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Foto: PxHere.

Día a día gana espacio la voracidad desmedida en nuestro sistema político. Llegó la hora de elegir a funcionarios que practiquen una ética de la sobriedad.

La clase política y los servidores públicos deben practicar altos estándares de conducta para que la ciudadanía recupere la confianza en el sistema político y se pueda tener un sector público mucho más eficaz y fiable. Necesitamos que los funcionarios sean fuente de moralidad en todas sus actuaciones.

Reconozco que existen muchísimos funcionarios que actúan de manera éticamente correcta, por lo menos en las circunstancias ordinarias de la vida. Pero sé, al mismo tiempo, que también existen funcionarios en todos los niveles del Estado que devalúan el sentido de la moralidad y los contenidos morales.

Lo hacen sencillamente porque desconocen que la base del comportamiento moral está en reconocer y valorar a sus semejantes y obrar en consecuencia. Es decir, para que un individuo pueda actuar moralmente tiene que superar de alguna forma el horizonte individual y buscar por medios lícitos el bien de los demás.

Lo que estoy diciendo es que existen servidores públicos que fundamentan sus actuaciones en lo que se podría denominar un egoísmo desmedido, que los hace anteponer su interés propio y ocuparse solamente de lo que atañe a su beneficio personal o al de sus allegados, en prejuicio del interés general.

Este sentimiento egoísta en su forma más extrema se expresa en una forma turbia y depredadora de actuar denominada: voracidad sin límite. Una derivación del egoísmo desaforado que mueve a los individuos a satisfacer el interés propio, con mayor apetito, hasta convertirlo en un hambre insaciable.

La voracidad está asociada con el dominio, el poder y, sobre todo, la codicia. Y es este precisamente el deseo incontrolable que lleva a algunos funcionarios a acaparar el poder, ganar estatus y atesorar fortunas. A los funcionarios voraces nada les conforma, siempre quieren más y jamás se sienten satisfechos.

Como bien sabemos, la voracidad no es solo un problema personal, sino también la fuente de una dramática serie de problemas sociales y un palo en la rueda en la búsqueda de la justicia social. La voracidad da rienda suelta al abuso, la concentración del poder, la corrupción o al saqueo del erario.

Es innegable que las plagas de la voracidad siguen siendo noticia del día en los medios de comunicación, pareciera que hay una competencia para ver quién gana el primer puesto en esa ominosa materia. Mientras, los ciudadanos parecen tener una desolada resignación ante su presencia.

La voracidad es un palo en la rueda en la búsqueda de la justicia social. Da rienda suelta al abuso, la concentración del poder, a la corrupción o al saqueo del erario.

He aquí, pues, mi preocupación: ver como día a día gana espacio la voracidad desmedida en nuestro sistema político. ¿Cuál es el estado actual del debate al respecto, ahora que todos hablan de renovar la política? ¿Es posible ponerle freno a este deseo insaciable de poseer que va en contravía de la justicia?

Yo diría que las respuestas tienen que ver con el mejoramiento de la cultura política, la participación y el control de la ciudadanía, la efectividad y transparencia gubernamental, la eficacia y autonomía de la justicia, la rendición de cuentas, la regulación y control del ejercicio del poder de los gobiernos, etc.

Sin embargo, quisiera hacer hincapié en una respuesta que prevalece sobre las demás, que habla de la necesidad que tienen los seres humanos de dotarse de una ética, para poder tener un claro sentido del deber, del bien y de los límites o mínimos morales que permiten desarrollar un mundo más justo.

Tenemos que elegir a funcionarios que practiquen una ética de la sobriedad, entendida en términos de sencillez, simplicidad, autocontrol y autolimitación, para que puedan utilizar con prudencia y moderación el poder y los bienes públicos. Necesitamos personas que privilegien el ser sobre el tener.

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Julio Antonio Martín Gallego

Magíster en educación, especialista en filosofía contemporánea e ingeniero mecánico de la Universidad del Norte. Investigador y consultor especializado en procesos de cambio educativo y aprendizaje organizacional.

 

 

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