Margarita Garcia

Ilustración: Davide Bonazzi. Theispot.

La polarización política parece haber llegado para quedarse en nuestras sociedades. ¿Cómo lidiar con un fenómeno al que parece difícil escapar?

A la presión que generan los problemas económicos, la criminalidad, la corrupción y la violencia, se suma la zozobra que aviva la polarización política. Una despreciable estrategia que utiliza la confrontación emocional buscando hacer mella en la identidad social.

Se podría decir que, en los últimos tiempos, la mayor polarización entre los partidos políticos de izquierda y derecha ha provocado un mayor distanciamiento y, sobre todo, tensión entre los ciudadanos que se ven jalonados por ella; en ocasiones, sin oponer resistencia.

Y, como era de esperar, una parte de los ciudadanos se siente como pez en el agua y toma partida en este choque de diatribas; otra, buena parte, queda atrapada entre dos aguas y se ve compelida a pagar un precio respecto a este fenómeno de tensión social.

Lo que me parece relevante es que este fenómeno afecta tanto a los grupos que se enfrentan como a los ciudadanos que estan en medio de la confrontación, porque las personas no pueden afrontar de manera neutral una realidad que le interesa, e interpela. 

Es bien sabido que, en un ambiente de polarización, las personas más ideologizadas se vuelven adictas a la confrontación, fortalecen la adhesión a sus postulados y renuncian a la deliberación. Una combinación explosiva que amenaza la relación entre adversarios.

Y también el buen juicio de los implicados, pues suelen caer en un círculo vicioso que desencadena un estado de exacerbación emocional, de pérdida de control o desgaste emocional que los desconecta de la realidad, altera su estado de ánimo y razonamiento. 

¿Qué pasa con los que estan atrapados entre esas aguas y no beben de ellas? Me atrevo a decir que quienes no estan en el tribalismo político suelen asumir actitudes como la indolencia, el repudio, la crítica, e incluso, pueden terminar entrando al juego de la polarización.

Es bien sabido que, en un ambiente de polarización, las personas más ideologizadas se vuelven adictas a la confrontación, fortalecen la adhesión a sus postulados, y renuncian a la deliberación.

En mi opinión, la presión arbitraria de la polarización forzosamente conlleva a que la sociedad toda sufra emocionalmente cuando este fenómeno infecta todas las esferas de la vida: familia, amistades, etc. Es decir, el daño va más allá del ojo del huracán.   

Entonces, ¿qué deben hacer aquellos que no quieren jugar a la polarización? Creo que el ciudadano que está atrapados entre dos aguas no puede dejarse llevar por la corriente, ni zozobrar en la tormenta, y menos fungir como naufrago abandonado a su suerte.

En todo caso, resta asegurar que el camino no puede ser más fragmentación, sino fortalecer la participación, elevar y enriquecer el debate público en el marco de un modelo gana-gana en el que no se alimenta la hoguera con más leña, sino con acuerdos. 

¿Pero no es esto una utopía? Cuando los ciudadanos se han vuelto esclavos de sus propias creencias, de ideologías soportadas en valores universales que ocultan bien sea la moral de la envidia o la moral del egoísmo, ¿qué opción realmente queda? Pienso que este enigma se resuelve si tenemos el valor de mirar a nuestro interior y tomamos consciencia de las creencias que nos doblegan y dirigen como tontos. Solo así podremos rebelarnos para actuar con libertad y responsabilidad buscando la verdad. 

Si este autoanálisis previo es olvidado, si se le ignora o descuida, será difícil cambiar nuestra posición frente al mundo. A final, como dijo Martin Luther King: “Toda persona debe decidir si camina a la luz del altruismo creativo o en la oscuridad del egoísmo destructivo”.

julio-martín
Julio Antonio Martín Gallego

Magíster en educación, Especialista en filosofía contemporánea e Ingeniero Mecánico de la Universidad del Norte. Investigador y consultor especializado en procesos de cambio educativo y aprendizaje organizacional.

 

 

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