En 1994 Lemebel asiste a la marcha del orgullo gay en Nueva York con esta corona de jeringas. La policía lo detuvo creyendo que la sangre recolectada estaba infectada con VIH.
El escritor y artista visual chileno fallecido en 2015 desafió conservadurismos y la dictadura de Pinochet para enviar un poderoso mensaje de libertad sexual y política. A 71 años de su natalicio, su legado sigue más vigente que nunca.
“En el año de 1987, sentados en una vereda del Santiago en dictadura, tomando un vino, pensamos en fundar un colectivo que abriera las puertas de las homosexualidades chilenas. Estaba el Sida y la dictadura, y era Semana Santa. Por una ventana abierta se escuchaba la tele y esas películas del Hollywood bíblico. Por eso se nos ocurrió el nombre épico; Yeguas del Apocalipsis, como Ben Hur o Cleopatra. Nuestra primera obra fue reinstalar el nombre obrero en la marquesina hollywoodera. El bautismo dorado de nuestros proletarios nombres”.
Esto me respondió Pedro Lemebel en 2008 en Barranquilla, en el Rancho Currambero, para una pieza que se publicaría en la revista World Literature Today sobre cómo nacieron Las Yeguas del Apocalipsis. Una de las últimas entrevistas que dió en vida.
Antes de convertirse en una leyenda de la crónica urbana latinoamericana junto a Francisco Casas, Lemebel estremeció los pilares del Chile más conservador en épocas de dictadura. Las Yeguas, que solo eran dos “locas flacas y rotas”, como él mismo decía, fueron un instrumento de sabotaje al sistema cultural imperante por aquellos duros años.
Una de sus primeras apariciones ocurriría una tarde sabatina de octubre de 1988 cuando el poeta chileno Raúl Zurita recibió el premio de poesía Pablo Neruda, hecho ocurrido en La Chascona, residencia de Neruda en el barrio Bellavista. De la nada las Yeguas aparecieron y se acercaron al poeta entregándole una corona de espinas y un cristal roto. Ahí empezó la leyenda, y Lemebel y Casas se convirtieron en el terror de cuanto evento cultural se realizaba en Santiago de Chile: lanzamientos de libros, exposiciones, y hasta reuniones políticas, como la vez que llegaron a un evento donde estaba presente el entonces candidato a senador y futuro presidente de Chile Ricardo Lagos. Las Yeguas subieron al escenario y abrieron un inmenso cartel que decía “Homosexuales al poder”. Casas corrió luego hasta donde estaba Lagos y le dio un beso en la boca. El asunto se volvió costumbre, besos robados a Joan Manuel Serrat o a Gabriel García Márquez que Lemebel hizo crónica.
Con el tiempo, las intervenciones de Lemebel/Casas se convirtieron en actos políticos que denunciaban problemáticas como los detenidos y desaparecidos, el Sida y los abusos del gobierno militar. Una vez se enterraron ambos en cal para clamar justicia. Para exigir, con sus pieles deshollejadas después del performance, que revelarán dónde estaban los desaparecidos por el gobierno militar.
Pedro Lemebel y Francisco Casas bailan cueca, una baile típico chileno, sobre un mapa de Suramérica tapizado con botellas rotas de Coca-Cola.
En la acción plástica La Conquista de América, llevada a cabo un 12 de octubre de 1988 en la Comisión Chilena de los Derechos Humanos, Lemebel y Casas, torsidesnudos y vestidos con pantalones negros, bailaron cueca –ritmo folclórico chileno– sobre un mapa de Suramérica el cual estaba tapizado de vidrios de botellas de Coca-Cola. En este performance las Yeguas le escupen al gobierno gringo los apoyos que pudieron haber brindado a las dictaduras militares en América Latina. El cuerpo fue para las Yeguas el territorio y el arma para confrontar el complejo panorama de habitar un escenario minado por la ideología pinochetista. A través de dos cuerpos castigados, las Yeguas siempre se interrogaron sobre su lugar dentro de la sociedad chilena y su incidencia política dentro de la misma. Preguntas hechas en el icónico Manifiesto escrito por Lemebel:
–¿Y entonces?
–¿Qué harán con nosotros, compañero?
–¿Nos amarraran de las trenzas en fardos con destino a un sidario cubano?
–¿Nos dejarán bordar de pájaros la bandera de la patria libre?
En el trayecto de 1987 a 1993 las Yeguas dejaron las marcas de sus cascos en el cemento fresco de la horrida dictadura chilena. Lemebel se dedica de lleno a su carrera como escritor y se convierte en leyenda.
Si en el performance Lemebel encontró un instrumento para hacerse oír y hacer oír a los más desvalidos, en la crónica urbana el autor levantó todo un laboratorio experimental en que el cuerpo se hizo palabra sólida. La literatura no era tan efímera, y él sabía que tenía que documentar los tiempos violentos que le tocaron. Al igual que sus puestas performáticas , sus textos dejaron sin aliento a los lectores latinos. Carlos Monsiváis no tardó en querer clasificarlo dentro del panorama literario con la etiqueta de “barroco desclosetado”. Fue uno de los primeros autores chilenos en apoyar sin restricciones la nueva escritura chilena hecha por mujeres. Las portadas de sus libros en LOM ( editorial under que publicó sus primeras obras) eran archivos de algunos performances junto a las Yeguas y otros en solitario. En la tapa de La esquina es mi corazón –uno de sus mejores libros– aparece Lemebel con una rara corona hecha con largas y filosas jeringas rellenas de sangre y un corsé que simulaba tener las vísceras expuestas.
Una vez Lemebel y Casas se enterraron en cal para clamar justicia. Para exigir, con sus pieles deshollejadas después del performance, que revelarán dónde estaban los desaparecidos por el gobierno militar.
El Sida fue un tema que obsesionó a Lemebel y lo llevo a escribir Loco Afán (crónicas de sidario), uno de los libros más inusuales y únicos que se han hecho sobre el tema. Lemebel ha sido uno de los pocos autores que hablaron de Sida con un hombre sutil , tierno y descarnado. A pesar de ser un escritor volvió al performance cuando lo vió necesario.
Uno de sus últimos trabajos fue Desnudo bajando la escalera (referencia a una obra de Marcel Duchamp). Ahí, Lemebel apare completamente desnudo, ya con los estragos del cáncer que padecía. De pie en lo alto de las escaleras del Museo de Arte Contemporáneo de Santiago de Chile, las luces se apagan y las escaleras se encienden con fuego. Lemebel es metido dentro de un saco de la marina mercante. Y luego rueda cuesta abajo por las escaleras.
Su fin corpóreo estaba cerca. El cuerpo castigado desaparecía y la memoria de su obra quedaba como uno de los registros más valientes y honestos escritos en la literatura moderna
De estar vivo, Lemebel se retorcería de la rabia al ver tanto mal imitador de su legado. “ ahora todas son performer, yo ni conocía esa palabra cuando empecé esto”, me dijo algo ebrio en las playas de Puerto Colombia a su paso por el Carnaval de las Artes. Y sí, el cuerpo en la actual plástica discursiva latina LGBTIQ+ es ahora un paisaje para provocar escándalitos de poca monta. Mostrar una teta, un culo porque sí parece ser la nueva consigna.
Querido lector: nuestros contenidos son gratuitos, libres de publicidad y cookies. ¿Te gusta lo que lees? Apoya a Contexto y compártelos en redes sociales.
John Better
Poeta y escritor barranquillero autor, entre otros, de los libros China White (2006), Locas de Felicidad (2009) y las novelas A la caz(s)a del Chico Espantapájaros (2016) y Limbo (2020).