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El poeta Juan Gustavo Cobo Borda leyendo algunos de los poemas de su libro “Casa de citas”, en 1981.

“La poesía es la casa del ser”, escribió Juan Gustavo Cobo Borda (Bogotá, 1948 – 2022). Cinco poemas para evocar al escritor y poeta recientemente fallecido.

He lamentado de veras la muerte de Juan Gustavo Cobo Borda, una de las grandes y más fecundas figuras de las letras colombianas y latinoamericanas de los últimos 50 años. No sólo como creador de ellas en calidad de poeta, crítico y ensayista, sino como antólogo, editor y difusor.

Cobo Borda hizo una brillante tarea en el Instituto Colombiano de Cultura (Colcultura), entre 1975 y 1983, bajo la dirección de Gloria Zea. Fue allí el artífice de la renovación de la Biblioteca Colombiana de Cultura (BCC).

Los libros de la BCC, en variados formatos, con sugestivas cubiertas en colores –diseñadas todas por la artista Marta Granados– y distribuidos en distintas colecciones, aparecían con una frecuencia semanal o quincenal, a precios muy económicos, y se conseguían en los puestos de revistas y periódicos de las principales ciudades del país.

Todo ello constituyó la mejor fiesta posible para los lectores que, como yo, andábamos en una adolescencia enardecida por la literatura, en plena etapa de descubrimiento de autores y obras.

Llevados por la brújula de nuestras emociones y por la guía que nos ofrecía el catálogo de la BCC, saltábamos de un hallazgo a otro, con inocente eclecticismo: de García Márquez a Eduardo Carranza, de Luis Vidales a Álvaro Mutis, de Hernando Téllez a Hernando Valencia Goelkel, de Germán Espinosa a… ¡Andrés Caicedo!

Una tarde de 1988, con algunos amigos poetas del grupo Ulrika, llegué a la Casa de Poesía Silva, y allí estaba Cobo Borda. Uno de ellos –creo que Armando Rodríguez Ballesteros– dijo ‘sotto voce’: “Parece un armario”. Recordé entonces que el gran Klim (Lucas Caballero Calderón) lo había retratado así años atrás: “Ese enorme bebesote alimentado con Milo de Colcultura”.

Quiero evocar a Cobo Borda con los siguientes poemas, el primero perteneciente a su etapa temprana (el título es una cita de un encomiástico verso de Rubén Darío, quien, gracias a un palancazo de Núñez, fue cónsul de Colombia en Buenos Aires de 1893 a 1894, durante el Gobierno de Caro):

Colombia es una tierra de leones

Pais mal hecho
cuya única tradición
son los errores.

Quedan anécdotas;
chistes de cafe
caspa y babas

Hombres que van al cine, solos.
Mugre y parsimonia.

Apocalipsis

Se acaba el papel toilette.
La crema de afeitar.
La pasta de dientes.
Se termina el champú.
Se caen los botones.
Se arruga la ropa.
Los cuchillos pierden filo.
El pelo crece.
Se abren grandes grietas
en las suelas de los zapatos.
Los tapetes se desgastan.
Las goteras perforan la mente.
Hay que cortarse las uñas.
Cambiarse las gafas.
Se fundieron los bombillos.
No vemos nada.
El fin del mundo se instaló en casa.

 

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Ilustración de Juan Gustavo Cobo Borda.

Los poetas mienten

I

Sus palabras
doran la piel de la amada,
prolongan el parloteo incesante
con que los niños rehacen el mundo
y construyen la casa de la mente
donde todos tendrán cabida:
los caprichosos y los lelos,
los arbitrarios y los llenos de falencias.

Bien o mal, los poetas no cobran nada
por revelar el engaño consentido
con que entre todos nos sentimos
seres reales de carne y hueso.

II

Sólo el poeta sabe
de su radical inexistencia.

El es apenas
esa ficción
construida por sus versos.

La red de mentiras tercas
donde busca atrapar
una muchacha
dura como piedra,
libre como viento.

Sensible como el abrazo
que se dan
quienes se quieren
y tiemblan.

Poema tristísimo

No me hago ilusiones.

Algún día
serás de otro
y tu valiente corazón
combatirá en otra guerra
y tu férrea voluntad
servirá bajo otra bandera
y tu desvelo
contemplará luna diferente.

Seré apenas
un hombre más
que no te dio hijos
sino sólo poemas.

Y la fatalidad
sin misericordia
de este vano pasar
por la tierra
volverá la ternura purísima
de tu entrega
una lágrima
ya seca.

La ceniza enamorada
que los días avientan.

Todo esto lo pensé
queriéndote.

Consejos para sobrevivir

Tu recuerdo me acorrala
y un animal, débil y acezante,
cura sus heridas con paciencia.
Me huelo buscando en mi piel
huellas de la tuya
y hay algo ciertamente espantoso
en dormir sin ti.
Repito,
un poco cansado de recalcar lo obvio,
que te quiero y ojalá nunca me olvides.
Pero esto es, o pretende ser,
un poema de amor.
Borra el énfasis,
diluye todo grito patético
y recuerda que la mayor sabiduría
consiste en desaparecer a tiempo.

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Joaquín Mattos Omar

Santa Marta, Colombia, 1960. Escritor y periodista. En 2010 obtuvo el Premio Simón Bolívar en la categoría de  “Mejor artículo cultural de prensa”. Ha publicado las colecciones de poemas Noticia de un hombre (1988), De esta vida nuestra (1998) y Los escombros de los sueños (2011). Su último libro se titula Las viejas heridas y otros poemas (2019).

 

 

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