Margarita Garcia

La escritora sanandresana Cristina Bendek encarna a las nuevas voces literarias del archipiélago. Foto: Joe Taylor, Epic.

Escribir desde una isla del Caribe implica darle una mirada a temas como la colonización, la migración y el aislamiento, pero también desde la frescura, la novedad, el goce y la música. Contexto conversó con la escritora sanandresana Cristina Bendek sobre la literatura insular del Caribe como experiencia integradora.

El Mar Caribe ha sido un espacio geográfico y simbólico de conversación que une  tierras diversas –y a veces místicas− que son bañadas por sus aguas. Es un territorio que dialoga desde lo continental hasta lo insular, a partir de muchas lenguas y orígenes, y entre formas de pensamiento y artes poderosas. 

En el medio, las islas. Y en ellas, la condición de la diáspora, los cambios y los movimientos de quienes llegan y de los que se van, el habitar un espacio finito y vivir en un “encierro que limita la sensación de libertad”, como lo afirma Cristina Bendek, ganadora del Premio Nacional de Novela Elisa Mújica en 2018 con su libro Los cristales de la sal. Conversamos con ella sobre las literaturas insulares y de la próxima Feria Internacional del Libro de San Andrés (Filsai), que tendrá lugar del 18 al 22 de septiembre de 2024.

Juan Camilo Rincón: ¿Cómo defines las literaturas que se hacen en las islas, en medio de su diversidad? 

Cristina Bendek: Es difícil definirlas; hay islas en el Caribe, en el Pacífico, en el Mediterráneo y en el norte de Europa; Japón es una isla, Nueva Zelanda, Indonesia. Creo que las limitaciones del paisaje son un elemento en común en estas literaturas, una cierta relación espiritual con el mar y con los retos que sobrevienen, una finitud. Suele haber temas en común en las literaturas de islas: la gente que se va, las diásporas, y la gente que llega; la forma en que los cambios y movimientos civilizatorios se proyectan en los espacios de las islas, el colonialismo y el ejercicio del poder, por ejemplo; esos elementos se convierten en formas de medir el paso del tiempo. Pienso en la Sicilia de Il Gattopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, en la Jamaica creole de El ancho mar de los sargazos de Jean Rhys o en The Fire Starters de Jan Carson y su relato de Irlanda del Norte. 

J.C.R.: ¿Cómo dialogan las escrituras continentales e insulares y cuáles son sus puntos de encuentro?

C.B.: Dialogan porque la experiencia de la emoción humana es la misma, aunque tenga disparadores distintos. Es que la literatura es una experiencia integradora, por definición. Hay procesos que se vuelven globales, aunque aniden primero en las metrópolis; inevitablemente viajan hasta los sitios más aislados del mundo y los transforman. Creo que hay una relación desigual entre las escrituras continentales e insulares, pero cada vez hay más propuestas que integran esas experiencias distantes.

¿De qué manera han enfrentado las literaturas de las islas el aislamiento, las dificultades de acceso, las condiciones mismas de la industria y el mercado editorial que no siempre ha mirado hacia esos territorios, o que lo hace desde una perspectiva continental?

Hay ventajas y desventajas en la condición de insularidad en islas pequeñas, y eso se refleja en la cultura. De un lado, hay una mirada fresca hacia todo; muchas cosas pueden tener un sentido de novedad cuando son consumidas o producidas desde islas muy pequeñas. Lo mismo pasa con las tendencias en la literatura: las cosas toman más tiempo para llegar y para ser procesadas y comprendidas. De otro lado, hay cosas que simplemente no interesan. Eso aplica para lo que escogemos leer y para lo que ofrecemos, también, de nuestros procesos creativos, pero creo que cuando una obra es lo suficientemente honesta y profunda debe poder conmover a pesar de todas las fronteras, incluyendo las fronteras editoriales y las del mercado. En el colonialismo hay una desigualdad terrible, una desolación, la sensación de estar perdidos, pero si uno puede alejarse de las banalidades de las tendencias y de la búsqueda de aprobación, hay un estado de liberación. Creo que la única forma de afrontar esas desigualdades es con una creatividad radical pero crítica, inconforme, incondicional.

Tu primera novela, Los cristales de la sal, nace precisamente de una pregunta sobre la ausencia de narraciones contemporáneas sobre las islas.

En 2016 regresé a vivir a San Andrés luego de casi catorce años; empecé a buscar relatos de lo inmediato, de la crisis que vivía entonces las islas, y encontré periodismo y opinión, pero no narrativa. Las novelas de Hazel Robinson describen los procesos más críticos de las islas cien y cincuenta años atrás, pero yo quería escribir, en cambio, la isla que a mí me había tocado. Por eso creo que Los cristales de la sal acaba siendo una obra muy realista, algo que para muchos raizales, me incluyo ahora, podría ser como un llover sobre mojado, pero yo satisfice mi afán de entonces por insertar nuestra realidad inmediata en la literatura, por criticar la narrativa publicitaria, que es todavía la narrativa que domina nuestra realidad.

La música es la expresión creativa más desarrollada en el archipiélago. Hasta hoy sigue siendo el depósito más claro de las emociones y de los eventos más fuertes que hemos tenido que enfrentar como comunidad en cien años.

Cuéntanos sobre ese otro tipo de lenguajes y de narrativas que se producen desde la condición diaspórica, y cómo ven la isla desde ese lugar.

Todo esto necesita su propio desarrollo narrativo. Son abundantes los casos de autores caribeños que desarrollan su obra sobre todo en la diáspora; casi es el caso de todos esos grandes nombres. Hay un ensayo corto de Jamaica Kincaid, una de mis obras favoritas, sobre esto; se llama Un lugar pequeño y trata precisamente sobre esta inquietud; diría que el encierro limita la sensación de libertad porque estamos supeditadas a las leyes tribales; es una realidad. Lo que podemos decir, lo que podemos criticar y nuestra forma de presentarnos en la experiencia social soporta grandes presiones cuando la vida material depende de los manejos en las islas. Además solemos pensar que nuestra experiencia de la vida es única; nos volvemos fatalistas y mesiánicos. Implica un gran esfuerzo estar presentes y vivir fuera de ese trance colectivo. 

… Y dentro de la complejidad de la condición de la diáspora.

La tragedia es que la condición de diáspora es dolorosa; implica extrañar, ser extrañados y ser extraños. En la isla no vuelves a ser simplemente alguien de la isla y fuera de ella quizá nunca seas tampoco reconocido como alguien propio. La medida en las que estas sensaciones se intensifican son distintas para cada quien; para mí, por ejemplo, son bastante fuertes. En mi caso, sin esa condición diaspórica es difícil recuperar la perspectiva sobre San Andrés, Providencia y Santa Catalina, el velo de su belleza y de sus bondades; es difícil difuminar con ese velo la frustración de su inmutabilidad, de sus narcicismos y de su lentitud, de su obstinación por lo pequeño y lo mediocre. Lo he hablado con muchos isleños en la diáspora y lo he leído en suficientes obras. Lo peor es que sentimos la culpa por abandonar el paraíso desdibujado sin poder acomodarlo un poco. 

¿Cómo permean las diversas etnicidades insulares la visión del mundo que, inevitablemente, atraviesa la escritura?

La creolización está en todas partes; la identidad personal se enriquece en el reconocimiento de que no somos una sola cosa, ni un resultado definido de la cultura; somos todos procesos vivos, en movimiento, aunque no seamos conscientes de eso. A mí me interesa escribir reconociendo esa profundidad, entonces siento que el mundo entero nos pertenece también, en la misma medida en que el mundo nos reclama para sí. Hay un dilema espiritual en la diversidad, una tensión creativa. 

Portada la novela de Cristina Bendek, obra ganadora del Premio de Novela Elisa Mujica 2018 de Idartes y Laguna Libros.

Está también el lugar que ocupa la música como una forma de literatura. 

Las citas de músicas isleñas en nuestra literatura son frecuentes, por ejemplo, y es porque la música es la expresión creativa más desarrollada en el archipiélago. Hasta hoy sigue siendo el depósito más claro de las emociones y de los eventos más fuertes que hemos tenido que enfrentar como comunidad en cien años, como el asesinato de Fabián “Hety” Pérez Hooker, el fallo de La Haya de 2012 y la pérdida territorial; en términos históricos, la corrupción de los años noventa, el hundimiento de goletas por parte de submarinos alemanes en la Segunda Guerra Mundial, la relación con Panamá y con el resto del Caribe… todo eso está allí, en letras y arreglos. Hay proyectos musicales contemporáneos que son críticos y originales, que integran asuntos ambientales en sus letras y que han madurado en propuestas que son atractivas masivamente. Ahí también hay una oportunidad de circulación para el resto de las artes insulares; todos vamos de la mano porque el reto de realzar la cultura es un reto colectivo.

¿Qué autores y escritoras de San Andrés, Providencia y Santa Catalina nos recomiendas, y cómo caracterizarías la literatura que se hace en esas islas colombianas?

Hay mucho de literatura de historia, como la obra de Hazel Robinson, que es sin duda la autora más madura de nuestra tradición escrita. Está la poesía kriol de Adel Christopher, que siempre es muy interesante para reconocer nuestro multilingüismo; están mis canciones favoritas de Joe Taylor y las de Elkin Robinson, ambos compositores providencianos; los poemas de María Matilde Rodríguez Jaime, la novela de John William Archbold, los cuentos de Lenito Robinson, la crítica y la no ficción de Jairo Archbold. De todos ellos se pueden encontrar fuentes en línea.

Cuéntanos sobre la Feria del Libro de San Andrés, Providencia y Santa Catalina (Filsai).

La Feria nació en el año 2000; ya va en la quinta fecha, como feria, pero se ha realizado por más de diez años en distintas versiones como fiesta, juntanza o encuentro de escritores; es organizada por la Fundación Mamaroja Company, que dirige la escritora María Matilde Rodríguez Jaime. Este año, entre el 18 y el 22 de septiembre, en la Carpa Literaria y la Calle de los Libros, la feria celebrará un pacto de hermanamiento cultural con Trinidad y Tobago, el país invitado de honor. Vendrán más de treinta invitados entre libreros, traductores, investigadores, artistas visuales, poetas y una franja musical en alianza con el Yehman Fest, producida por el músico providenciano Joe Taylor. Tendremos actividades en patios raizales y en barrios populares, y más de cuarenta talleres en todos los colegios de ambas islas. La feria apunta a seguir motivando y publicando, como en años anteriores, las letras de escritores insulares de todas las edades, desde los proyectos editoriales de La Raya en el Ojo y Luna con Parasol. Va a ser una fiesta grande, incluyente y memorable que este año tiene el apoyo del Ministerio de las Culturas, la Red de Ferias del Libro y la Gobernación Departamental.

Querido lector: nuestros contenidos son gratuitos, libres de publicidad y cookies. ¿Te gusta lo que lees? Apoya a Contexto y compártelos en redes sociales.

Juan Camilo Rincón

Periodista, escritor e investigador cultural.