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Gustavo Petro y Gabriel Boric, la “nueva ola” de la izquierda latinoamericana. Foto: revista Semana.

La capacidad de la izquierda para ser motor de un nuevo ciclo progresista dependerá de que además de encarnar el descontento con la vieja política, sea capaz de formular nuevos consensos sociales.

El reciente desplome de Podemos en España (cuya ascendencia en América Latina es innegable) y la creciente impopularidad de Gustavo Petro en Colombia (59 %, según Invamer) y Gabriel Boric en Chile (61 %, según Cadem) marcan un momento propicio para preguntarse para dónde va la izquierda. Noam Titelman, ex-dirigente estudiantil y uno de los fundadores del Frente Amplio chileno, acaba de publicar un libro tan sugerente como oportuno: La nueva izquierda chilena. De las marchas estudiantiles a La Moneda (Ariel) donde describe las bases ideológicas del movimiento estudiantil que apareció en la escena política en 2011, que en 2017 presentó su candidato presidencial y que en 2022 llegó al poder en coalición con el Partido Comunista. El Frente Amplio, según el autor, nació como una respuesta a la desconexión de las élites con la ciudadanía pero afronta el desafío inédito de gobernar. No es difícil intuir que el Pacto Histórico, otra coalición novel en el poder, afronta un desafío similar.

Nacional popular y socialdemócrata: las dos izquierdas latinoamericanas 

Siguiendo a Panizza, Titelman identifica dos vertientes de la izquierda en América Latina: una izquierda popular nacional, que reivindica el conflicto antagónico entre la plebe y las élites, y una izquierda socialdemócrata, basada en el gradualismo y los consensos. Más allá de los elementos discursivos que pueden acercarlas en cumbres y causas, la democracia liberal y el sujeto político marcan la línea divisoria entre ambas. Así, los primeros descreen de los canales institucionales o de la democracia procedimental porque le apuestan a una representación del pueblo sin intermediarios. Las recientes alusiones de Petro y los suyos a un ‘golpe blando’ en respuesta a decisiones institucionales adversas son elocuentes de ello. Entre tanto, la izquierda socialdemócrata y progresista acepta los cauces institucionales y buscan profundizarlos mediante amplios consensos sociales. Las abundantes alusiones que hizo Boric al diálogo transversal y a los acuerdos políticos en su reciente discurso de Cuenta Pública ante el Congreso son ejemplo de ello y reflejan un talante moderado que no antagoniza con el establecimiento político sino que busca transformarlo desde dentro.

La segunda diferencia se refiere al sujeto político. Mientras la izquierda nacional popular concibe la ‘plebe’ o el pueblo como sujeto de su causa, la segunda se afinca en el ‘ciudadano’. Ello lleva a Titelman a deslizar dos adjetivos para referirse a cada familia de la izquierda: tradicional aquella, nueva esta. Y en efecto, “tanto el sujeto plebe como el sujeto ciudadano son formas de englobar una gran variedad de conflictos en la sociedad. Sin embargo, la distinción entre plebeyos y ciudadanos implica lógicas de conflicto diferentes”. Y así, mientras aquella reedita la lógica binaria de lucha de clases, esta, por el contrario, concibe la movilización social y la participación como una forma de cerrar la brecha entre gobernantes y ciudadanos.

En el Pacto Histórico la alusión a la identidad o lo que representan se ha ido agotando ante la matemática que exige la administración pública. 

La nueva izquierda chilena 

El Frente Amplio chileno contiene los elementos ideológicos de la izquierda progresista y posmoderna: feminismo, ecologismo, diversidad sexual, identidades subalternas y juventud. Este factor etario o generacional se ha convertido en su signo distintivo, algo semejante al lugar que ocupa la igualdad simbólica en el Pacto Histórico de Petro y Francia, pero le sirve a Titelman para formular una autocrítica a sus copartidarios advirtiéndoles la necesidad de llegar a un espectro más amplio de la población, hacer alianzas con sectores políticos afines, y sobre todo, asumir que la juventud también puede significar una debilidad cuando se está en el poder: esta generación, dice, ha “llegado al poder antes de decantar algunas discusiones centrales para gobernar”. El propio Boric ya lo había reconocido: “Nos dimos cuenta de que otra cosa es con guitarra”. Es decir, desde la oposición parece fácil gobernar. Y no lo es. 

Un acierto del texto es centrarse en tres aspectos claves de la discusión normativa de hoy: la identidad, la representación  y la ideología. Sobre la primera, advierte que “buena parte de las obsesiones identitarias sobre ciudadanos y plebeyos y la relación con el liberalismo provienen de la dificultad de encontrar una orientación para la izquierda en el contexto actual. La pregunta de ‘¿hacia dónde vamos?’ se ha visto, en alguna medida, reemplazada por ‘¿quiénes somos?’”. Algo similar ocurre en el Pacto Histórico: la alusión a la identidad o lo que representan se ha ido agotando ante la matemática que exige la administración pública. 

Sobre la representación, problema central de las democracias contemporáneas, Titelman aborda la fractura de identidades compartidas (como la patria y la nación), la crisis de la identidad partidaria, recuerda que las etiquetas partidistas se han convertido en un lastre ante un electorado difícil de leer y que vota más como descarte que como apoyo, ante lo cual “el atributo más importante de un político se vuelve la humildad para no sobreinterpretar una victoria electoral”. Ay de los políticos que creen que los votantes les entregaron un cheque en blanco. Y sobre la ideología, señala la necesidad de politizar la conversación pública, esto es, transparentar en qué creen unos y otros, pero también le advierte a sus copartidarios que el neoliberalismo ha devenido en un significante vacío que se pretende superar o enterrar, pero que con frecuencia ni siquiera se empieza por definirlo.  

Los referentes de la nueva marea rosa latinoamericana harían bien en extrapolar los dos retos de la nueva izquierda chilena. Primero, su capacidad para ser motor de un nuevo ciclo progresista dependerá de que además de encarnar un descontento con la forma en que se conducía el país y una demanda por renovación política sea capaz de formular nuevos consensos sociales. Y en segundo lugar, deberá mostrar suficiente capacidad de gestión política: “a veces, el acto más revolucionario es que un municipio saque la basura a tiempo y las luminarias funcionen adecuadamente”. Petro y Boric tienen 3 años más para demostrar que aprendieron a tocar la guitarra.

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Iván Garzón Vallejo

Profesor investigador senior, Universidad Autónoma de Chile. Su último libro es: El pasado entrometido. La memoria histórica como campo de batalla (Editorial Crítica, 2022). @igarzonvallejo