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Pintura que interpreta la llegada de Bolívar a Barranquilla en noviembre 8 de 1830. En la imagen se ve a El Libertador Simón Bolívar bajándose del coche de Don Pedro Juan Visbal, quien lo trajo desde Soledad, siendo recibido en la Plaza de San Nicolás por Don Bartolomé Molinares, su anfitrión en Barranquilla por tres semanas. Foto de la obra cortesía de Moises Pineda.

Hace 190 años, y pocos días antes de su muerte, el Libertador se instaló en la joven Villa de Barranquilla, que entonces era una aldea de cinco mil habitantes. Crónica histórica.

A mediados de 1830 Simón Bolívar abandona Bogotá y se dirige hacia la costa Caribe. Es muy difícil saber hoy cuáles eran sus reales intenciones porque ni él mismo lo sabía, considerando su estado de salud quebrantada. Además de enfermo, venía decepcionado por el curso de los acontecimientos que anunciaban el fin definitivo del proyecto de la República de Colombia establecida en Cúcuta en 1821. Una vez más se dirige a Cartagena buscando quizás el comienzo de una nueva jornada. Ya había estado una vez a fines de 1812 huyendo de los españoles, quienes lo habían derrotado en la primera república en Caracas. Luego la segunda vez en 1815, mirando desde el Cerro de la Popa a la ciudad amurallada en donde estaba el jefe militar Manuel Del Castillo y Rada, quien no quiso darle el apoyo militar para defender a Barranquilla y Soledad ante el ataque del ejército español. Quince años después, por tercera vez nuevamente en Cartagena en el Cerro La Popa con su comitiva, pensando quizás en imponerse ante los rebeldes de Ciénaga, Riohacha y Caracas. En estas circunstancias recibe la peor noticia que se podía imaginar. Su fiel compañero Antonio José de Sucre había sido asesinado en Berruecos, en el sur de Colombia.

Las noticias que le llegaban de Europa no eran mejores. Los tiempos del optimismo de la Revolución Francesa se habían acabado al ritmo de valses en los salones de Viena en donde los más poderosos monarcas del viejo continente acordaban restaurar las monarquías hasta donde fuera posible.

La llegada de Bolívar a Barranquilla y su posterior salida está documentada, y además comentada. Incluso hay una versión literaria del Nóbel colombiano Gabriel García Márquez sobre esos tan difíciles días antes de la muerte de El Libertador. De Cartagena va a Turbaco y luego llega a la Villa de Soledad en donde es bien recibido por Pedro Juan Visbal, un personaje importante y poderoso quien le ofrece todo lo necesario durante su estadía. El domingo 7 de noviembre viaja a Barranquilla en un coche de su anfitrión Bartolomé Molinares, comerciante republicano y dueño de una casa aledaña a la Iglesia de San Nicolás. Bolívar llamaba a Molinares cariñosamente como “Papá Molinares”, quien junto a su esposa Petrona de la Rosa tuvieron unas atenciones muy especiales con la ilustre visita. Para los lectores jóvenes, de este lugar solo se conservan las fotografías anteriores a 1930, año en que fue demolida para ampliar la Calle Ancha y cambiarle el nombre en honor al héroe como Paseo Bolívar. Este lugar es conocido también como la esquina del Cañón Verde, debido a que en algún tiempo remoto, probablemente en 1815, cuando se dio la única y última guerra que ha vivido la ciudad, momento en el que fue incendiada por las tropas españolas, quedó esta arma en la calle y es posible que alguien quiso manifestar el deseo de condenar cualquier tipo de guerra enterrando el cañón con la boca hacia abajo.

 

¿QUÉ HIZO BOLIVAR EN BARRANQUILLA DURANTE ESOS DÍAS?

En primer lugar, intentó mejorar su salud con la ayuda de un médico, pero la actividad más importante fue recibir cartas de parte de sus amigos políticos y también escribir las correspondientes respuestas. En este año de 1830 el ejecutivo había quedado en manos de Rafael Urdaneta, quien intentaba salvar la unión de la joven república en medio de grandes conflictos políticos.

Una de las cartas más conocidas escritas en Barranquilla es la que le dirige al general venezolano Juan José Flores, quien se encontraba en Ecuador como máxima autoridad. Solo es necesario mencionar su desencanto que muestra la profunda decepción que lo embargaba. Además de ingobernable, las nuevas repúblicas caerían en manos de dictadores y lo único que se podía hacer era emigrar, y que quizás la América volvería al caos primitivo.

La Barranquilla de ese momento era una aldea de unos cinco mil habitantes, ubicada frente a una ciénaga conectada al Rio Magdalena poco antes de su desembocadura. Se trataba de una barranca especial porque estaba habitada en su gran mayoría por “libres de todos los colores”, quienes se dedicaban principalmente a los oficios de personas libres, es decir, el comercio de todo tipo, bastantes actividades artesanales, y los afrodescendientes, quienes se ocupaban de la llamada “boga” encargada de impulsar las embarcaciones por el Rio Magdalena. Ya existía la Iglesia de San Nicolás y el edificio llamado “El Cuartel” por encontrarse allí una fuerza militar. Este edificio fue demolido para colocar en ese lugar la estatua de Simón Bolívar montado en un caballo que existe hasta nuestros días.

Los textos que se han escrito relatan algunas actividades del general en la joven Villa de Barranquilla. Hasta cuando su salud se lo permitía, salía con un gorro gris a caminar por las calles arenosas y por la orilla de la ciénaga hasta el antiguo atracadero de canoas y de otras embarcaciones fluviales. También solía visitar la esquina en donde aún existía la llamada Cruz Vieja, que fue un lugar de oración espontánea ante la ausencia oficial de la Iglesia.

En estos paseos le acompañaba a menudo Agustín Iturbide en su condición de edecán, hijo de un líder mejicano quien en 1824 intentó restablecer la monarquía en su país, lo que le costó la vida frente a un pelotón de fusilamiento. Su hijo, como muchos románticos de la época, se había unido a Bolívar en las campañas en el Perú. Como un dato curioso se cuenta que Bolívar enviaba a su fiel ayudante José a Santa Marta a buscar alimentos que no se encontraban en Barranquilla, como determinadas frutas y verduras, vino, pan y licores. Esto se explica quizás porque la mayoría de la población se alimentaba de lo que daba la tierra, y porque eran agricultores, pescadores y trabajadores sencillos y solo unas pocas familias podrían tener costumbres alimenticias propias de Europa. Así le escribía Bolívar al General Mariano Montilla quien se encontraba en esos días en Santa Marta: “Le sorprenderá a Ud. la llegada de José por allá; lo mando a buscar algunas cosas para la mesa: pues no tenemos aquí ni pan, ni vino, ni nada más que lo que da la tierra”.

Los textos que se han escrito relatan algunas actividades del general en la joven Villa de Barranquilla. Hasta cuando su salud se lo permitía, salía con un gorro gris a caminar por las calles arenosas y por la orilla de la ciénaga hasta el antiguo atracadero de canoas y de otras embarcaciones fluviales. También solía visitar la esquina en donde aún existía la llamada Cruz Vieja, que fue un lugar de oración espontánea ante la ausencia oficial de la Iglesia.

El general Bolívar casi siempre que llegaba a algún lugar se contactaba con la gente más importante, ya sea autoridad civil o empresarios. En uno de esos paseos caminaba con John Glen, quien con su hermano Edward tenían una empresa de transportes. Habían llegado de Canadá en 1809 en los momentos que se iniciaba el proceso independentista y pronto vieron que Barranquilla ofrecía más posibilidades para el comercio. Fueron los primeros realmente ricos del pueblo y también patriarcas de la aldea. Llegaron a tener cien bogas y más de una docena de embarcaciones. En uno de esos paseos cuentan los cronistas que John Glen debió acompañarlo para subir y bajar la escalera de la casa Molinares.

Otro personaje con quien departió Bolívar fue Santiago Duncan, nacido en Escocia y emigrado a Jamaica en donde enviudó. Fue un comerciante próspero quien en algún momento se enamoró del ideal de la Independencia, se incorporó a las milicias y luego se enamoró de una dama de Barranquilla y se quedó para siempre. En la primera visita que hizo Bolívar a Barranquilla recién liberada el 23 de agosto de 1820 se alojó en la casa de este escocés, quien tenía en ese momento la casa más distinguida de la aldea. El historiador Juan Pablo Llinás escribió: “La casa que acoge a los huéspedes se halla situada en la calle llamada Grande, hoy 21. Muestra el rico domicilio dos plantas y techo de palma amarga”.

Un martes 30 de noviembre, lo más probable en un día al amanecer con los fríos vientos alisios, abandonó Barranquilla desde el puerto fluvial en una embarcación que navegó río abajo y luego por el “Caño de la Piña” hasta la bahía de Sabanilla en donde se embarcó en el bergantín Manuel, el que a su vez fue acompañado hasta la bahía de Santa Marta por un barco de guerra norteamericano de nombre Grampus.

Los días que pasó en Barranquilla fueron los últimos antes de fallecer el 17 de diciembre en la hacienda San Pedro Alejandrino en las cercanías de Santa Marta. Naturalmente se puede pensar en lo triste de este final, pero en comparación con muchos otros próceres de la Independencia en América, en el final de su vida Bolívar estaba rodeado en Soledad, Barranquilla y Santa Marta de personas que lo respetaron y lo atendieron con lo mejor que ellos tenían. Muchas personalidades de la Independencia americana terminaron muy mal, como Iturbide en México que fue fusilado, el general venezolano Páez en el exilio en los Estados Unidos, Bernardo O´Higgins de Chile terminó exiliado en el Perú, el patriarca Francisco Miranda en una cárcel española, San Martín exiliado en Francia, etc. En estos procesos tan complejos pareciera que de manera misteriosa la Historia requiere de sacrificios, y sobre todo de los que se atreven a mirar hacia el futuro y luchan por alcanzarlo. En Barranquilla se guarda su recuerdo por la estatua y la avenida que lleva su nombre en el germen inicial de la ciudad. También un barrio en el sur oriente, una prestigiosa universidad y un pequeño monolito de piedra en la bahía de Sabanilla en donde en una fría mañana de noviembre se despidió de este pedazo de tierra que en dos oportunidades lo acogió con el respeto y devoción que se merecía.

Jorge Villalón

Historiador. Docente e investigador de la Universidad del Norte.