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En los pasillos de Casa Vargas es común ver mientras caminas libros para todo tipo de lectores. Desde novelas adolescentes románticas como los textos de John Green, hasta ejemplares para aprender a tocar guitarra. Foto: Jesús Rico.

 

Esto afirman libreros de la Casa Vargas, en el centro de Barranquilla, quienes resisten ante la crisis de su oficio. Los comerciantes más antiguos del gremio aseguran que en el último lustro el negocio ha cambiado por el auge de la tecnología. Algunos piden que les permitan vender otros artículos.

A fines de la década del 70, la calle 31 con carrera 41 —conocida como la calle ‘pica-pica’ en el centro de Barranquilla— era el sitio donde a diario se agolpaban decenas de personas que se ganaban la vida como vendedores y revendedores de libros.

Desde todas las coordenadas de ‘La Arenosa’ llegaban padres de familia, estudiantes y profesores en búsqueda de textos usados o nuevos. Uno de esos vendedores, que a diario se rebuscaba a pleno sol ‘cazando’ compradores era José Arteta, un joven barranquillero que para la época acababa de terminar su bachillerato y vio en este negocio una oportunidad para llevar el pan a casa.

Como si se tratara de una carrera de cien metros planos, José y otros vendedores corrían tras los posibles clientes tratando de concretar la venta, una que otra vez despertando rencillas que luego se apaciguaban cuando el sol se ocultaba y entre cervezas se reían de lo ocurrido en aquellos kioscos de la céntrica Plaza de San Nicolás.

Así transcurrieron cinco décadas. Hoy José carga a cuestas 79 años y aquellas ‘carreras’ son solo anécdotas de sus primeros días en el oficio. Su trabajo se trasladó de la calle ‘pica-pica’ a la antigua Casa Vargas, una edificación histórica que nos transporta a la Barranquilla de los años 40 y 50, época en la que era una prestigiosa sastrería a cargo de don Gabriel Vargas —la más elegante de la ciudad—, a la que llegaban políticos, comerciantes, industriales y miembros de la élite local. Olvidada por décadas, Casa Vargas sería recuperada en 2014 dentro de la reorganización del Centro de Barranquilla.

Sentado al pie de su local de un metro veinte por uno con cincuenta, rodeado por una docena de pilas de libros que ni él mismo puede cuantificar, este librero asegura que el negocio ha cambiado drásticamente con el auge de la tecnología y la virtualidad. Las épocas en la que no se podía ni caminar al interior de la edificación debido al tumulto vociferante de padres de familia comprando libros al inicio de la temporada escolar, son parte de un pasado mejor.

 

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Alberto Ruiz aborda, a las afueras de Casa Vargas, a un posible cliente. Esta labor la realiza más de ocho horas al día. Foto: Jesús Rico.

Nostálgico, Arteta evoca aquellos días en que podía vender hasta 200 libros en una tarde. “Eran los días en que las ventas de la temporada escolar daban para estar tranquilo casi todo el año, pero hoy vender 20 libros en un día es tremenda hazaña”, afirma el librero.

A pesar de que hoy los días para este librero popular transcurren en medio de la algarabía de vendedores tratando de cazar compradores a las afueras de Casa Vargas, y la incertidumbre de si algún día el negocio acabará para siempre, de una cosa si está convencido José Arteta, y es que venderá libros hasta el día de su muerte. Por eso nunca falta a su cita diaria, a la que llega vestido de camisa a cuadros y un Rolex —quizá prueba de mejores días—, que le baila en su muñeca, a la espera de vender algún ejemplar o simplemente participar en las improvisadas tertulias caribeñas que parecen eternas cuando no se asoma ningún comprador.

 

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La antigua Casa Vargas era una elegante sastrería de los años 40 y 50 en Barranquilla. El espacio alberga hoy denominado Centro Cultural del Libro “Antigua Casa Vargas”.

“Un negocio que ya no es negocio”

El relato detallado de cómo el gobierno de los Estados Unidos, en cabeza de George W. Bush, decidió invadir Irak en marzo de 2003, está plasmado en el libro State of Denial, traducido en su edición en español como Negar la evidencia.

Del libro, escrito por el periodista Bob Woodward, se han vendido más de un millón y medio de ejemplares en todo el mundo. Uno de ellos reposa en la cima de una pila de al menos 130 libros en el local ‘Baranoa’, de Casa Vargas.

El espacio es llamado así porque su propietario, José De la Cruz, es oriundo de este municipio del centro del departamento del Atlántico. Pronto sus colegas, cuando empezó en el negocio de compra y venta de libros, así lo apodaron.

Este librero, con tres décadas en el oficio, detalla que en su pequeño espacio hay libros para todo tipo de lectores. Desde aquellos que buscan reediciones de las obras del realismo mágico de ‘Gabo’, pasando por Best Sellers como ‘El Alquimista’ de Paulo Coelho, hasta libros de superación personal de autores como Tony Robbins y Elizabeth Gilbert. No solo en gustos hay de todo. ‘Baranoa’ ofrece libros en todos los precios que van desde novelas de bolsillo que se venden en cinco mil pesos, a libros especializados en medicina interna, cuyos precios alcanzan el medio millón.

“Aquí tenemos una clientela especial, los pelaos —dice ‘Baranoa’ refiriéndose a los adolescentes—, siempre vienen codiciando los libros de Stephen King o las novelas de amor de John Green. Pero también los libros de Fernando Vallejo, Mario Vargas Llosa, Julio Cortazar y Jorge Luis Borges”.

Dos locales más delante de los estrechos callejones de Casa Vargas está ‘El Coco’, un un local atendido por su propietario, José García, quien acumula ya 30 años de arduo trabajo vendiendo libros en el centro de Barranquilla.

Mientras borra con delicadeza las páginas rayadas de un ejemplar de matemáticas de quinto grado, García sentencia: “el negocio de comprar y de vender libros ya no es negocio. Las ventas han bajado de cinco años para acá, desde que nos pasaron a este espacio tan pequeño. Todos los días venían un pocotón de personas a revender libros escolares y universitarios, no sé si será la tecnología y ahora la pandemia, pero por aquí cada vez viene menos gente. He pensado ponerme a vender otras cosas para buscar alternativas”, reniega ‘El Coco’ mientras borra numeritos escritos a lápiz.

 

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Con el reflejo de la Plaza de San Nicolás en la fachada de Casa Vargas, José Arteta, propietario del local 1, lee un libro mientras espera paciente un comprador. Foto: Jesús Rico.

La pandemia de la COVID-19 afectó a todo tipo de comercios. Los libreros no fueron la excepción. Aseguran que ningún otro gremio se vio afectado tanto como ellos. Alberto Ruiz está en el segundo piso de la antigua Casa Vargas, y es uno de los comerciantes de libros más antiguos en el negocio.

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José De la Cruz, conocido en Casa Vargas como ‘Baranoa’, acomoda la cima de una de las tantas pilas de libros que exhibe en su local. Foto: Jesús Rico.

“Hasta pensé en empezar a comer libros”

La pandemia de la COVID-19 afectó a todo tipo de comercios. Los libreros no fueron la excepción. Aseguran que ningún otro gremio se vio afectado tanto como ellos. Alberto Ruiz está en el segundo piso de la antigua Casa Vargas, y es uno de los comerciantes de libros más antiguos en el negocio.

Llegó al centro a los 14 años y con orgullo no exento de preocupación asegura que ser librero es lo mejor que le ha pasado en la vida, pues le permitió lograr levantar a una familia de 8 personas y recibir reconocimientos por su labor.

Ruiz cree que el gremio está a punto de desaparecer y que está siendo olvidado por las autoridades locales. En pandemia —recuerda—la vio “cuesta arriba”. La cuarentena obligatoria dejó a su familia sin sustento y las ayudas del Distrito “brillaron por su ausencia”.

“Tocará comerse los libros”, cuenta que le decía a su esposa cuando pasaban días y luego meses de aislamiento estricto. “El negocio en Casa Vargas debe cambiar, necesitamos que nos permitan vender, además de libros, ropa u otra mercancía de acuerdo a la temporada”, señala.

Pero mientras eso pasa, asegura que tiene la vitalidad para pararse durante largas horas en la puerta de Casa Vargas y convencer a los clientes que ignoren a los más de 70 locales del primer piso y escojan el suyo, en el que entre pilas de libros de una miríada de autores, géneros y colores, exhibe con orgullo una nota de un periódico local enmarcada en un viejo cuadro de madera que destaca su antiguo y amenazado oficio.

Eduardo Patiño M.

Periodista de las secciones Ciudad y País de Contexto.