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Diomedes Díaz junto al acordeonero Juancho Rois, una dupla vallenata que marcó una época.

La música de Diomedes Díaz es la banda sonora de la cotidianidad en el Caribe colombiano. El autor de este texto evoca la presencia del cantante vallenato a lo largo de varias décadas.

El documental sobre la vida de Diomedes Diaz en Netflix me trajo muchos recuerdos de mi vida. Crecí en ese Valledupar que reflejan muy bien en el documental e indudablemente gran parte de mi historia personal está ligada al crecimiento y declive artístico de Diomedes.

Tengo un primer recuerdo de haber visto a Diomedes en una presentación en Valledupar, pero no tengo claro cuándo ni dónde fue. Tengo la imagen de un hombre joven, alto y delgado que bailaba mientras esperaba su turno para actuar. Luego, mis primeros pininos en el baile en mi adolescencia fueron con sus canciones. En mi casa estaban los LP con Colacho y en las noches mi hermana Jacke tenía la paciencia para enseñarme a bailar en privado, hasta el día en que finalmente me lancé a hacerlo en público. En ese proceso estaban de fondo las canciones de Diomedes.

La fama de Diomedes Díaz fue creciendo cuando llegué a Bogotá a estudiar en la universidad. En los ochenta no se escuchaba mucho el vallenato en la capital. Sin embargo, recuerdo que la canción ‘Sin medir distancias’ se convirtió en una de las pocas canciones que los cachacos cantaban.

Entre mis amigos se volvió tradición celebrar el cumpleaños a Diomedes en mi apartamento. Trabajaba en esa época en el centro de Bogotá y en una de las tiendas de discos de la avenida 19 acostumbraba a pagar por anticipado para que me guardaran su nuevo CD.

En aquellos años estuve en alguna presentación de Diomedes en Bogotá, a esas que solo íbamos la colonia costeña. También lo vi en alguna caseta en Valledupar. Me decepcionaba verlo en público porque no me gustaba el personaje con ínfulas de grandeza que se ponía peor cuando la fanaticada lo aclamaba como enloquecida. Un día tomé la decisión de no volver a verlo en persona, prefería comprar sus CD –ya habíamos entrado a esa tecnología– y disfrutaba escuchándolos en mi apartamento con los amigos que compartíamos el gusto por sus canciones.

Vinieron los lanzamientos de cada nueva producción el día de su cumpleaños: el 26 de mayo. Entre mis amigos se volvió tradición celebrar el cumpleaños a Diomedes en mi apartamento. Trabajaba en esa época en el centro de Bogotá y en una de las tiendas de discos de la avenida 19 acostumbraba a pagar por anticipado para que me guardaran su nuevo CD. Sacábamos copia de la letra de las canciones y en la noche nos encontrábamos a cantar y a contar las historias detrás de la nueva producción.

Luego comenzó el declive de un ídolo que estaba lleno de excesos y excentricidades. Los problemas judiciales lo sacaron de la actividad artística por varios años. Regresó, pero, a mi juicio, no fue el mismo. Fue muy triste ver ese deterioro entre el joven que componía y cantaba con mucho sentimiento y el señor envejecido prematuramente con una voz poco clara. Lamenté mucho la noticia de su muerte y me quedan en la memoria las imágenes en televisión del sepelio en Valledupar, un interminable cortejo fúnebre hasta Jardines del Ecce Homo.

Por cosas del destino, mis padres están sepultados cerca de Diomedes. Aún no deja de sorprenderme la gran cantidad de fanáticos que van a conocer el mausoleo del artista y los vendedores ambulantes que venden souvenirs con la imagen o los CD con las canciones. Y ni que hablar de los mitos que le han atribuido a la estatua que hay en el parque de La Provincia, que lleva a las mujeres a sentarse en ella para poder quedar embarazadas. Una prueba de que Diomedes seguirá presente con sus canciones y sus leyendas.

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Jaime Bonet

Economista de la Universidad de los Andes con una maestría en Economía y un doctorado en Planeación Regional de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign. Desde 2013 se desempeña como gerente de la sucursal de Cartagena del Banco de la República, en donde ejerce como director del Centro de Estudios Económicos Regionales (CEER).