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Santiago Pérez Manosalva, un político y humanista como pocos en Colombia.

Antigua corriente filosófica, el estoicismo predica la templanza ante la adversidad y el control de las emociones. En la siguiente crónica histórica, retrato de un Presidente colombiano que como contados políticos en nuestro país, antepuso la virtud a sus intereses personales.

El estoicismo está de moda.

En un mundo crispado por múltiples conflictos internacionales y un cambio climático cada vez más severo, donde se mira con indiferencia el rechazo hacia las crecientes oleadas de inmigrantes y proliferan los caudillos políticos que a diario fomentan la intolerancia y el odio entre los ciudadanos, no sorprende que el estoicismo esté ganando relevancia como filosofía de vida. 

Y es que, ante la ansiedad, la impaciencia, la desilusión, la frustración y la incertidumbre que provoca el diario acontecer de ese mundo que nos correspondió en suerte vivir, el estoicismo predica la aceptación serena de la realidad, la templanza ante la adversidad, el control de nuestras emociones y acciones. Esto es, una vida sosegada. 

Era lo que predicaban en la antigüedad griega y romana sus principales exponentes: Zenón, Séneca, Epicteto y Marco Aurelio. Sus vidas se consideran como un ejemplo de lo sabio y bondadoso que son sus principios, si los asumimos con entereza en las diferentes vicisitudes que nos depara el destino. Abundan por ello en estos días los libros y las reseñas dedicadas a esos personajes, quienes ciertamente ofrecen valiosas lecciones de ética de las cuales podemos aprender mucho. 

¿Dónde encontrar, sin embargo, algunos otros ejemplos de vidas que se guiaron por los principios del estoicismo? ¿Dónde hallar personajes que pudiéramos señalar como verdaderos estoicos, cuyos comportamientos pudiéramos erigir como modelos a seguir? 

Aunque parezca inverosímil, en la historia política de Colombia. Y para ser más precisos, en la galería de los expresidentes de la república. Su nombre: Santiago Pérez Manosalva. 

Pérez Manosalva era oriundo de Zipaquirá, Cundinamarca. Realizó estudios de bachillerato en Bogotá en el Colegio Espíritu Santo, fundado y dirigido por Lorenzo María Lleras, quien sería su mentor político e intelectual. Luego obtuvo el grado de doctor en derecho en el mismo claustro. A la muerte de Lleras, fundó con sus hermanos su propio colegio donde enseñó literatura clásica y filosofía por muchos años. Convencido y comprometido con la educación popular en el país, tuvo una larga trayectoria en diferentes instituciones públicas y privadas de ese ramo, como quiera que fue miembro fundador de la Academia Colombiana de la Lengua, rector de la Universidad Nacional y del Externado de Colombia. 

En 1865 el presidente Manuel Murillo Toro lo designó ministro del Interior y de Relaciones Exteriores. En 1870 fue designado como embajador de los Estados Unidos de Colombia en Washington, cargo que desempeñó por dos años. Varias veces fue electo congresista de la república. A pesar de su carrera pública nunca dejó de ejercer el magisterio y los estudios de filología. En sus primeros años de juventud escribió varias obras teatrales que fueron puestas en escena, y tradujo otras tantas. Más tarde escribió y publicó un Manual de Gramática Castellana, y un Manuel del ciudadano, entre otros textos. 

Como casi toda su generación, Pérez Manosalva participó activamente en la intensa vida política de su época al lado de los liberales progresistas quienes conformaron el denominado Olimpo Radical que gobernó el país entre 1867 y 1880. Bajo sus banderas fue electo Presidente de la república para el período 1874 – 1876. En su discurso de posesión fijó los tres principios rectores de su mandato: “La instrucción, la moralidad y la riqueza son los factores de la República”. 

El corto período presidencial vigente en esa época de dos años, sin embargo, hacía que al cabo del primer año de administración se desatara una enconada lucha por la sucesión del mandatario de turno. Y en ella era inevitable que este se viera involucrado, como fue el caso de Santiago Pérez en la elección de 1876. Agria y ferozmente disputada fue esa elección en la que Pérez intervino para oponerse a la candidatura de Rafael Núñez en su primer intento por gobernar el país. De esa confrontación quedarían profundas heridas y no pocos resentimientos. 

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Primera página de “El Relator”, combativo diario del que fue director Pérez Manosalva.

En el fragor de la lucha política nadie es inmune a la crítica, al reproche, a la desaprobación, y hasta a la calumnia, como tampoco a los desafueros y al desborde de las pasiones. Y Santiago Pérez no fue la excepción, porque muchos le criticaron su desacierto en el manejo de la coyuntura política de entonces y su falta de liderazgo al frente de los liberales radicales. No obstante, tirios y troyanos le reconocieron dos virtudes: su inquebrantable vocación civilista y su intachable probidad en el manejo del tesoro público. 

A pesar de la permanente agitación y tensión política que caracterizó el último cuarto del siglo XIX, y los constantes llamados a las armas para resolver las disputas por el poder, Pérez Manosalva siempre se mantuvo firme en su convicción de resolverlas por vías pacíficas. Respetuoso del poder civil, no aprobó la rebelión armada que sus copartidarios emprendieron contra el presidente Núñez en 1885, que tantas repercusiones tendría en la historia política de Colombia. 

La conducta ética de Santiago Pérez Manosalva como mandatario fue realmente ejemplar, pero aún más fue la que tuvo como simple ciudadano una vez dejó la presidencia. De vuelta a la vida civil se consagró nuevamente a la docencia y a sus asuntos familiares. De él dijo el célebre José Martí: “Fue el presidente que cuando bajó de la silla del poder miró a su alma, y no encontró otra silla digna de él que la silla humilde y santa del Maestro”. Las continuas afugias económicas, sin embargo, lo llevaron a New York donde su hijo había fundado una casa comercial, pero esta no prosperó y tuvo que ser liquidada. Regresó a Colombia más pobre de lo que se había ido. 

El expresidente acudió entonces a un viejo amigo, José María Quijano Wallis, quien había fundado y gerenciaba un banco hipotecario en Bogotá, para ofrecerle sus servicios como secretario. Sorprendido y abrumado por la solicitud, Quijano Wallis le manifestó sentirse incapaz de tenerlo como subordinado dadas sus cualidades y calidades personales, y le ofreció a cambio la gerencia para él mismo ser orgullosamente su secretario. Pérez Manosalva comprendió la delicadeza, pero tomó esa respuesta como una excusa y desistió de su aspiración de ser el secretario del banco. 

Más tarde tocó las puertas de Francisco Noguera, próspero comerciante y dueño de una afamada casa comisionista de la capital, a quien le ofreció sus servicios como contador, o como amanuense de la firma pues escribía con propiedad el inglés, el francés, el castellano y el italiano. Al igual que Quijano Wallis, Noguera se sintió abrumado por la solicitud de Pérez Manosalva, y le dijo que mejor lo ayudaba a conseguir los dineros para sus gastos. 

Después de estos fallidos intentos de conseguir empleo el exmandatario comentó: “Con qué es decir que un individuo por haber sido presidente de la República, está condenado a morirse de hambre, porque quedan cerradas para él todas las fuentes de trabajo en que pueda utilizar sus aptitudes y conocimientos”. Pérez Manosalva se vio obligado así a solicitar un préstamo bancario e hipotecar su casa, que luego vendió para pagar la deuda y costear sus gastos domésticos. 

Dueño de una gran erudición y del don de la palabra escrita, a Santiago Pérez Manosalva siempre se le buscaba para presidir eventos culturales o para leer discursos en ocasiones especiales.

No era la primera vez que Santiago Pérez Manosalva había buscado un simple empleo de secretario. Rafael Núñez –que le guardaba inquina por haber combatido implacablemente su candidatura presidencial en 1875 y a quien tenía como un hombre de pasiones feroces–, habría de recordar la vez en que el político boyacense le solicitó un puesto. Era el año 1856, en aquella ocasión Núñez se desempeñaba como secretario de Hacienda del presidente Manuel María Mallarino. Ante la solicitud, Núñez le contestó que no había una vacante que estuviera a altura de sus méritos y capacidades. No obstante, Pérez Manosalva le replicó que no importaba pues estaba muy necesitado, y lo nombró como oficial de la Secretaría; pero, enseguida le hizo otra solicitud que sorprendió a Núñez: que su escritorio no estuviera expuesto a las miradas del público. Era muy laborioso, recordaría Núñez, y nunca salía de la oficina sin preguntar: “¿Ha salido el señor secretario?” y “Si yo no había salido se quedaba él en su puesto…” 

Dueño de una gran erudición y del don de la palabra escrita, a Santiago Pérez Manosalva siempre se le buscaba para presidir eventos culturales o para leer discursos en ocasiones especiales. 

Tal fue el caso de las honras fúnebres de su copartidario el expresidente Manuel Murillo Toro, jefe de los liberales radicales, en diciembre de 1880. En ellas dijo que la generación de la que el difunto había sido representante podía aguardar serena el veredicto de la Historia. Esta obraba como el océano, que acogía a los ríos luego de sus recorridos por largas y tempestuosas regiones y los decantaba en su verdadera fuerza: “Mas, así como los vemos pasar en la majestad de sus crecientes, y aguardamos que recobren su primitiva pureza, así vemos pasar también entre tempestades y eclipses, los espíritus de combate. La Historia, como el Océano es un eterno crisol: ella devuelve, a los hombres extraordinarios,  como el de que en este lugar nos despedimos, los devuelve, ya serenado el combate, con su verdadero carácter y en su prístina grandeza”. 

Memorable fue su discurso también en la inauguración del centro cultural Ateneo en Bogotá en junio de 1884. Como presintiendo la fatídica guerra civil que estallaría seis meses más tarde, afirmó: “El odio es una incapacidad en los hombres para ser grandes y una incapacidad en los pueblos para ser libres”. 

***

Expedida la Constitución de 1886 y con ella el comienzo del proceso conocido como la Regeneración, Santiago Pérez Manosalva fue nombrado director único del partido Liberal y director del periódico El Relator, fundado por su hermano Felipe. Al mejor estilo del periodismo de la época, sus páginas editoriales se convirtieron en una trinchera desde donde criticaba sin tregua al gobierno. Exasperado por las críticas, en agosto de 1893 el vicepresidente Miguel Antonio Caro ordenó el cierre del periódico y el destierro de su director. 

La cuestión fue de principios. Cuenta el cronista bogotano Tomás Rueda Vargas, que en alguna ocasión quiso precisar con el mismo Caro los motivos inmediatos para tan drástica decisión: “¿Sabe usted por qué desterré a Santiago Pérez? –respondió el vicepresidente– Ocurrió esto: al tiempo que él hacía violenta oposición al gobierno desde las columnas de El Relator, su hijo Santiaguito gestionaba con el gobierno de Antioquia la celebración de un contrato con la Casa Punchard sobre construcción del ferrocarril de Puerto Berrío a Medellín, que tenía que contar con la venia del gobierno nacional. Un día se presentó Goenaga, ministro de Fomento, diciéndome que por conducto de Alejandro Pérez (sobrino y yerno de don Santiago) había obtenido de Santiaguito la promesa de que El Relator moderaría la oposición, y cuál sería mi impresión cuando al día siguiente, por el contrario, la actitud del periódico subió al rojo blanco; de donde deduje que don Santiago era un farsante, que llevaba al país a la guerra, por lo que me apresuré a decretar su extradición”. 

Se equivocó Caro al creer que el expresidente era susceptible de sobornar. Santiago Pérez Manosalva, con lo pocos bártulos que pudo empacar, partió hacia París donde permaneció hasta su muerte en 1900. Nunca quiso regresar al país a pesar de la revocatoria de la medida en su contra. Vivió modestamente dictando clases de idiomas a estudiantes suramericanos y del apoyo que recibía de algunos familiares. Aunque soportó estoicamente las durezas del exilio, nunca dejó de atormentarlo las controversias y escándalos en que se vio envuelto su hijo Santiago, tan ajenas a su talante y rectitud. 

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Gustavo Bell Lemus

Historiador, abogado y político barranquillero. Se ha desempeñado en su carrera pública como Gobernador del Atlántico,Vicepresidente de Colombia y Embajador en Cuba durante los diálogos de paz con las FARC en La Habana.