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Bacca llevó el humor del Caribe a otro nivel, dotándolo del apunte culto y a la vez picaresco. Lo suyo era la alegría.

En agosto de 2020 y con motivo del lanzamiento de Contexto, invitamos a Ramón Bacca a ser parte del equipo de nuestro medio en calidad de miembro del consejo editorial y columnista de ‘Acento’, nuestra sección cultural. Reproducimos en esta edición sus últimos textos, los cuales recogen no sólo la vasta cultura y la mirada enciclopédica del autor costeño, sino la pluma de un creador con gran oficio como columnista de prensa a su paso por medios como “Diario del Caribe” y “El Heraldo”, donde por años escribió sus geniales ‘Puntos de Bizca’.

 

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‘A sangre fría’, de Truman Capote, referente universal de la literatura de no ficción.

No Ficción

Una de las noticias culturales más destacadas del momento es la versión cinematográfica del libro El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince, llevada a la pantalla por el famoso director español Fernando Trueba.

Esta “novela testimonial”, como se califica a este género de novelas, ha sido desde su primera edición un éxito en ventas y en la crítica literaria. Ahora, a su paso por la pantalla, hay que anotar cómo en varias declaraciones el director Trueba se ha declarado conmovido por la historia de vida del padre del autor.

Narrar la vida se la disputan la Historia, la novela y las biografías. (Podríamos incluir las crónicas, las conversaciones de sobremesa ya perdidas, las baladas populares, o las viejas canciones vallenatas).

La Historia es respetada, la novela es joven y glamorosa —apenas está llegando al quinto siglo de su plena presencia— y la biografía es la menos aplaudida, aunque el lector encontrará escenas sorprendentes, como cuando Plutarco en sus Vidas paralelas menciona el brazo caído y arrastrado del cadáver de Julio César, llevado por esclavos en una litera. Un dato magistral, porque se está mencionando el brazo del hombre que, instantes antes, era el más poderoso del mundo occidental. 

Narrar la vida se la disputan la Historia, la novela y las biografías. (Podríamos incluir las crónicas, las conversaciones de sobremesa ya perdidas, las baladas populares, o las viejas canciones vallenatas).

Aclaro sin embargo que, en estas fechas, el testimonio, una de las fuentes de la Historia, concita en el lector promedio más interés que la novela tradicional.

Mi fuga hacia la libertad (2011), testimonio del soldado John Frank Pinchao que escapó de sus secuestradores de la guerrilla, y No hay silencio que no termine (2010), las memorias de Ingrid Betancourt, ambos libros éxitos en ventas, me los presentó un editor —a quien quería convencer de editar mi novela La mujer barbuda— como un modelo a seguir si quería vender. Aseveración que se cumplió totalmente cuando considero los treinta mil libros que vendió Pinchao y los quinientos que vendió mi novela. Como cosa curiosa el editor no citó El olvido que seremos de Abad Faciolince, que desde su primera edición en 2007 batía récord de ventas, además con una gran calidad literaria. Esta es una novela testimonial arquetípica pues tiene un carácter histórico y a la vez subjetivo. No me atrevería a catalogarla como pionera en el género entre nosotros pues en casi todos los escritos siempre hay un olvidado antecedente sobre el mismo tema.

Cuando se citan ejemplos de novela testimonial o de no ficción se menciona (los términos son intercambiables) A sangre fría (1966) del escritor norteamericano Truman Capote, un clamoroso éxito mundial. A esta novela no ficcional siguieron otras del mismo tenor como La canción del verdugo (1979) de Norman Mailer, otro gran éxito. Sin duda este estilo de novela se imponía a todo tipo de lectores.

Puedo ufanarme de haber leído Operación masacre (1957) del argentino Rodolfo Jorge Walsh, novela pionera de la no ficción en la literatura en español. La compré en los años ochenta en la librería del psicólogo argentino (ya fallecido) Eduardo Rois, una librería exquisita que se hundió por falta de compradores. Aquí a las librerías no les va del todo bien ni siquiera en los días sin IVA.

¿Y quién cultiva entre nosotros este género de novela? Los crímenes espeluznantes que se han dado en la ciudad están esperando quién los relate.

Se dice que en la actual novelística, entre los jóvenes escritores, se mezcla la novela tradicional y el discurso testimonial. Esperanzas que ojalá logren sobrepasar el tiempo de espera.

El tema daría para más pero no en el espacio de esta columna.

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Foto: Patrick Tomasso. Unsplash.

¿Cómo escribir una novela?

Una alumna de literatura me manda un mensaje con esa pregunta. Medité la respuesta. Puedo confesar las dificultades para publicar que he tenido, pero el proceso creativo no es fácil de explicar. Puedo sugerirle que lea el proceso de investigación y  publicación de mi novela Deborah Kruel en dos revistas culturales que pueden ser consultadas al doctor Google.

Confieso que el recuerdo que precipitó la escritura de la novela fue la imagen de los zepelines (ahora se dice dirigibles) sobrevolando la bahía de Santa Marta. Salían cerca del canal de Panamá y llegaban más allá del Cabo de la Vela buscando la sombra de los submarinos nazis. Siempre hay una primera imagen que dispara la imaginación.

Tengo más fresco el recuerdo de La mujer barbuda, mi última novela publicada. Esta vez no hubo la primera imagen, sino que el editor de Planeta, me habló de una muchacha peluda que figuraba en una rechazada novela mía. “Escribe una novela con ese personaje y tienes seis meses para entregármela”. Contesté que nunca había escrito de esa manera. “Siempre hay una primera vez”, afirmó, mientras me adelantaba el contrato y algo de plata. Firmé.

Al salir de la editorial me pregunté ¿Qué sé yo de mujeres barbudas? Tengo algunas amigas con una sombra de bigote, pero hasta ahí… recordé que en mi infancia había ido a ver en el circo Atayde a la mujer barbuda, pero estaba enferma y quedamos los espectadores con la sola imagen de esa mujer en los carteles de propaganda.

En esta ocasión empecé a leer todo lo que pude sobre mujeres barbudas, barbadas, depilaciones, higiene de la mujer en el siglo diecinueve, costumbres victorianas, y los pocos libros de memorias sobre ese período entre nosotros.

Confieso que el recuerdo que precipitó la escritura de Deborah Kruel fue la imagen de los zepelines (ahora se dice dirigibles) sobrevolando la bahía de Santa Marta. Salían cerca del canal de Panamá y llegaban más allá del Cabo de la Vela buscando la sombra de los submarinos nazis.

Como me enfermé en algún momento, el editor me hizo repetidas llamadas. “Estoy entregando el puesto, si me voy no te publican”, me dijo. Tuve que escribir a contrarreloj el final, lo que no es bueno ni para la salud ni para la escritura. 

¿Y ahora qué puedo aconsejarle a mi joven corresponsal?

Por lo pronto, que siga la imagen que la impulsa.

(Aunque tampoco tiene que ser necesariamente una imagen. Con A la búsqueda del tiempo perdido, la novela de Marcel Proust, el autor se inspiró al morder una Magdalena —algo así como una almojábana— para después mojarla en una taza de café).

Después viene el trabajo de investigación, la introspección o la agonía. Autores sensatos opinan que se necesita mucho esfuerzo y trabajo frente al computador, antes frente a la máquina de escribir. Incluso se dan proporciones. 80 % frente al instrumento de trabajo y solo un 20 % de inspiración. No estoy convencido. Las musas existen y la inspiración para el poema o la novela solo llegará en el momento en que ellas quieran. Por algo Homero nos dice: “Canta, oh musa la cólera del pélida Aquileo”. El canto es lo heroico de la palabra y el bardo se sintió poseído y embriagado por las musas.

Y entre nosotros, nos lo confesó García Marquez al decirnos cómo cuando salió en su carro en una excursión familiar, decidió a los pocos minutos dar la vuelta de regreso pues sintió que debía volver a casa a escribir la novela que lo obsesionaba. En ese instante se le había revelado todo lo que buscaba, alguien se la estaba dictando al oído. ¿Quiénes? Las musas, ¿qué otras?

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Una de las primeras ediciones de Ojos de perro azul.

Un coloquio sobre Gabo

¿Qué autores influenciaron los cuentos de Gabriel García Márquez?

En marzo de 2015 recibí una llamada de Guido Tamayo invitándome a ir a la Feria del Libro en Bogotá para hablar de los cuentos de García Márquez. Le contesté que mejor invitara a uno de los expertos en nuestro Nobel, que hay muchos y muy buenos. Insistió en que fuera yo. Acepté, pero tenía la conciencia de que no era la persona indicada. ¿Qué tanto sabía sobre el tema?

Mis lecturas de los cuentos de García Marquez, confieso, no han sido sostenidas. En décadas anteriores cuando indagaba para mi libro Escribir en Barranquilla, al hablar con Alfonso Fuenmayor sobre el Grupo, me dijo que una apuesta hecha con Gabito —como siempre lo llamaba— fue sobre si era capaz de escribir un cuento policíaco, lo que determinó que García Márquez escribiera «La mujer que llegaba a las seis». Fuenmayor añadió que no era un cuento propiamente policíaco porque faltaba la solución que exigía el género.

Comentó cómo García Márquez sometía los cuentos para publicar en el magacín semanal Crónica a una revisión, eliminando palabras, hechos y personajes superfluos. Un ejercicio, afirmó Fuenmayor, muy útil para aprender la técnica, y así fue como se inventó cuentos para llenar el hueco de una página, como hizo con «Natanael hace una visita» y «Ojos de perro azul».

Fuenmayor afirmaba que García Márquez sometía los cuentos para publicar en el magacín semanal Crónica a una revisión, eliminando palabras, hechos y personajes superfluos. Un ejercicio muy útil para aprender la técnica. Fue así como se inventó cuentos para llenar el hueco de una página, como hizo con «Natanael hace una visita» y «Ojos de perro azul».

De todos los escritos de esa época, llamémosla barranquillera (1950 a 1952), García Márquez dijo de sus notas de La Jirafa, lo siguiente: “Me mostraba en esas columnas muy sensible a la cultura popular, al contrario de mis cuentos que parecen acertijos kafkianos, escritos por alguien que no sabía en qué país vivía” (Vivir para contarla).

Sobre esta afirmación, opinan distinto algunos estudiosos. Jacques Gilard, por ejemplo, en su ensayo El grupo de Barranquilla y el cuento, mencionaba la influencia de Edgar Allan Poe en nuestro Nobel (en «Ligeia», «Berenice», y «El extraño caso del señor Valdemar»), y lo obvio, las influencias de La metamorfosis de Kafka, El doble de Dostoievski y El otro de Unamuno.

Estas obras las había leído y las tenía presente para mis clases, pero con esa invitación a la Feria decidí leerlas de nuevo, cosa que hice. Más aún, quise sumergirme en los estudios sobre ellas, pero después de ver en la fastuosa biblioteca de Ariel Castillo la ingente cantidad de libros sobre la obra de García Márquez, decidí ir a la Feria con solo las lecturas que enuncié arriba.

En el hotel me encontré con la escritora argentina Hebe Uhart, una señora mayor, y con la joven escritora ecuatoriana Graciela Alemán, dos de las panelistas con quienes me tocaba hablar sobre el tema.

Antes de ir a la Feria conversé durante el desayuno con Hebe. Me confesó que había leído en el avión en que venía Doce cuentos peregrinos por primera vez y que conocía algo de la obra de García Márquez, porque ella como maestra daba clases de literatura hispanoamericana. 

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Portada de «La risa del cuervo», obra del escritor samario Álvaro Miranda.

El poeta Miranda

¿Quién era Álvaro José Miranda Hernández, el poeta samario de “La Generación sin Nombre”?

¿Algún autor colombiano ha escrito poemas o novelas surrealistas?, me pregunta un investigador literario.

Pensé de inmediato en La risa del cuervo, novela del poeta samario, recientemente fallecido, Álvaro José Miranda Hernández. ¿Es una novela surrealista, del realismo mágico o una novela gótica? Para la respuesta, que disputen los doctores en literatura. Lo único evidente es que esta novela es una de las más deslumbrantes de la literatura colombiana.

Repasé las páginas donde el patriota Rivas, tío político de Simón Bolívar, con su cabeza debajo de un sobaco huye de las tropas del chapetón Boves. Más adelante y con la cabeza cortada dentro de una caldera para hacer sancocho, tropezando con espinazos de coroncoro y hojas de plátano popocho, sigue su periplo hasta terminar con la cabeza en una estaca, todavía pensativa y discurriendo el porvenir.

Mas adelante, el cuerpo pulverizado de Manuelita Saenz está deseando la presencia erótica de un marinero holandés y el sabio Humboldt con su cuervo risueño lee un libro que cuenta el futuro de Hispanoamérica. Así sigue el lector, de sorpresa en sorpresa, en esta novela sobrecargada de imaginación poética.

Sobre ella, Germán Arciniegas opinó: “La risa del cuervo queda flotando como un fondo de locura sobre el cual tenía que dibujarse la epopeya americana”

En “La risa del cuervo”, el cuerpo pulverizado de Manuelita Saenz está deseando la presencia erótica de un marinero holandés y el sabio Humboldt con su cuervo risueño lee un libro que cuenta el futuro de Hispanoamérica. Así sigue el lector, de sorpresa en sorpresa, en esta novela sobrecargada de imaginación poética.

Al poeta Álvaro Miranda lo conocí en los lejanos ochentas, en la casa de la cultura de Santa Marta, en una reunión de los cuentistas que íbamos a figurar en la primera antología del cuento del Magdalena. La antología, después de varios tropezones, al fin salió y es bueno conservarla.

Álvaro me regaló la primera edición de su novela La risa del cuervo y me explicó que la había escrito en la Argentina cuando había viajado a ese país en plena juventud. Tenía en mente varios proyectos literarios, pero allá vio el anuncio de un concurso de novela con un premio apetitoso. Entonces, la escribió, participó y ganó. Pero, siempre hay un pero, y fue así que no le dieron el premio porque este era para los argentinos y no para un extranjero, como le dijeron al no entregárselo. Afortunadamente, en 1992 la novela obtuvo el premio “Pedro Gómez Valderrama” y está considerada como una de las mejores publicadas en este país en el siglo pasado. Aunque ha tenido varias ediciones, no es fácil encontrarla en las librerías. Suele suceder.

Álvaro Miranda fue uno de los integrantes del grupo de poetas bautizado como “La Generación sin Nombre” por el bardo Aurelio Arturo. Si bien Miranda escribió la novela Un cadáver para armar, un delirio sobre San Juan de la Cruz, Jorge Eliecer Gaitán, el fuego de una vida, una biografía, Totó la Momposina, la memoria del tambor, y otros libros de crónicas, su referencia literaria es fundamentalmente la poética.

Publicó varios libros de poesía y en Simulación de un reino (1995) reunió toda su producción poética hasta esa fecha. En la reciente antología, titulada Poetas del 68; La generación sin nombre (1968 – 2018) hecha por Federico Diaz-Granados, y en su último libro de poesía La nueva épica del Cid, el libro blanco de los muertos (2017), aparece el poema “Mio Cid y la valoración de los huevos de iguana”, que en uno de sus apartes dice: “El Mio Cid vive en el arriba de la noche, en el debajo de los días y sale cuando en los altares de la iguana el huevo de la serpiente se decolora con el agua”.

Adiós Álvaro.

Ramón Illán Bacca

(Santa Marta, 1938 – + Barranquilla 2021) Escritor y profesor universitario autor, entre otras, de las novelas Déborah Kruel, Maracas en la ópera, Disfrázate como quieras y los libros de cuentos Marihuana para Göering.