alejandro-obregon-fuma

Mercedes Barcha, musa eterna de Gabriel García Márquez. Foto: Fundación Gabo.

El sábado a las 2:30 de la tarde murió en la Ciudad de México Mercedes Raquel Barcha Pardo, la esposa de toda la vida del Premio Nobel Gabriel García Márquez, con quien se casó en Barranquilla en 1958, después de un noviazgo más bien epistolar de casi una década del cual no quedaron indicios, pues mediante un pacto mutuo, tras un silencioso ritual en el patio de la casa mexicana, se incineró toda la correspondencia amorosa.

Hija del boticario del pueblo de Sucre que huyendo de la violencia política debió trasladar su farmacia a Barranquilla, Mercedes, de ancestros egipcios, denominada “El cocodrilo sagrado” en un secreto que se hizo público con la dedicatoria de Los funerales de la Mamá Grande, nacida en el puerto de Magangué, de gran esplendor cuando el río Magdalena era la arteria vital del país, pero criada en Sucre y formada en colegios de monjas de Mompox y Medellín, fue el baluarte de la vida privada, pública y secreta del escritor y el apoyo incondicional para sus actividades periodísticas, literarias, políticas y sociales, en cada uno de los lugares de residencia de la familia, errante como el Caribe: Caracas, Nueva York, México, Barcelona, París, La Habana, Bogotá y Barranquilla.

Como el círculo blanco de tiza que protegía de las cercanías peligrosas al coronel Aureliano Buendía, Mercedes fue el ángel de la guarda de la privacidad asediada de su marido ante la avalancha de políticos y advenedizos y mujeres fáciles que querían conocerlo y disfrutar de su amistad. Enterada de todo, nunca soltó comentarios, excepto a raíz del desencuentro pugilístico (antes de los respectivos Nobel), entre Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, cuando alguien insinuó que la causa del pleito obedecía a un intento de seducción de Patricia Llosa por parte de García Márquez, a lo que la Gaba respondió que eso no era posible porque ella conocía muy bien a Gabo y si de algo estaba segura era de su buen gusto para elegir a las mujeres.

Como las mujeres emblemáticas de su obra, entre las que se destacan Úrsula Iguarán y Fermina Daza, Mercedes fue una altiva y franca matrona caribeña, elegante y distinguida (el nombre de la columna juvenil de García Márquez, La Jirafa, es una alusión a la esbeltez de su cuello) con los pies bien puestos sobre la tierra, con la lucidez y el tesón para poner en orden la casa y llevar las riendas de la economía doméstica (tanto en las épocas duras como en las maduras) y el cuidado de los afectos (y de los rencores). Su autoridad imperial en la casa no se prestaba para discusiones hasta el punto de que una madrugada en La Habana, cuando Fidel Castro quiso intervenir sobre un plato que ella estaba preparando, no dudó en ripostarle que comandante, usted puede mandar en la isla, pero en esta cocina mando yo.

Como las mujeres emblemáticas de su obra, entre las que se destacan Úrsula Iguarán y Fermina Daza, Mercedes fue una altiva y franca matrona caribeña, elegante y distinguida (el nombre de la columna juvenil de García Márquez, “La Jirafa”, es una alusión a la esbeltez de su cuello) con los pies bien puestos sobre la tierra, con la lucidez y el tesón para poner en orden la casa y llevar las riendas de la economía doméstica (tanto en las épocas duras como en las maduras) y el cuidado de los afectos (y de los rencores).

Otra anécdota reveladora de la reciedumbre de su personalidad indoblegable ante prestigios y prejuicios es la que nos refiere Jacqueline Urzola en uno de los dos perfiles que se han publicado sobre Mercedes. Cuando se terminó la construcción de la casa cartagenera diseñada por el arquitecto Rogelio Salmona:

 

Mercedes se quejó de que Rogelio no había dejado un lugar adecuado en ninguna de las terrazas de la casa, para poner unas mecedoras en donde recibir las visitas tal como se acostumbra en la Costa y como a ella le gusta. El hecho es que a Salmona, como sucede a menudo con los arquitectos, no le entusiasmaba realizar las reformas que Mercedes le pedía y que alterarían el diseño de esta obra que él consideraba una de sus consentidas por ser la única edificación contemporánea en el sector colonial de la ciudad. Tras darle el compás de espera que ameritaban el prestigio del arquitecto y la amistad que a él los unía de tiempo atrás, y de que Salmona tratara de darle largas al tema, Mercedes tomó el asunto en sus manos y construyó la terraza que quería y que en efecto se convirtió el sitio donde transcurre la mayor parte de la actividad social de la casa. Dicen que cuando Salmona pasa por allí y observa desde afuera las reformas de Mercedes, se lamenta y reniega de las consecuencias de éstas”.

De bajo perfil público, sin ningún afán alguno de protagonismo para la galería, Mercedes Raquel fue siempre el poder tras el trono, el inmenso regazo de complicidad, solidaridad, pragmatismo, protección y seguridad, el apoyo infalible y necesario para que el escritor García Márquez hubiera podido desplegar de manera absoluta su talento literario.

Irreverente y dotada de un certero sentido del humor, Mercedes se hizo célebre y legendaria como el soporte material de Cien años de soledad por las triquiñuelas y sacrificios de los que se valió para solucionar la cotidianeidad de la casa durante los meses de su escritura, cuando García Márquez, consciente de la magnitud del proyecto narrativo que venía articulando desde 1950, renunció a sus trabajos de supervivencia como periodista y publicista para dedicarse de tiempo completo a la culminación de su obra. Al momento de depositar en el correo el sobre con los manuscritos de la novela, el comentario de Mercedes fue: “Ahora sólo falta que este libro no sirva para nada”.

Con Mercedes y su discreción se van para siempre, no sólo una mujer ejemplar y los innumerables secretos de la creación de Cien años de soledad, sino asimismo las copiosas confidencias que García Márquez, un conversador insuperable, atesoró en los años de su fama cuando políticos, actores, gobernantes, directores de cine y escritores de todas partes comenzaron a acudir a su casa disputándose el privilegio de su amistad.

Ariel Castillo Mier

Licenciado en Filología e Idiomas de la Universidad del Atlántico, magíster en Letras Iberoamericanas en la UNAM, de México, y doctorado en Letras Hispánicas en El Colegio de México. Profesor de la Universidad del Atlántico.