acordeon

Pedro Castro Monsalvo (1905 – 1967) encarnó una forma de liderazgo político en íntima conexión con el territorio y la región Caribe.

Crónica de las canciones vallenatas que recuerdan la vida y obras del legendario líder del Caribe colombiano que fungió en dos ocasiones como Gobernador del Magdalena Grande; y como Ministro de Correos y Telégrafos, y de Agricultura y Ganadería, a 115 años de su nacimiento.

No le sienta bien a Pedro Castro Monsalvo el arte de la escultura. Quise venir a verlo en uno de los extremos de la Plaza de Banderas de la Gobernación del Cesar y en efecto, el silencio de bronce no le hace justicia a su continente. Es la inmovilidad, la mirada vacía, el gesto adusto. Nada que ver con el hombre enérgico que trabajó hasta el cansancio para incorporar al Magdalena Grande al concierto de la Nación. Historia paradójica; en la medida en que pasan los años —y cada vez menos gente sabe de su existencia— su legado cobra más importancia por su ingenio vanguardista a la hora de anticiparse al país de hoy.

Cuando la palabra vallenato fue incluida en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, el periodista Juan Gossaín sostuvo —si la memoria no me falla— que, por su esencia episódica, el vallenato no era un género musical, si no que era un género literario. No quiero entrar en la discusión que provocó la sentencia. Pienso entonces que Pedro Castro Monsalvo es un personaje literario, desde que ingresó al género a través de la inventiva de José María Chema Gómez, quien en la década de los años cuarenta del siglo XX compuso Compae Chipuco.

Me llaman Compae Chipuco
Y vivo a orillas del río Cesar
Me llaman Compae Chipuco
Y vivo a orillas del río Cesar
Soy vallenato de verdad
No creo en cuento no creo en ná
Solamente en Pedro Castro
Alfonso López y nada más
Soy vallenato de verdad
No creo en cuento no creo en ná
Solamente en Pedro Castro
En Santo Ecce Homo y nada más

Para cualquiera que lo escuche, este es un paseo donde confluyen cuerpo, territorio e identidad. Acá el canto organiza la existencia. El Compae Chipuco se sabe vallenato de patas bien pintá y de paso, enumera sus devociones; Ecce Homo, Alfonso López y Pedro Castro. Éste último, que entra y sale del folclor a la política, y viceversa, se sentía orgulloso de su sangre provinciana. Quizá eso hace parte también de su grandeza, que no se gastaba una inteligencia presuntuosa. A la menor oportunidad, contaba sus raíces. En 1961, mientras se discutía el proyecto de Ley de Reforma Social Agraria en una de las sesiones en el Senado, sentenció; “Me siento orgulloso de ser campesino. Pero no soy sólo de lecturas, porque he vivido la dureza del campo, la convivencia con nuestra peonada, un clima tropical ardoroso y la belleza de esos atardeceres campestres, en donde el hombre se compadece solo y se cree abandonado hasta de la mano de Dios”.

Ni más ni menos, Pedro Castro Monsalvo se refería a los paisajes de Colombia que poetizó el vate Aurelio Arturo en Morada al sur. Sin embargo, la elegía del político también advertía al poder central, la dinámica de los territorios nacionales. Incluso su propuesta iba más allá; consideraba que la gente del interior viviera dos años en la Costa Atlántica para que sintiera, en pellejo propio, la severidad del clima costeño. El senador Pedro Castro Monsalvo argüía que la Reforma Agraria no era apenas entregar machetes y semillas. Consideraba con otros más, que era una inmensa obra de educación. Incluso asumió posiciones incómodas que podían restarle votos. Eso no le importaba y se lo hizo saber a ministros y senadores cuando se refirió a las actuaciones del Incora: ”Yo sigo siendo un costeño ciento por ciento. Yo no puedo disimular mi pensamiento, ni ponerle sordina a mis ideas. No soy como otros que se acostumbran a ponerle amortiguadores a la expresión de sus conceptos y a sus tesis, yo soy un extrovertido que se presenta tal como es, mostrando siempre el fondo del alma y las intimidades del corazón”.

La tierra no es nada sin agua, ni crédito oportuno y asistencia técnica, afirmó Castro Monsalvo, que consideraba abrir caminos para articular la Provincia a la red de transporte nacional. Así se levantó la carretera Valledupar – Fundación, camino que en sus años mozos andaba a lomo de mula en unos cuatro o cinco días. Y progresista como era, ironizaba sobre lo desapacible que sería tal tipo de viajes para las generaciones del siglo XX. Entrados ya en las primeras décadas del siglo XXI, cada vez es más frecuente escuchar desde este lado de la Nevada, la iniciativa de El Diamante Caribe y Santanderes de Colombia. Este proyecto desarrollado por el Next Cities Lab, tiene el propósito de posicionar la región como motor económico nacional a partir de un diálogo entre territorio, población y tecnología. Inicialmente la idea suena novedosa, pero no lo es. Pedro Castro Monsalvo ya había concebido tal integración para transformar la realidad económica del Magdalena Grande, que en aquellas épocas surtía de ganado el mercado de Cúcuta.

 

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Para Pedro Castro la Reforma Agraria en Colombia no era una simple cuestión de machetes y semillas. Su ideario estuvo siempre a la vanguardia de los tiempos.

A la menor oportunidad, Pedro Castro contaba sus raíces. En 1961, mientras se discutía el proyecto de Ley de Reforma Social Agraria en una de las sesiones en el Senado, sentenció; “Me siento orgulloso de ser campesino. Pero no soy sólo de lecturas, porque he vivido la dureza del campo, la convivencia con nuestra peonada, un clima tropical ardoroso y la belleza de esos atardeceres campestres, en donde el hombre se compadece solo y se cree abandonado hasta de la mano de Dios”.

De la política al folclor, Pedro Castro Monsalvo transita de los pasillos del Congreso a las estrofas de La Profecía, el soberbio paseo con el que Julio Oñate Martínez ganó el concurso de la canción inédita en el marco del Noveno Festival de la Leyenda Vallenata en el año de 1977. El compositor afirma que le escuchó de voz entera al Senador, el vaticinio de que si se acababa con el bosque de El Tapón de Cuestecitas, el desierto —como un implacable reloj de arena— descendería al Cesar. Y en efecto, años y años de malas prácticas agrícolas, ganaderas y mineras, sumaron casi un millón y medio de hectáreas en proceso de desertificación, según estudio conjunto entre el Ideam y Corpocesar en el año 2005.

Alerta, alerta vallenato,
Mira que ahí viene La Guajira
Lo comentaba Pedro Castro
Lo comentaba Pedro Castro
Que el gran desierto se avecina
Olvidaste que con su sabia palabra
De ese peligro cercano te vivía
Advirtiendo Pedro,
Que el desierto de La Guajira cercana
Si pronto no lo atajabas se iba
A alcanzar a tu pueblo

El 3 de marzo de 1967, la noticia de su fallecimiento en un accidente de tránsito en la Yé de Ciénaga, sacudió todos los rincones de la Provincia. Tras la incredulidad general, llegaron los pésames a la familia, las notas periodísticas, los homenajes nacionales. Y un poco después, aparece Pedro Castro Monsalvo revivido por la música, cada vez que alguien canta su legado al ritmo de los vallenatos. La nostalgia por su pérdida queda grabada en un puñado de composiciones. Entre ellas, Adiós a Pedro Castro de Gustavo Gutiérrez Cabello, que resumió su esencia; un campesino que jamás se desvinculó del lenguaje grato de su tierra, para no perder su humanidad telúrica. Y en últimas, esa es otra forma bien pensada de la inmortalidad.

Aquí canta un vallenato
Con profunda conmoción
A Pedro Castro que tanta
Gloria le dio a la región

La provincia está de luto
Porque murió este gran hombre
La gloria toda en él cupo
Rindo homenaje a su nombre

Pedro a ti Valledupar
Nunca te podrá olvidar
Noble fue tu corazón
Al servicio de la región (bis)

Los acordeones suenan tristes
Porque su música se llevó
Todos los sones que Escalona
Siempre en vida le cantó

Tierra de Hernando Molina
De Roberto Pavajeau
Le queda un sabor amargo
Porque aquí no se enterró

Luis Barros Pavajeau

Escritor y periodista vallenato, es autor de las novelas Ciudad Baabel (Alfaguara, 2005) y Los Salmos de la Sangre (Alfaguara, 2009). En 2019 publicó el libro Vallenatos del mundo (Comfacesar).