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“Cuanto más me adentro en la historia de este país, más me sigue fascinando porque es tan compleja y no fue una historia fácil; los colombianos no se sacaron el primer premio en la lotería de los países”, afirmaba Deas al referirse a las dificultades enfrentadas por Colombia en las diferentes etapas de su vida republicana. Foto: Forbes Colombia.

Recordando al académico y colombianista inglés que supo ver a nuestro país con otros ojos.

Malcolm Deas, el principal historiador de Colombia en los últimos sesenta años, llegó a este país en 1963, a los 22 años de edad, y tuvo desde entonces una estrecha relación con políticos y gobernantes, así como con los historiadores locales, muchos de los cuales se formaron bajo su orientación en la Universidad de Oxford. 

En América Latina lo usual era que los historiadores, como en Venezuela, Perú y otras partes, definieran su visión del pasado en relación con el marxismo: lo que había que contar o rechazar era una historia de la opresión del pueblo por parte de las clases dirigentes y de las luchas para lograr el socialismo, que se puso de moda con la revolución cubana desde 1959. Además, desde el punto de vista metodológico y técnico, se esperaba que los jóvenes siguieran las corrientes de Fernand Braudel, y otros historiadores europeos, las visiones de la “larga duración”, los elementos teóricos que definían en todas partes “la nueva historia”, con su énfasis en ideas a veces borrosas como la de “élite“, “identidad” o “colombianidad. 

En Colombia, la influencia de dos historiadores, Jaime Jaramillo Uribe y Malcolm Deas, que fueron los principales maestros de las generaciones que empezaron a escribir en los años sesenta y setenta, produjo una historiografía más escéptica que la de otros países de la región: ninguno era partidario de seguir muy de cerca las metodologías y visiones de los historiadores de moda. Había que inspirarse en ellos, pero mirarlos con dudas. Decir: Si, estoy en principio de acuerdo, pero… Esto ocurrió con los principales historiadores de estos años, formados, después de un período colombiano, en Inglaterra o París: Germán Colmenares, Hermes Tovar, Margarita González, Álvaro Tirado, Marco Palacios, Gonzalo Sánchez, yo mismo. No se definió una escuela dominante, no se impuso una visión que sirviera de referencia central y contra la que se compararan los trabajos nuevos. La idea era que los historiadores debían buscar una nueva versión del pasado, nuevos documentos, nuevos relatos, más que repetir lo ya sabido. 

Malcolm, que acaba de morir en Oxford, a comienzos de agosto, se empeñó en buscar visiones alternativas a los lugares comunes, en verle el lado positivo a lo que otros veían solamente como un fracaso: las guerras civiles del siglo XIX, además de todos los desastres que trajeron, habían ayudado a establecer relaciones entre las diversas regiones, a formar el esbozo de mirada que invocaba a todo el país, a que la gente de provincia conociera perspectivas más amplias, nacionales. Malcolm mostró también que el aislamiento local no había sido tan absoluto como lo describían algunos, pues llevó a que los alfabetas, el cura, el farmaceuta y el tendero, que leían la prensa de las ciudades a sus amigos, se convirtieran en canales importantes para la divulgación de las ideas políticas, la formación de los partidos, etc.  

Malcolm además subrayó, entre otras cosas, los grandes progresos que tuvo Colombia en su historia y en especial en los sesenta años en que estuvo siguiendo casi día a día la evolución del país: las ciudades de comienzos del siglo XXI, con su expectativa de vida mucho más larga, su mortalidad infantil reducida, sus servicios públicos, su reconocimiento del papel profesional de las mujeres, son casi irreconocibles cuando se comparan con las ciudades llenas de barrios de invasión que existían hacia 1960. 

Malcolm no escribía libros exhaustivos y sistemáticos sino más bien artículos, textos breves que dejaban aparecer algún aspecto sorprendente o insólito de la historia nacional, y sus libros principales son recopilaciones de éstos. Del Poder y la Gramática, (1993) agrupó sus principales artículos, escritos desde 1977, sobre esta obsesión de los dirigentes colombianos con el buen idioma, que llevó a que, para llegar a la presidencia podía ser más importante escribir bien en un periódico, que ser un terrateniente con muchos campesinos dependientes. La necesidad del dominio de la gramática hizo relativamente débiles a los dueños de la tierra, que no lograron formar una sociedad rural basada en el respeto al orden social y el dominio único del latifundismo, pues sus principales portavoces políticos creían que hablar bien el español era mantenerse fiel a la tradición española y cristiana, lo que hizo rechazar los elementos indígenas, africanos y mestizos de nuestro pasado, creando una vanidad social que acompañó los deseos de hacer avanzar el país y lo dividió en vez de unirlo. Esos mismos políticos gramáticos se preocuparon por definir bien las reglas políticas, por someterlas a normas de respeto a la ley y a las buenas maneras. Debían además ser capaces de manejar, más que una hacienda, una buena biblioteca o si eran comerciantes, de tener una buena librería, como Miguel Antonio Caro, José Vicente Concha o Carlos E. Restrepo. Las Fuerzas del Orden, publicado en 2017, reunió los artículos sobre los soldados y las fuerzas armadas, los generales de las guerras civiles, y diversos estudios sobre la historia económica del país.  El caciquismo, la pobreza fiscal, algunos revolucionarios como Ricardo Gaitán Obeso, y la historia de los cultivos de la hacienda de Santa Bárbara, en Sasaima, de la familia de Roberto Herrera Restrepo, el hermano del arzobispo de Bogotá, dieron materiales para algunos de estos estudios.

En estos trabajos Deas se apoyaba siempre en una bibliografía llamativa y extensa, en todos los libros posibles, en la literatura y en las memorias de los participantes, incluyendo muchas tesis de grado del siglo XIX, y folletos encontrados en la búsqueda persistente en las librerías de segunda mano de Bogotá y otras ciudades. 

Deas rechazó la idea de que la de Colombia sufría una violencia continua e inevitable. En sus ensayos sobre este tema destacó muchos de los cambios positivos vividos por el país desde 1970.

Uno de los temas que más preocuparon a Deas fue el del análisis de la violencia en Colombia. En un texto sistemático con Fernando Gaitán publicado en 1995, puso en cuestión las generalizaciones usuales: que Colombia era un país permanente y excepcionalmente violento, que la violencia había impedido el funcionamiento de cualquier orden institucional, que muchos de los problemas del país se debían a la violencia. Deas rechazó la idea de que era una violencia permanente, continua e inevitable, e incompatible con el funcionamiento de muchas instituciones legalistas y democráticas. En sus ensayos sobre este tema, que fueron decenas, destacó muchos de los cambios positivos vividos en Colombia desde 1970 y mostró las relaciones entre la violencia y los rasgos aparentemente contradictorios de la sociedad colombiana. Su optimismo prudente lo llevó Incluso a participar en varios de los procesos de paz de los últimos cuarenta años: hizo un relato brillante del encuentro de los negociadores de paz de Betancur con el M-19 en agosto de 1984: “Un día en Yumbo y Corinto”. Y respaldó y asesoró las diversas negociaciones de paz con la guerrilla, en especial las conversaciones del gobierno de Santos con las FARC. 

Yo lo conocí a finales de los sesenta, en la Universidad de los Andes, donde leí apartes de la historia de la conquista que yo estaba entonces escribiendo, en la que destacaba la importancia de las grandes diferencias regionales. Le pareció convincente y cuando tuve una beca en el exterior en 1974, me fui a hacer mi postgrado en Oxford, y allí estuve dos años, aunque nunca terminé el doctorado, que suponía escribir una tesis más o menos ordenada; él mismo no lo había hecho y no fue nunca el Doctor Deas, sino “Malcolm”, como lo recuerdan todos sus amigos (pues tuvo muchos y hacía más amigos que seguidores) y sus discípulos: destaco sobre todo a Marco Palacios, Hermes Tovar, Margarita Garrido, Efraín Sánchez, Beatriz Castro, Patricia Londoño, Eduardo Posada Carbó. Yo publiqué varios artículos sobre la economía colombiana en el siglo XVIII, que hacían parte del proyecto de tesis, pero nunca definí un proyecto único y nunca me gradué. Y hubo otros estudiantes de Oxford que tampoco pensaban graduarse, porque estaban en el mundo de la política, como Álvaro Uribe, que había sido gobernador de Antioquia. Y otros que combinaban sus intereses académicos con los vínculos con el Estado, como Gustavo Bell y Jaime Bermúdez. Discípulos y amigos políticos se reunían en Oxford, en St. Anthony’s College, en el Centro de Estudios latinoamericanos, que dirigió muchos años, en su apartamento de Bogotá…  Fue cercano a Virgilio Barco y a sus asesores, y dirigió en 1994 un largo libro sobre su gobierno (El gobierno Barco), al que añadió hace poco un estudio sobre su presidencia (Barco: Vida y sucesos de un presidente crucial…, 2019), al tiempo crítico y elogioso.  Coordinó también el tomo IV de la “Historia de Colombia…”  editada por Penguin en 2015 (1930-1960: Colombia, mirando hacia adentro) y escribió allí una extensa síntesis de la historia política de estos años.  Y publicó varios libros, algunos de ellos con Efraín Sánchez, con excelentes ilustraciones, sobre los grabados, las pinturas y las fotografías de Colombia en el siglo XIX, los que nos dejaron, además de argumentos, relatos y discusiones, gráficas e imágenes de nuestro pasado: otra forma inesperada de ver el pasado.

Así, sin seguir un programa sistemático de investigaciones y trabajos, impulsado más por la curiosidad, la atracción del país y sus contradicciones, y la fascinación por lo inesperado, la obra de Malcolm Deas ayudó a mantener una visión mucho más compleja del pasado de Colombia de la que se habría impuesto sin su influencia en las editoriales y los departamentos de historia, donde, no obstante el peso de gente como Jaramillo Uribe, Colmenares o Deas, importan tanto las metodologías, las estadísticas ordenadas y validadas con procedimientos matemáticos, los criterios y conceptos interpretativos, los argumentos teóricos. 

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Jorge Orlando Melo 

Licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Colombia y magíster en Historia Latinoamericana de la Universidad de North Carolina. Estudió Historia en la Universidad de Oxford.