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Manuel Zapata Olivella allanó el camino para que creadores narraran la vida de sus comunidades en la revista ‘Letras Nacionales’.

¿Cómo se percibía desde Bogotá la cultura del Caribe colombiano ayer? ¿Cómo se percibe hoy? Apuntes para una historia de la cultura en Colombia.

AYER

A finales de diciembre de 1965, el diario El Espectador publicó una nota bajo el título Los 10 ‘grandes’ de la cultura en Colombia, en la que daba cuenta de una selección hecha por cinco periódicos de Bogotá de los diez personajes más importantes de la cultura del país durante los doce meses del año que culminaba.

La nota rezaba así: Los redactores culturales de los diarios capitalinos El Espectador, «El Vespertino», «El Tiempo», «El Siglo» y «La República», por iniciativa de Samuel Montealegre, director del programa de TV «Diario Cultural TV», eligieron a los 10 personajes más importantes en la cultura colombiana el año que termina. Las bases para esta selección fueron su contribución efectiva al desarrollo cultural del país, con hechos que tuvieran trascendencia en el ámbito del pensamiento.

Los nombres de los elegidos, con su respectiva contribución a la cultura de Colombia, fueron: Santiago García, por su montaje teatral de Galileo Galilei de Bertolt Brecht; Marta Traba, por su contribución a las artes plásticas y su labor en el Museo de Arte Moderno de Bogotá; José Félix Patiño, rector de la Universidad Nacional, por emprender grandes empresas de divulgación cultural; Edgar Negret, por su participación en la bienal de Sao Paulo, Brasil; Blanca Uribe, por ser finalista en un concurso internacional de piano; Fernando Botero, por sus exitosas exposiciones de pintura en el país y en el exterior; Jorge Rojas, ganador del premio nacional de poesía; Julio Luzardo, por realizar una de las primeras películas de largo metraje en Colombia; Fanny Mickey, por organizar los festivales de la cultura de Cali; y Fabio Henao Londoño, constructor del teatro de Manizales, el más moderno para arte vivo en el país.

Tanto el título de la nota, como su contenido, no ameritan realmente mayores comentarios, porque ellos hablan por sí solos de quiénes en Bogotá, y cómo, definían, en ese entonces, la cultura en Colombia. No es pertinente juzgar los méritos de las contribuciones de los elegidos al desarrollo cultural del país, especialmente con hechos de trascendencia en el ámbito del pensamiento. Aunque algunas protestas generaron, estoy seguro que debieron realizar sus actividades con el mejor ánimo y pasión, sin tener en mente la distinción de las que iban a ser objeto. 

Vale la pena, sin embargo, una mirada, así sea somera, sobre lo que en ese año hicieron algunos colombianos de otras regiones del país diferentes a la central-andina en particular de nuestra región Caribe, que no llamaron la atención de los redactores culturales de los diarios capitalinos.

 

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El sociólogo costeño Orlando Fals Borda conversa con un líder campesino. Foto: Banco de la República.

En 1965, Orlando Fals Borda, quien había fundado la facultad de Sociología de la Universidad Nacional en 1959, terminó de consolidar alrededor de ella todo un centro de pensamiento multidisciplinario que le abrió nuevas perspectivas de análisis a los problemas del país. En 1962 había publicado con Germán Guzmán y Eduardo Umaña Luna, La violencia en Colombia, un estudio pionero en la materia y lectura obligada para cualquiera que deseara, y desee, estudiar ese fenómeno en los años cincuenta del siglo pasado. Su producción intelectual para 1965 seguía siendo además prolífica, pues ese año publicó sendos artículos en libros editados en París y Oxford, y un estudio de caso de transformación rural de una comunidad, en Bogotá.

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Con su música Lucho Bermúdez llevaría las sonoridades del Caribe colombiano al interior del país. Aquí, en compañía de otra caribeña, Celia Cruz.

En 1965, Lucho Bermúdez ya era la figura más reconocida de la música tropical en Colombia y en buena parte del continente. A pesar de arrastrar la pena de amor por su reciente separación de Matilde Díaz, ese año siguió desplegando una gran actividad musical. Su orquesta era imprescindible en cualquier fiesta que se respetara en el Hotel Tequendama. En los carnavales de Barranquilla hizo nuevamente presentaciones conjuntas con la orquesta de Pacho Galán con llenos totales en los sitios donde tocaron. En Bogotá, siguió amenizando el programa radial “La Hora Philips” desde las instalaciones de la cadena Caracol, a la que se unían muchas emisoras independientes en todo el país en una verdadera audiencia nacional. La orquesta de Lucho acompañó a todas las grandes figuras internacionales que pasaron por ese programa, desde Charles Aznavour, Pedro Vargas, Olga Guillot hasta Celia Cruz.

Ese mismo año abrió en el barrio Chapinero, en el corazón de Bogotá, junto con un socio, Bernardo Caycedo, el Grill Candilejas. “El show de Lucho Bermúdez” se presentaba todos los días a partir de las 9:00 pm y los domingos de 4:00 p.m. a 8:00 p.m. Ahí los bogotanos aprendían a valorar su música y a bailarla, ahí la sentían orgullosamente colombiana. A comienzos de 1965, Lucho compuso uno de los porros más famosos de su extenso repertorio; estrenado en Caracas, pronto se escuchó en toda América Latina interpretada por Los Melódicos, Tina: “Quién es la mujer más linda, Tina,Tina,Tina”

En 1965, el escritor cartagenero Germán Espinosa publicó su primer libro narrativo, la colección de cuentos titulada La noche de la Trapa. Aunque no fue muy bien aceptada por los lectores en general, en razón a sus incursiones en la literatura fantástica poco conocida en Colombia, recibió muy buenos elogios de parte de la prensa de la capital.

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«La violencia en Colombia», de Fals Borda; “La horrible mujer castigadora”, del pintor Norman Mejía, y el filme «Tiempo de morir», con guión de Gabriel García Márquez, tres obras que marcaron la producción artística e intelectual dentro y fuera de Colombia en 1965.

En 1965, el guión de Gabriel García Márquez —ya radicado en México— Tiempo de morir, fue llevado al cine en el país azteca por el director Arturo Ripstein. Ese mismo año, el propio Gabo apareció en la adaptación cinematográfica de su cuento En este pueblo no hay ladrones, junto con Luis Buñuel, Juan Rulfo y Carlos Monsiváis. 

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Norman Mejía, renovador del arte en Colombia con su particular estética.

En 1965, el pintor cartagenero Norman Mejía expuso en el Museo de Arte Moderno de Bogotá una obra que, a juzgar por Marta Traba —directora del Museo y la crítica de arte más respetada en el país—, representaba una renovación artística nacional, y un punto de partida hacia una apertura del arte colombiano, que lo descuadre de sus convenciones. Mejía era el primer pintor que trascendía las obras de Obregón y Botero, cuyo consolidado dominio de la plástica nacional los había tornado convencionales.

A Traba le pareció ilógico que la exposición no hubiera suscitado una controversia inteligente, en el anheloso propósito de entender por qué se producen obras semejantes y qué significado revisten en el mundo contemporáneo. En su artículo Norman Mejía: la vida física publicado en la revista La Nueva Prensa, la crítica argentina no escatimó elogios y reconocimientos a la obra de Mejía. Meses más tarde, y con una obra titulada La horrible mujer castigadora, el pintor cartagenero obtuvo el primer premio del XVII Salón de Artistas Nacionales, ratificando así que la apreciación de la crítica no era exagerada.

“El show de Lucho Bermúdez” se presentaba todos los días en el Grill Candilejas del barrio Chapinero a partir de las 9:00 pm y los domingos de 4:00 p.m. a 8:00 p.m. Ahí los bogotanos aprendían a valorar su música y a bailarla, ahí la sentían orgullosamente colombiana.

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Gabriel García Márquez, radicado en México, escribió en 1965 el guión del filme «Tiempo de morir».

En 1965, Manuel Zapata Olivella fundó en Bogotá la revista Letras Nacionales. Para entonces el escritor loriquero ya tenía una extensa obra literaria reconocida tanto en el país como en el extranjero. En el editorial de su primer número de enero de aquel año, titulado Esto somos, esto defendemos, la revista definió de manera clara e inequívoca, a partir de afirmar que había una literatura colombiana, que su objetivo sería mostrarla, juzgarla y exaltarla. Sus páginas quedaron abiertas para recoger la expresión de todos los creadores, anónimos o conocidos, que tuvieran algo que contar de la vida de sus comunidades, por muy marginales que fueran, en un acto de reivindicación de sus identidades culturales.

Anticipándose a la posible descalificación de su objetivo como chovinista, provinciano o partidista, la revista reiteró su propósito de darle cabida a la obra de los escritores colombianos con espíritu beligerante, polémico, independiente de su orientación literaria o política, siempre que fueran eminentemente afirmativos de lo nacional.

La aparición de Letras Nacionales fue recibida con entusiasmo en Bogotá. No faltaron, sin embargo, las críticas de rigor, como la de Hernando Téllez desde El Tiempo quien, sin dejar de celebrar su publicación, de entrada la señaló como un órgano de expresión de los escritores marxistas, paramarxistas o proto-marxistas. A ese señalamiento, como a otras críticas que suscitó el primer número, Zapata Olivella respondió explicando y defendiendo su concepto del nacionalismo literario, como lo siguió haciendo en los sucesivos números de 1965.

Por los planteamientos que hizo la revista ese año, y en los siguientes de su accidentada existencia, en cuanto a la defensa de la cultura popular de las comunidades indígenas, afro-descendientes y mestizas, y por la promoción de una nueva generación de escritores colombianos, Letras Nacionales realizó, como pocas revistas lo han hecho en la historia reciente, una excepcional contribución al desarrollo cultural del país con hechos que tuvieron y aún tienen una trascendencia en el ámbito del pensamiento.

Sin duda, algo importante en el ámbito de la cultura hicieron nuestros coterráneos en 1965, sin embargo…

 

HOY

Mucha y refrescante ha sido el agua de la cultura nacional que ha corrido debajo de los puentes desde 1965. Nos hemos integrado más, nos conocemos y nos valoramos más, el diálogo entre las diferentes regiones hoy es más fluido y, por ello, más rico. La valoración de las culturas populares ha cambiado sustancialmente, como también el reconocimiento a los “grandes de la cultura”.

Un ejemplo: El Museo Nacional de Colombia, con sede en Bogotá, anuncia para el 1° de octubre de este año, la exposición “100 x 8” —organizada por los curadores Eduardo Márceles Daconte y Juan Darío Restrepo— que nos invita a conmemorar la hazaña de ocho gigantes del arte colombiano nacidos en 1920. De esos ocho gigantes, es decir, grandes entre los grandes, cinco son del Caribe: Alejandro Obregón, Enrique Grau, Cecilia Porras, Nereo López y Manuel Zapata Olivella. Una pereirana, Lucy Tejada; un payanés, Edgar Negret; y un bogotano, Manuel H. Rodríguez.

Gustavo Bell Lemus

Historiador, abogado y político barranquillero. Se ha desempeñado en su carrera pública como Gobernador del Atlántico,Vicepresidente de Colombia y Embajador en Cuba durante los diálogos de paz con las FARC en La Habana.