y se hizo una campaña para volver a construirlas, pero en esa campaña estaban solamente los hombres. Entonces, yo dije: «¿Por qué solamente los hombres, si las mujeres también podemos ayudar?». Así que cogí mi galón de arena, me lo puse al hombro y a partir de eso las talaigüeras comenzaron a participar en movimientos para sacar adelante a su pueblo. No sé si te contaron lo mismo que yo estoy diciendo.
—Me contaron que la gente decía que usted estaba loca.
—Ah, yo estaba loca. Pues estaba lo mismo de loca cuando llegó una casera a venderme la leña para el fogón, y no se me olvidará nunca que me pidió, en esa época, doscientos pesos por la carga. Yo le dije: «Esta carga de leña vale veinte pesos, si yo le pago a usted los doscientos se encarece la leña para todo el pueblo». Al día siguiente, le dije a Ramón Pelota que me trajera una canoa, nos fuimos a leñar y después tuve leña por un año. Para ellos eso fue una lección muy grande.

Las cantadoras tenemos que conocer nuestra propia naturaleza y la naturaleza en sí, saber mucho de la medicina natural, de la balanza social, de todo, porque los bailes cantados siempre expresan el cotidiano vivir.

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Portada del libro sobre la vida de Toto La Momposina, autoría de Patricia Iriarte.

Buscar leña, traer agua, cargar arena para las murallas. Todo lo que hubiera que hacer para sentirse y para hacerse sentir de ese lugar, lo hizo. Es parte de su filosofía de vida y de trabajo. Como le dijo a Carlos Franco en aquella ocasión: «Uno no puede ir a investigar como si fuera a un safari».
—Las cantadoras tenemos que conocer nuestra propia naturaleza y la naturaleza en sí, saber mucho de la medicina natural, de la balanza social, de todo, porque los bailes cantados siempre expresan el cotidiano vivir. Yo no puedo decir: bonita tu casa e palma/ bonita su varazón/ bonita la que está adentro/ prenda de mi corazón, si yo no sé qué es una varazón, si no sé qué es una casa de palma, si no sé cómo se hace una casa de palma. Pero como yo sé cómo se hace una casa de palma y cuál es su varazón, entonces la puedo interpretar perfectamente”.

*Fragmentos del tercer capítulo del libro “Totó. Nuestra diva descalza”, seleccionados y presentados por su autora, Patricia Iriarte.

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Patricia Iriarte Diazgranados

Nacida en Sincé (Sucre), poeta, comunicadora social y magíster en Estudios del Caribe. Directora de la Fundación IriArtes, en Barranquilla. Es autora de los libros Mal de amores (poesía, 1992), Territorio de delirio (poesía, 1998), Manual para cubrir la guerra y la paz (1999), Libro de viaje (poesía, 2008), Los usos del audiovisual en el Caribe colombiano (2011), Los cuartos de la casa (poesía, 2017), Tigre y paloma. Antología de Federico García Lorca (poesía, 2020) y Totó. Nuestra diva descalza, que ha sido editado en 2004, 2011 y esta tercera edición del 2022.