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Foto: AP.

En nuestro país somos muy desconfiados con los demás: 92 % de los colombianos no confían nada en los desconocidos. La falta de confianza se extiende también a las instituciones y dificulta que haya gobiernos efectivos.

Las actitudes de los ciudadanos dependen crucialmente de sus percepciones, sean acertadas o no. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo –PNUD– acaba de publicar un valioso estudio sobre las percepciones de los colombianos y su influencia en el funcionamiento de la sociedad. 

Colombia es uno de los países del mundo donde la gente se siente más satisfecha con su vida, pero a su vez es uno de los lugares donde menos confianza tiene la gente en las instituciones y en los demás. Podría decirse que somos uno de los países mas esquizofrénicos del mundo. Y se nota.

La satisfacción con la vida es un buen reflejo de las circunstancias de cada quien: se sienten más satisfechos con la vida quienes tienen ingresos más altos, un empleo de buena calidad y buena salud, y quienes sienten que pueden contar con otras personas. Y algo muy importante: quienes se sienten amenazados o inseguros, difícilmente pueden sentirse satisfechos con sus vidas.

Como ocurre en todas las sociedades, las percepciones de la gente están sesgadas por las experiencias personales y la intensidad de las interacciones con quienes son diferentes a nosotros. Como la sociedad colombiana es tan segregada, las percepciones que todos tenemos tienden a reflejar lo que ocurre en medios muy parecidos a los nuestros. Una gran mayoría de los colombianos se cree de clase media, tanto si objetivamente son pobres como si son ricos.

Por falta de contacto con quienes viven en condiciones muy precarias, tendemos a creer que los pobres ganan más de lo que en realidad ganan (y que los más ricos son menos ricos de lo que en realidad son). Dadas estas percepciones, no es sorprendente que no estemos dispuestos a que el gobierno adopte políticas más redistributivas, que exigirían que se recauden más impuestos y que los gastos públicos se focalicen mucho más en los pobres. Al contrario: la mayoría de la gente cree que paga más impuestos de lo que en realidad paga. Y, como consecuencia, cree que los gastos sociales en los pobres son más de lo que en la realidad son. Por consiguiente, estas creencias afianzan la desigualdad de ingresos y oportunidades.

Lo más problemático de nuestras percepciones tiene que ver con nuestras opiniones sobre los demás. Los colombianos sentimos una gran cercanía con nuestros familiares cercanos y estamos dispuestos a ofrecerles afecto y ayuda cuando es preciso. En contraste con esto, somos muy desconfiados con los demás: 92 % de los colombianos no confían nada en los desconocidos.  La desconfianza se extiende incluso a quienes sí conocemos pero no pertenecen a nuestros círculos inmediatos: apenas una de cada tres personas confía en sus compañeros de trabajo.

Por falta de contacto con quienes viven en condiciones muy precarias, tendemos a creer que los pobres ganan más de lo que en realidad ganan y que los más ricos son menos ricos de lo que en realidad son.

La falta de confianza se extiende también a las instituciones. Solo uno de cada cuatro colombianos cree algo o mucho en el gobierno, y algo semejante ocurre respecto a casi cualquier otra institución. Aunque la Iglesia es la institución más respetada, apenas se gana la confianza de un 60 % de los colombianos.

Pagamos muy caro por la falta de confianza en las instituciones y en los demás. Sin confianza, no puede haber gobiernos efectivos, cuyas decisiones puedan contar con el respaldo del grueso de la población. Como los trabajadores no creen en sus empleadores, no están dispuestos a adquirir las habilidades y conocimientos especializados que requieren las empresas y no les importa cambiar frecuentemente de empleo. Eso ayuda a explicar por qué Colombia es el país latinoamericano con la mayor proporción de trabajadores asalariados con menos de cinco años de antigüedad en sus empresas. También es el país con la más alta proporción de personas que trabajan solas o con familiares. Así, no es una sorpresa que la productividad laboral sea tan baja. 

Con una enorme batería de estadísticas y cuidadosos análisis, el informe del PNUD arroja muchas luces sobre las razones del círculo vicioso de inequidad e improductividad en que se mantiene el país. El informe es cauteloso en las recomendaciones, quizás porque no hay muy buenas bases para decidir qué hacer y cómo. Algo que sí deja claro, sin embargo, es que tendríamos que empezar por mezclarnos más unos y otros en todas las dimensiones de nuestras vidas, desde el cuidado infantil hasta el trabajo, pasando por el transporte y la recreación. Solo mezclándonos y conociéndonos mejor podremos aprender a apreciar las diferencias y a confiar en los demás.

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Eduardo Lora

Economista del London School of Economics e investigador asociado de Harvard y Eafit. Ha sido Economista Jefe del Banco Interamericano de Desarrollo y Director Ejecutivo de Fedesarrollo, Colombia.

 

 

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