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El maestro Rafa Cassiani, guardián de una centenaria tradición que puso en diálogo la música afrocaribeña.

El músico Rafael Cassiani Cassiani, fundador del Sexteto Tabalá, falleció el pasado sábado en su natal San Basilio de Palenque. El autor de esta crónica rememora un encuentro con el artista palenquero, heredero de una tradición musical venida de Cuba un siglo atrás que echó raíces en el Caribe colombiano.

Dicen que Álvaro Cepeda Samudio dijo alguna vez que la nostalgia era un costeño con gabardina. Otros han afirmado que vieron la frase como un grafito en algún baño o una pared de Bogotá. Pero yo creo –porque tengo evidencias– que la nostalgia es un palenquero en la capital usando guantes de lana rosados para el frío.

Lamparita –el tamborero de la agrupación palenquera de música Las Alegres Ambulancias– mira a todos lados y se arremanga unos guantes de lana rosados que se le escurren por las manos con facilidad. Lleva un sombreo concha e’ jobo que se acicala nerviosamente, mira a todos lados, y de vez en cuando posa sus grandes ojos de niño travieso, pero intimidado, sobre el grupo de conferencistas que tiene al frente. En el vestíbulo del teatro Jorge Eliecer Gaitán los palenqueros Rafael Cassiani Cassiani, Dorina Hernández, Viviano Torres, Jesús Pérez Palomino y Enrique Márquez, junto a Gloria Triana, comienzan un conversatorio sobre las tradiciones de Palenque y la importancia de la lengua para el fortalecimiento de la identidad de esta población del Caribe colombiano.

Es el comienzo de la noche lluviosa de un martes 6 de junio de 2006. El día anterior, invitados por la Fundación BAT, en el marco del programa “Apoyo a las fiestas populares de Colombia”, una delegación de palenqueros conformada por músicos, coreógrafos, bailarines, académicos y gestores culturales se trasladó a la ciudad de Bogotá. No suele ser común armar palenques en los páramos. Sin embargo, en esta ocasión bien valía la pena soportar por unos días la lluvia y el frío capitalino y renunciar por unos momentos a la estética del vestuario cotidiano. Se trataba de promocionar el Festival de tambores y expresiones culturales de Palenque que se realiza –desde 1981– en esa población conformada hace más de cuatro siglos por hombres y mujeres negros cimarrones que se le fugaron a la esclavitud y que la UNESCO proclamó en noviembre de 2005 como obra Maestra del patrimonio oral e inmaterial de la humanidad. Palenque: del ritual del Lumbalú a la euforia de la Champeta, se tituló el programa promocional presentado en el teatro Jorge Eliecer Gaitán y la Media Torta en la ciudad de Bogotá. Con las presentaciones de las agrupaciones musicales Las Alegres Ambulancias, Sexteto Tabalá, Anne Swing, acompañado de un gran espectáculo de baile, talleres, conversatorios y una muestra fotográfica, los cimarrones montaron su palenque en el páramo brumoso.

Los palenqueros de hoy como los de ayer también viven en fuga. Los de ahora no se esconden de las autoridades coloniales, tratan de escapársele a la estigmatización y el racismo. Tal vez por eso, la primera presentación del programa comenzó con la aparición de una mujer que pregona en lengua palenquera y en castellano los atributos de los palenqueros. Además de buenos músicos, boxeadores y bailarines –dice la mujer–, en Palenque también hay antropólogos, médicos, poetas, profesores, abogados e historiadores. Palenque no es una pieza de museo. No es sólo “la inocencia de un niño que tira trompadas”, ni su cultura es una valija de expresiones para amenizar cocteles. Vinieron a hacerles comprender al país que el reconocimiento de la diversidad pasa por la posibilidad de acceder a las oportunidades que otros sí tienen, dentro del respeto y sin tener que renunciar a lo que son.

Un cimarrón encuentra su palenque

Por alguna razón caprichosa cambié mi ruta habitual para ir desde el barrio la Macarena hasta la Universidad de los Andes. No bajé por la carrera quinta, sino que decidí buscar la séptima como quien pretende hacer el camino más largo para evitar llegar a su destino. Caminaba despacio, con las manos en los bolsillos, y me sorprendí extrañando el hábito de fumador que nunca he tenido. Caía una lluvia menuda y triste y el frío se sentía como si abrazaras un bloque de hielo. A esa hora, las nueve de la mañana, los almacenes de la séptima subían sus pestañas metálicas y abrían sus grandes ojos de cristal esperando atraer clientes con la policromía de sus retinas. Los habitantes de la calle que dormían en las aceras se desperezaban y recogían sus enseres; el marketing callejero hacía lo propio, y los repartidores de tarjetas de prostíbulos baratos, que ofrecen dos colegialas por el precio de una, preparaban su arsenal erótico.

A la altura del Teatro Jorge Eliecer Gaitán dos obreros colocaban el aviso del espectáculo actual del teatro: Palenque: del ritual del Lumbalú a la euforia de la Champeta. Me detuve a observar y justo en ese momento a un costado frenó una furgoneta blanca. De su interior bajó Graciela Salgado, cantadora, líder de la agrupación de musical Las Alegres Ambulancias, seguida por el resto de integrantes del grupo. ¡Viva Palenque! les dije cuando pasaron frente a mí y respondieron con generosas sonrisas, cruzaron la calle y se internaron en el teatro. Seguí caminando por la séptima y a dos cuadras en sentido contrario venía el maestro Rafael Cassiani con los integrantes del Sexteto Tabalá. Iban, al igual que Las Alegres Ambulancias, a probar el sonido para la presentación de esa noche.

En medio de la orfandad que suelen producir las grandes ciudades, descubrir la presentación del Palenque de San Basilio en Bogotá, me produjo la sensación de un cimarrón desesperanzado que después de tanto andar, encuentra en medio de la selva un espacio de libertad. Los siguientes tres días, junto con Celestino Barrera, Franklin Castañeda y Javier Velásquez, estuve en el hotel donde se alojaba la delegación y en los camerinos del teatro Jorge Eliecer Gaitán, acompañando a los músicos del Sexteto Tabalá y a Viviano Torres, el cantante pionero de la música champeta. Escarbando en la orgullosa y generosa palabra de Rafael Cassiani –líder del Sexteto–, nos acercamos a la memoria de Benkos Biohó y de Catalina Luango.

Los cubanos no sólo trajeron la experticia para sembrar caña, también trajeron el sabor de los sones. El primer Sexteto, conocido como Sexteto Habanero, se armó en los años treinta del siglo pasado. Después de su extinción, una nueva generación, en la que se encontraban el maestro Cassiani y el maestro Simarra.

Los sones de Tabalá

La primera vez que vi al maestro Rafael Cassiani fue en el año de 1999 mientras coordinaba un programa en la Secretaría de Educación y Cultura de Bolívar y trataba de sobrevivir, gracias a las buenas intenciones de María Josefina Yances y Margarita Abello, a las miserias de la burocracia provinciana. El maestro llevaba en el pecho, como un amasijo de escapularios festivos, varias credenciales de los festivales y eventos a los que había asistido. Ahora, ni siquiera su esbelto cuello de Masai, le alcanzaría para portar todas las credenciales de los nuevos lugares donde se ha presentado.

El Sexteto Tabalá nació cuando la caña señoreaba en la región y el ingenio de Sincerín en el departamento de Bolívar contrataba especialistas cubanos para la producción de azúcar. Los cubanos no sólo trajeron la experticia para sembrar caña, también trajeron el sabor de los sones. El primer Sexteto, conocido como Sexteto Habanero, se armó en los años treinta del siglo pasado. Después de su extinción, una nueva generación, en la que se encontraban el maestro Cassiani y el maestro Simarra (Simancongo), desempolvaron la marimba, afinaron la clave, llenaron de semillas las maracas y empezaron a tocar en Cartagena, Barranquilla, la Zona Bananera y Valledupar. Con el tiempo el grupo se consolidó y gracias a su música han viajado por el mundo. Cassiani sonríe como un niño cuando recuerda su viaje a Jamaica: “es una cosa lindísima, todos eran negros, el presidente, los policías y cuando tocamos la gente tuvo una reacción muy grande”. El maestro se siente tranquilo, detrás de los miembros mayores de Tabalá vienen nuevas generaciones, incluso se está formando un grupo de niños para garantizar la permanencia en el tiempo de los sones de Tabalá.

Benkos Biohó regresa a su palenque

Cuando el Sexteto Tabalá empezó a tocar en la Media Torta la canción ‘Agua’, un aguacero descomunal se precipitó sobre el centro de Bogotá. Desde el público un cartagenero con voz de trueno increpó a San Pedro: “¡Ajá San Pedro cara e mondá!”. La lluvia permaneció un tiempo sin amainar pero ninguno de los asistentes se movió de su lugar. Fue la última presentación y el palenque empezó a desmontarse.

Las despedidas son tan predecibles como la presencia de una goma de mascar desgastada en el orinal: sobran promesas y faltan manos para los abrazos. Benkos Biohó llegó con lluvia y se marchó con lluvia. Se fue con sus cimarrones a montar palenques de fraternidad a otra parte, mientras una espesa niebla cubría con su blancura los cerros orientales. En ese momento supe que la nostalgia era un cimarrón que veía partir su palenque.

Javier Ortiz Cassiani

Es escritor e historiador de la Universidad de Cartagena. Ha sido profesor de las universidades de Cartagena, Jorge Tadeo Lozano (seccional del Caribe), los Andes y la Santo Tomás de Cartagena. Es doctorando en Historia de El Colegio de México.