Analizar nuestra historia partiendo exclusivamente de los patriotas, los héroes o los conquistadores es arrancar de un tajo parte de nuestro pasado.
Fuimos educados bajo la historia oficial que celebraba el 12 de octubre como el “Día de la Raza”. Bien sabemos hoy que el concepto raza es una invención de los conquistadores para validar su dominación, pues lo seres humanos construimos identidades y no tenemos razas.
El pasado 25 de mayo un grupo de indígenas de la comunidad Misak derribó la estatua del conquistador español Sebastián de Belalcázar.
A propósito del tema, el historiador Rodolfo de Roux2 explica cómo a través de la enseñanza de la historia patria conservamos e inmortalizamos la imagen mítica de los líderes de la independencia y de sus grandes gestas. Y desde esta perspectiva heroica y tradicional no aparecen los subalternos: los indígenas y los afrodescendientes quedaron silenciados u ocultos.
De manera acertada, el antropólogo Weildler Guerra sostiene que los vencedores destruyen los monumentos levantados por los vencidos e instauran un nuevo orden social representado en nuevos símbolos, empleando a veces el mismo bronce ganado en batalla para fundir nuevas estatuas.
Historias oficiales
En la España franquista, la memoria fue deformada de manera sistemática fruto de una decisión política. El Estado se apoderó del espacio público, cambió los nombres de las calles y los pueblos. No se permitían conmemoraciones distintas de las oficiales y estas se instrumentalizaban políticamente. La memoria franquista de la Guerra Civil era útil para la justificación histórica y moral del sistema vencedor de la guerra. La memoria impuesta por el franquismo se ilustra con varios ejemplos: la iconografía de Franco y la estética de la victoria del régimen, las novelas de guerra, las películas de propaganda o los noticieros.
En Rusia, Stalin desapareció la imagen de León Trotski. Más allá de su destierro y exilio, su imagen fue suprimida. Incluso fue asesinado en México para desaparecerlo por completo.
David Rieff3 nos invita a olvidar y superar el pasado para construir un mejor futuro, tarea difícil en Latinoamérica, donde la mayoría de los países conservan estereotipos sobre las minorías étnicas y un grupo minoritario de la sociedad supone que está destinado a gobernar en favor de sus propios intereses.
Para construir identidad, hay que adoptar un relato donde los monumentos, los cantos populares, las leyendas y los símbolos incluyan distintas miradas y aportes, puesto que por ahora conocemos una historia oficial muy limitada. Sobre este tema, el historiador Raúl Román4 nos da luces sobre cómo se seleccionaron los bicentenarios desde la capital del país, olvidando que las independencias tuvieron lugar primero en las regiones hoy llamadas periféricas y no en el “centro” como nos lo enseñan los relatos oficiales.
Por su parte Carlos Pereyra5 señala que la historia es indispensable para atender las urgencias del presente, afianzar, construir y recomponer la certeza de un sentido colectivo, fundar las legitimidades del poder e imponer o negar la versión de los vencedores y rescatar la memoria de los vencidos.
La discusión sobre monumentos y héroes, por lo tanto, es un tema que merece la pena analizarse desde muy diferentes perspectivas, dadas sus complejidades. El debate sigue abierto.
*Una versión previa de este tema fue publicada por el autor en Razón Pública: “Relatos oficiales ocultan realidad”, el 5 de octubre de 2020.
Roberto González Arana
Ph.D en Historia del Instituto de Historia Universal, Academia de Ciencias de Rusia. Profesor Titular del Departamento de Historia y Ciencias Sociales, Universidad del Norte.