Margarita Garcia

Álvaro Cepeda Samudio, piedra angular del Grupo de Barranquilla.

A propósito de la reedición del libro de cuentos de Álvaro Cepeda Samudio, publicado en 1972. 

Amigas culturalosas (Ramon Bacca – Dixit)1, preguntan repetidamente por un libro que vieron en la Librería KM5 de Uninorte y en La Nacional, titulado Los cuentos de Juana, que compraron y leyeron a conciencia, a juzgar por las preguntas. Están de acuerdo en que son fascinantes y la mayoría piensa que hay algo detrás de lo divertidos que son, que no alcanzan a descifrar del todo. Los cuentos se escribieron mientras vivíamos en La Perla (1962-69), familia Cepeda, segundo piso; familia Obregón, tercer piso, frente a la Escuela de Bellas Artes. Recordaran las filas de palmeras altísimas que adornaban la entrada. En la copa de esas palmeras vivían las lechuzas más escandalosas de las que tengo memoria.  Esas lechuzas salían de sus nidos a medianoche y volaban y entraban por el balcón de La Perla hasta el final del salón, y daban la vuelta y salían gritando como pájaros del infierno. Este cuentecillo tal vez aporte algún sentido al cuento de mi ex, Álvaro Cepeda Samudio, ‘En este pueblo ya no canta la lechuza’. Son 21 cuentos, más un prólogo. Diseñado por el autor: textos en el centro de la pagina de formato rectangular, calidad de papel, litografía y ortografía muy particular, incluía espacios en blanco –vacíos– entre palabra y palabra. Cepeda Samudio había utilizado este recurso en el capítulo: La Hermana, de La Casa Grande. En Los cuentos de Juana, hacen explosión: hay dos y tres blancos en cada cuento. El escritor obliga al lector a hacer un pare forzado. ¿Para qué? ¿De que venimos hablando?, el hilo narrativo de: la masacre de las bananeras corre subliminal bajo; ‘Las muñecas que hace Juana no tienen ojos’, ‘Cuando a Fray Bartolomé…’ y ‘El ahogado’. Los fantasmas bajan para decir que no se debe repetir.

Juana se divierte a costa de la diversión de los otros. El asesinato es una de las Bellas Artes. El juego privado entra en contradicción con el espectáculo masivo. 

Esperanza Akle ha escrito que, más que ilustraciones, Alejandro Obregón ha diseñado, coautor del texto, y señala que William Blake, escritor inglés, fue también pintor. La profunda identidad entre la dupla Cepeda-Obregón convierte las ilustraciones en algo distinto, en una coautoría, posible por la amistad eterna entre el dúo. Obregón recibe los textos y los transforma en algo nuevo. Sus ilustraciones tienen la coautoría de los textos de Los cuentos de Juana.

Hay una claridad en los artistas plásticos para pensar en Los cuentos. “¿Esto que es?”, “¿Qué está diciendo aquí Cepeda Samudio?”. Hay algo nuevo y raro, surrealista, le oí decir a un amigo pintor mientras se sumergía en su propia explicación de los cuentos. “Que son autónomos y distintos.” ‘Las muñecas de Juana no tienen ojos’ es puro teatro. En La casa grande, las hermanas hablan de su pasado y de su presente. Implican la masacre, como causa de su encierro. ‘Desde que Juana compró la cerbatana ya no se aburre los domingos’. Juana se divierte a costa de la diversión de los otros. El asesinato es una de las Bellas Artes. El juego privado entra en contradicción con el espectáculo masivo. 

Los 21 relatos están sostenidos por el personaje de Juana, que es una mujer extravagante. Se crítica y se aprueba al mismo tiempo. Juana pertenece a todos las épocas y a todas las geografías. Es la afirmación de la vida, la respuesta irreverente ante el peso de la tradición y la ley. Los cuentos de Juana tienen una estructura dislocada, que explora en términos de ficción los misterios y trivialidades que forman el teatro del mundo. Dedicada a mis amigas culturalosas, esta reedición necesaria fue obra de Uninorte y su rector, Adolfo Meisel Roca.   

1 Como decía Ramón Bacca.

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Tita Cepeda

Estudió Filosofía y Literatura en la Universidad Metropolitana e Historia de la Música en la Universidad del Norte. Desde el año 2000 publica su columna llamada Burbujas de la cultura en el diario El Heraldo de Barranquilla. Entre 1968 y 1969 fue gerente de la Compañía Cinematográfica del Caribe, fundada por su marido, Álvaro Cepeda Samudio. Allí produjo varios documentales, entre otros Regatas de Cartagena, La subienda del Magdalena y Carnaval de Barranquilla, danzas del Carnaval. Desde 1986 hasta 1990 fue directora de la Cinemateca del Caribe.