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Fe, equidad, y profundos cambios sociales, la apuesta del samario Alberto Linero para nuestra época actual.

Una conversación sobre fe, religión, futbol y vallenato con el líder espiritual y escritor samario.

Contexto dialogó con Alberto Linero Gómez, mejor conocido como el Padre Linero, sobre el momento actual de Colombia y el mundo en una coyuntura incierta en la que fe y una agitada realidad social son parte de nuestra cotidianidad.

Linero, que dejó el sacerdocio en 2018 tras 25 años de servicio religioso, reflexiona, entre otros temas, sobre la religión y la vida después de la muerte. Además, afirma que la iglesia, como institución, se ha negado a una renovación más profunda.

Confeso hincha del fútbol, el también periodista y docente universitario rememora a su querido Unión Magdalena y nos regala sus recomendados musicales que no pueden faltar en ninguna parranda vallenata.

Redacción Contexto: Vivimos tiempos difíciles por cuenta de esta pandemia que ha agudizado nuestros problemas. Hay mucha gente afectada y decepcionada que hace sentir su protesta, y la violencia ronda la cotidianidad de los colombianos. ¿Qué reflexiones te dejan estas circunstancias?

Alberto Linero: Expreso mis reflexiones en forma de las emociones que me causan todas estas situaciones: por un lado, miedo de que sigamos simplificando todo a un paradigma binario de bueno o malo, que le ocasiona siempre al que hace el análisis la idea de una superioridad moral que lo lleva a acusar y querer eliminar al otro porque es el problema, olvidando que la realidad es más compleja y exige la disposición para ver los grises y los matices, donde tal vez, encontremos la iluminación que requerimos para seguir adelante. Por otro lado, esperanza, estoy convencido que la manifestación de la inconformidad que hay en la sociedad nos tiene que llevar a encontrar mejores condiciones de vida, equitativas y justas, y que la decepción que experimentamos como individuos al sentirnos tan vulnerables y como sociedad al constatar tanta corrupción y desigualdad, nos tiene que permitir proyectos que generen mejores experiencias. También compromiso, porque creo que nadie puede sentirse aislado de toda esta situación. Desde nuestros roles tenemos mucho que ofrecer y hacer.

R.C.: Vemos imágenes de decenas de personas rezando a las afueras de los hospitales por sus familiares enfermos de COVID-19. Quizás como nunca antes en la historia de la humanidad la fe y la ciencia parecen tener un designio común, ¿cómo interpretas esta realidad? 

A.L.: Creo en el poder de la oración. Estoy convencido que cuando oramos por alguien generamos un valor que actúa, desde la fe en Dios, en la otra persona. Creo que hay que orar siempre entendiendo que nos da consuelo, esperanza, pero siendo consciente de la realidad. La ensayista italiana Chiara Lubich dijo algo que me gusta para entender estos momentos: “Confía en Dios como si todo dependiera exclusivamente de Él y Trabaja como si todo dependiera exclusivamente de ti”. 

¿Crees que la fe cristiana nos ayuda a enfrentar la situación actual del mundo?

Entiendo la fe, primero, como una manifestación de la autoconfianza y de la confianza en el otro. Solo desde allí se puede trascender y adherirse al proyecto de Jesús de Nazaret, y confiar en un Dios que actúa en nosotros para habilitarnos como sujetos capaces de hacer siempre lo mejor. No la entiendo como la decisión irresponsable de creer que Dios va a resolver lo que nosotros no queremos o no hemos podido. Mi experiencia de fe es la certeza de que el sentido que vamos construyendo desde nuestras relaciones interpersonales y con el absoluto —Dios—, se hace motor para trabajar en lo que estamos soñando y queriendo lograr como individuos y ciudadanos. 

No podemos ser buenos por miedo al infierno o por deseo del cielo, tenemos que serlo porque esa es la mejor manera de vivir y de ser feliz aquí, y esperamos que se proyecte en el más allá.

“La fe y la razón son las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”, escribió Juan Pablo II en su encíclica Fides et Ratio. ¿Cómo ves ese encuentro de la fe y la razón?

Tengo una alergia crónica por lo irracional. Siempre busco que mi fe sea razonable, que responda a unas lógicas y coherencias que se puedan expresar argumentativamente. Creo que son complemento. La fe nos inspira y nos da esperanza, la razón nos muestra las verdaderas posibilidades de la realidad.

¿Crees que hay vida más allá de la vida?

Me cuesta creer que todo se acabe con la muerte, me suena a una invitación a lo absurdo. Si no hay nada detrás de la muerte, es como si todo se multiplicara por 0 y cada uno de los proyectos, éticos o no, quedarían homologados. Tengo fe en que hay vida eterna. Lo creo. No estoy seguro. He vivido la vida apostando a que sí y tratando de vivir de tal manera que si no hay nada, haya válido la pena vivir como lo hice.

La religión católica ha perdido fieles que han encontrado en otros credos mejores opciones para su vida espiritual. ¿Por qué crees que pasa esto? ¿Será que no ha cambiado lo suficiente la iglesia de Roma para adaptarse a las nuevas realidades?

Creo que la Iglesia, como institución, se ha negado a ese continuo “aggionarmiento” (renovación) del espíritu, que se dejó sentir en el Vaticano II. Ha habido un miedo al cambio, a la novedad, y ese miedo nos ha hecho enconcharnos, atrincherarnos en unas explicaciones de los dogmas que hoy a la gente no le interesan y por eso las desprecian. La liturgia de hoy está lejos del “sensus” (sentido) del hombre moderno, marcado por las emociones y la participación, y eso hace que las celebraciones, por solemnes, terminen siendo distantes, y en ocasiones, hasta vacías para la gente. Nos da miedo entender que la moral tiene que responder a las nuevas preguntas desde nuevas categorías contenidas en la Revelación. Y también nos ha hecho falta entender que la fe es una experiencia existencial y no un aprendizaje cognitivo simplemente. Por eso, creo que se requiere más evangelización y menos catequesis. En algunos sectores retardatarios hay miedo de perder algunas formas y por eso han preferido perder a la gente, lo cual me parece antievangélico.

Hay quienes creen que parte de la corrupción que nos azota tiene algo que ver con que no se ha consolidado una ética laica. Siempre tuvimos una ética religiosa pero con la secularización esta se ha ido perdiendo. ¿Qué piensas de esta hipótesis?

Creo que la influencia religiosa nos llevó a una ética heterónoma, impuesta, que siempre infantiliza a las personas. Creo que se requiere una ética autónoma, que nos haga entender que los valores tienen una consecuencia en los proyectos mismos y en la manera de vivir, y que por eso los asumimos y actuamos desde ellos. Esto es, no podemos ser buenos por miedo al infierno o por deseo del cielo, tenemos que serlo porque esa es la mejor manera de vivir y de ser feliz aquí, y esperamos que se proyecte en el más allá. La modernidad deconstruyó los relatos religiosos, pero no propuso ninguno, y los seres humanos no podemos vivir sin esos relatos generadores del sentido último. Es más, creo que la ética cristiana es una ética autónoma y debemos trabajarla más. Además, sospecho de los métodos pedagógicos y didácticos que usan las universidades para enseñar ética. Creo que nos son los adecuados.

¿Qué hacer para lograr un poco de armonía y paz en estos tiempos de furiosa polarización que transmite odio, mentiras y venganza? ¿Qué cambios urgentes crees que necesita el país?

Necesitamos entender que el valor fundamental para nuestra convivencia es el respeto. Nadie puede creerse mejor que nadie. Y el único camino que tenemos es el del diálogo desde la argumentación y en búsqueda de consensos que nos permitan vivir en comunidad. Necesitamos trabajar más en educación emocional, entender el poder del perdón y dejar de usar tantos paradigmas excluyentes.

En Colombia tenemos que desaprender la violencia como camino de solución de conflictos. Fortalecer acuerdos éticos. Necesitamos nuevos líderes políticos que respondan a las inquietudes de los jóvenes y no a los viejos paradigmas de un conflicto interno. Inversión social, no podemos seguir viviendo con esos niveles tan altos de desigualdad. Hay que hacerle frente a la corrupción que se enquistó en el corazón de los individuos y de las instituciones… nos acostumbramos a ser “tramposos” en todas las dimensiones de la vida.

La parranda vallenata es una oda a la amistad, es una posibilidad de encontrarse con los amigos desde el sublime lenguaje de la música. Es una liturgia existencial para celebrar el sentimiento más bello, que es el de decidir que alguien que no tiene nuestra sangre, es nuestro hermano y por eso lo llamamos amigo.

“El man está vivo”, es una conocida frase tuya. ¿Jesucristo es Dios o solo un brillante y carismático predicador revolucionario que leyó muy bien las circunstancias de su época?

En él se hace presente de una manera plena Dios, por eso lo confesamos como el Hijo de Dios. En él se nos presenta el camino, la verdad y la vida que conduce a la felicidad plena, la salvación. Es un ser valiente, capaz de enfrentar el orden establecido y proponer uno desde el amor. Un predicador brillante, pero sobre todo un ser humano que encarnaba su mensaje. Su propuesta de vida sigue siendo válida hoy.

Cambiando de tema, ¿cómo es la vida de un hincha del otrora glorioso Unión Magdalena con su equipo en la B?… dicho sea de paso, ¡qué falta que hacen los clásicos con el Junior!

La vida de un hincha del Unión es un postdoctorado en sufrimiento. Ese equipo solo sabe hacernos sufrir. Pero los que aprendimos a amar el fútbol a través de él, seguimos amándolo y haciéndole fuerza contra toda lógica. Lástima, creo que ya el Junior no nos considera su clásico. Los años del Unión en la B diluyeron esa rivalidad. Pero claro que hacen falta. ¿Acaso la historia podrá olvidar las explosiones volcánicas de emoción del viejo Romelio o del Eduardo Santos con los partidos del Unión y el Junior?.

¿Qué opinas de la parranda vallenata?, ¿qué vallenatos consideras infaltables en una buena parranda?

La parranda vallenata es una oda a la amistad, es una posibilidad de encontrarse con los amigos desde el sublime lenguaje de la música. Es una liturgia existencial para celebrar el sentimiento más bello, que es el de decidir que alguien que no tiene nuestra sangre, es nuestro hermano y por eso lo llamamos amigo. Es el espacio para conversar, para contar las historias que nos definen y a través de ellas conocernos más. Ningún buen vallenato sobra en una parranda porque siempre tienen una historia que se quiere compartir. Pero si nos sentamos a escuchar vallenatos: ‘A un colega’, composición de Emilianito Zuleta a Colacho Mendoza. ‘Me rindo majestad’, de Adolfo Pacheco, en la que hace de poeta que define lo fundamental de las relaciones. ‘Te necesito’, de Diomedes Díaz… me recuerda que con el vallenato se puede enamorar, y ‘Mi hermano y yo’, otra vez de Emilianito.