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Con sus ‘nocturnos’ de Carnaval, Nitho Cecilio evoca una nueva dimensión plástica de las fiestas, alejadas de lo festivo y convencional.

‘El pintor del carnaval’ exhibe en Barrio Abajo sus acuarelas sobre las danzas tradicionales de la fiesta. También presenta los primeros ‘Confinados’, acrílicos sobre la situación de artistas en la pandemia.

A Nitho Cecilio se le acaban de caer dos cuadros de la serie sobre las danzas tradicionales del Carnaval de Barranquilla que expone en la calle La Felicidad (calle 48) del Barrio Abajo. Son poco más de las 8 de la noche de un miércoles de febrero y la brisa comienza a arreciar con más fuerza. Sin avisar —como es costumbre—, un viento fuerte sacude las ropas, hace temblar cables y techos, destroza las carpas en el Malecón del Río y tumba dos de las 13 acuarelas de 110 x 40 cm expuestas al aire libre.

El hecho —lo mismo le sucedió la semana pasada— apenas lo inmuta. Una espectadora con la que conversaba exclama “¡oh, nooo!” preocupada por las obras. El pintor se acerca, separa los trozos con cuidado y verifica el estado del papel. Está intacto, aunque deberá reemplazar el vidrio para las jornadas siguientes. “Parece una espada”, dice agarrando un trozo alargado, vertical como el formato de cada pieza de la serie.

Por estas mismas condiciones logísticas y climáticas decidió dejar en su casa, ubicada a la vuelta de ahí en el callejón Los Robles (carrera 51), una acuarela de 10 metros de longitud que completaría el conjunto, fechado en 2018. En su lugar se exhiben también los Confinados, tres lienzos en acrílico de dimensiones distintas que retratan el malestar de los artistas del Carnaval en medio de la pandemia.

 

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Nitho Cecilio, nuevos límites pictóricos para la iconografía tradicional del Carnaval.

La serie de acuarelas representan a las danzas de tradición que hicieron parte del dossier que Carnaval S.A.S. entregó a la Unesco para conseguir la declaratoria como “Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad”. Son la Danza del Congo, de la Cumbia, de los Diablos Arlequines, de Indios de Trenza, de Indios Farotos, de los Coyongos, de Micos y Micas, de Son de Negro, del Caimán, de los Gallinazos, del Garabato, del Mapalé y del Paloteo.

La muestra completa se titula Confinados y acuarelas de las 13 danzas de tradición y cuenta con la presentación de Ars Antiqua Galería. Está concebida además como un drive-in para comerciar las obras a “precios de Carnaval” y exhibirlas hasta el último soplo de febrero (las dos primeras semanas de marzo estarán sólo sábados y domingos).

Cada jornada, de 3:00 p.m. a 7:30 p.m. (o hasta lo que se prolongue), Cecilio se instala en un muro blanco de la calle 48, entre carreras 50 y 51. Con sombrero, tapabocas y guayabera blanca, hace un recorrido guiado a los visitantes. Desde la silla o la acera saluda a los vecinos y curiosos que se acercan o miran de soslayo. Les dice “joven” a personas de cualquier edad; las despide deseándoles “felicidades”. Entre tanto, bocetea marimondas que se quedaron sin la celebración anual, lejos —como Nitho— de las ayudas “solidarias” del Estado, y apretujadas en la casa que ha sabido construirles en casi 50 años de trayectoria: la pintura.

Es probable que si no fueran antirreflejo, los cristales regados al pie del muro y la acera de la calle 48, reproducirían lejanamente al cielo nocturno, el mismo que la luna cambiante y “guapachona” de Esther Forero acompaña en la parte alta de cada acuarela. La obra de Nitho Cecilio es una danza minuciosa y obstinada en torno al carnaval de su ciudad natal. Y aunque le gustaría volver a hacer con más “colorido” la serie de las danzas, este hombre al que han llamado “el pintor del carnaval” (“sin merecerlo”, dice) también es un pintor de la noche.

Sus tributos dedicados a los colores rojo y amarillo se quedarían incompletos, al menos en sus matices más poéticos y misteriosos, sin las indagaciones que hace del azul en las noches de la fiesta. El investigador cultural Álvaro Suescún ha dicho a propósito: “Sagaz, diestro, experto en el manejo del pincel, Nitho Cecilio recurre a la alta densidad en las noches de luna roja para disfrazar las tensiones y los sobresaltos en que dormitan los miedos”.

Las acuarelas, por su tamaño, invitan a estar cerca. La delicadeza del trazo blanco con el que surgen los cuerpos danzantes en medio del azul, hace que el espectador busque, entre el movimiento y la verticalidad de las pinturas, las formas de un carnaval que se distancia de otros pintores destacados de la fiesta —véase las potentes figuras de Ángel Loochkartt— y se aproxima a veces a una constelación zodiacal, en la que el observador se encarga de distinguir la conexión entre las ‘estrellas’.

La mayoría de las figuras tiene a la luna como su centro orbital. Del satélite se aferra con su guadaña la muerte en la Danza del Garabato mientras que uno de los danzantes trata de “fastidiarla” con el palo. Alrededor de las lunas llenas o medias luna bailan en rueda de cumbia los cumbiamberos de la ciudad; escupen fuego los diablos arlequines; se agitan las sombrillas coloridas al ritmo de las Farotas; se ‘escucha’ el amarillo de la mata de kadillo y de la manka tigre con el vertiginoso Mapalé; sobrevuelan los gallinazos antes de descender encima de un burro, acostado en el techo de la Iglesia del Sagrado Corazón. El recinto religioso está situado a tan sólo dos cuadras del callejón Los Robles y se repite en la parte inferior de cada acuarela (con excepción de la de los Coyongos, que la cubren).

A los cuadros los acompaña también un texto, poético, anecdótico, irónico o descriptivo sobre la danza en cuestión. Se trata de un título largo. “Ni pálida se puso la luna de Esthercita frente al palabrero del fuego”, dice en la danza de los Diablos Arlequines. Sencillo y contundente, el de la Cumbia: “Bailadores satelizando… alrededor de otro satélite”.

Lo alargado del formato, un “reto” para el pintor, hace pensar, quizás, en el soporte en que se lee una lectura del Bando o unas letanías. El formato vertical también podría evocar la estrechez en medio del ingenio de los desfiles, como los que Nitho Cecilio veía pasar en su infancia por la calle 48 desde el callejón Los Robles, que él llama “callejón de Robles”, donde se crió.

 

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Izquierda: Danza de Indios de trenza / Centro: Danza de Los Indios Farotos / Derecha: Danza Danza de los Coyongos.

La obra de Nitho Cecilio es una danza minuciosa y obstinada en torno al carnaval de su ciudad natal. Y aunque le gustaría volver a hacer con más “colorido” la serie de las danzas, este hombre al que han llamado “el pintor del carnaval” (“sin merecerlo”, dice) también es un pintor de la noche

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Izquierda: Danza de Micos y Micas / Centro: Danza de Son de Negros / Derecha: Danza del Caiman.

El año pasado, antes de la pandemia, sufrió un robo en el que fue su taller del barrio la Pradera. Perdió al menos “doce exposiciones” y un computador. No obstante, quiere seguir exponiendo. La pandemia lo ha golpeado “fuerte”. Después de la muestra actual espera inaugurar otra, posiblemente en el mismo espacio, con los Confinados.

De esa serie son otra vez protagonistas las marimondas, que ya habían aparecido como jugadores de béisbol con su trompa convertida en bate o disfrazando al Quijote en el afiche oficial del Carnaval Internacional de las Artes 2014. Con las marimondas Nitho ha creado un “estilo narrativo propio lleno de humor, política y sensualidad”, dice Gustavo García, curador de Ars Antigua Galería. En otro cuadro, en puntillismo, una marimonda toma por los cuernos a un torito que se eleva al cielo.

Uno de los bocetos que ha hecho en el día a día de la exhibición es distinto al resto: contiene una marimonda que aferra en los brazos a una “marimondita” muerta. Uno se pregunta si se le hubiera ocurrido dibujar algo así sin la mortandad de la pandemia y el retraso de las vacunas tan presentes. Lo hizo pensando en los cadáveres de niños que veía en la infancia vestidos de blanco (“porque supuestamente iban directo al cielo”).

Era “terrible de ver”, recuerda, pues “a los niños le abrían los ojos y les ponían unos palitos para que no se les cerraran”. En el transcurso del día, los ojos “se deshidrataban como uvas, se arrugaban”. En la boca “les colocaban flores blancas de jazmín, y en las manos un lazo blanco”.

“Quise hacer —explica— a un niño del mismo color, con una marimonda que no se sabe si es hombre o mujer. Ambos están confinados; las trompas se conectan como los dedos [de La creación de Adán] de Miguel Ángel”, dice señalando el dibujo.

Nitho Cecilio lleva consigo al menos cuatro flyers de exposiciones en la Galería de la Biblioteca Piloto del Caribe (2005, 2009, 2010 y 2012). También se ha presentado en la desaparecida galería del Centro Cultural Comfamiliar, en la Universidad del Norte, El Huerto, en el Museo de Antropología de la Universidad del Atlántico y otros espacios.

En una de las exposiciones, el poeta y gestor cultural Miguel Iriarte dijo sobre él: es “el artista inspirado en el Carnaval de Barranquilla que mejor ha logrado un lenguaje personal, más allá de lo anecdótico y folclórico que casi siempre acusa nuestra plástica cuando se refiere a un tema como este”.

Ese “lenguaje personal” empezó a construirlo con las primeras imágenes que vio del carnaval. De hecho, hay una marimonda, salida de un desfile de la calle la Felicidad, que prefigura su amor por la pintura, o mejor dicho, por el color azul.

Una mañana de víspera del Carnaval se enfermó y le tocó ver la celebración por la ventana de su casa, ubicada exactamente en la cuarta casa del callejón del Roble. Desde aquella ventana tenía una vista “casi perfecta” de lo que transcurría por la calle 48: cumbias, congos, paloteos, carrozas enormes, un “arroyo de tambores, colores y música”, como escribió en el texto introductorio de una exposición. Entonces vio que a la cuadra llegaba desviándose una marimonda solitaria. La ha descrito con esmero: “Cubierta con una funda de almohada”, tenía facciones semejantes a “arropillas gordas”, la nariz “larga como un pan francés” que formaba “una especie de rosqueta”, y de cartón el material de las orejas. También llevaba un saco viejo que adornaba el torso, la corbata anudada y un pantalón al revés.

Lo que más le llamó la atención fueron los puntos “de tono azul verdoso” que salpicaban el saco como “galletas griegas de colores suavecitos”. Con esa precisión íntima, este mismo color lo había “descubierto” escarbando las capas de pintura de la pared de la casa en el Barrio Abajo, donde todavía escarba, encerrado o en la calle, para dar con un color, con un tono que baje de la luna o ascienda a ella como letanía de Carnaval.

 

Kirvin Larios

Es autor del libro de relatos Por eso yo me quedo en mi casa (2018) y hace parte de la antología de poesía Nuevo sentimentario (2019). Ha publicado en las revistas El Malpensante, Arcadia, Sombralarga,Víacuarenta y en el dossier Diario de la pandemia de la Revista de la Universidad de México.