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Pescado, verduras y agua, la fórmula de una larga vida para Aníbal Velásquez. La carrera musical de ‘El Mago del acordeón’ ha sido tanto extensa como prolífica.

Perfil del acordeonero vanguardista y tropical creador de la guaracha.

Vital y vigente, con esa amplia risotada que lo ha acompañado siempre, Aníbal Velásquez llegó a sus 85 años de vida.

Nació el 3 de junio de 1936 en Barranquilla, en el barrio San Francisco, conocido mejor como San Pacho, ubicado en cercanías de la Vía 40.

“Últimamente me preguntan con mucha frecuencia cuál es el secreto para mantenerme firme, y mi respuesta es la misma: una comida sana, a base de pescado y verduras y buena agua. La carne y el azúcar son dañinos y envejecen”, sostiene el penúltimo de los 12 hijos que tuvieron José Antonio Velásquez y Belén Hurtado.

De él se ciernen toda suerte de especulaciones: que procreó más de 50 hijos, que una vez se enfrascó en una pelea callejera en la que privó a puño físico a 12 contrincantes, y que en su época de esplendor grababa en un mismo día hasta con tres diferentes casas fonográficas, de ahí el apelativo que le endilgaron: Aníbal ‘Todo Sello’ Velásquez, ‘El Mago del Acordeón’.

Desde hace más de dos décadas, Aníbal reside con su compañera sentimental, Julieta Peinado Mendoza, en La Ciudadela 20 de Julio, a menos de 400 metros de la tribuna Occidental del estadio Metropolitano Roberto Meléndez. Es un hombre sencillo, espontáneo, de muchos amigos.

Su nombre ocupa un lugar sobresaliente en la historia de la música popular de Colombia no solo por su vasta y exquisita lista de canciones de autoría suya, de su hermano Cheito y de otros compositores colombianos, sino porque además logró incorporar al pentagrama nacional toda suerte de ritmos internacionales, en un estilo propio que se inventó y denominó guaracha. No en vano, en su maleta de canciones convertidas en éxitos, hay letras del mexicano José Alfredo Jiménez, de los venezolanos Osvaldo Oropeza, Néstor Zavarce, Alejandro Tino Carrasco y Mario Suárez; de los puertorriqueños Rafael Hernández y Bobby Capó, y del cubano Moisés Simmons, entre otros.

Pero como él bien lo explica, la guaracha suya era diferente a la cubana, también alegre y bailable, que después evolucionaría y recibiría el nombre de salsa.

La propuesta de Aníbal era una genuina novedad, jamás había sido tocada en nuestro medio. Y fue ese su principal aporte: haber creado una expresión de goce que le daría una nueva visión rítmica y melódica al acordeón, ese instrumento menospreciado por la alta sociedad de la época debido a su naturaleza provinciana, agreste. El sonido de Aníbal fue más urbano.

Él abrió el acordeón al baile, contrapuesto a la escuela vallenata, cuyas canciones en primera instancia fueron concebidas para que se escucharan.

 

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Aníbal Velásquez en sus años más mozos. Sus creaciones son ya parte del patrimonio musical del Caribe colombiano.

Sin ningún tipo de desparpajo, sin respetar etiquetas y teniendo en cuenta a los defensores de la diversidad en lo que respecta a la música de acordeón, Aníbal demostró que ese instrumento podía producir música diferente al paseo, al son, al merengue, a la puya y a la cumbia.

Antes de que Aníbal Velásquez apareciera en la escena, los acordeoneros colombianos tenían su propio estilo, pero tocaban los mismos aires, verbigracia: Abel Antonio Villa, Alejandro Durán y Luis Enrique Martínez, por citar solo tres.

No había grandes diferencias. Aníbal llegó, exploró, tocó lo que sonaba en la época y después impuso su propia marca e hizo genialidades con el acordeón.

Tras cumplir su ciclo con Los Vallenatos del Magdalena, cuarteto integrado por su hermano Juan y los hermanos Carlos y Roberto Román, Aníbal se lanzó a las grabaciones como acordeonero y líder vocal con su propio conjunto, el cual estuvo conformado originalmente por su hermano menor José ‘Cheíto’ Velásquez, que tocaba la caja; Jaime López, la guacharaca; Epifanio Barrios, cencerro, y Fernando Álvarez, tumbadora. En las grabaciones, Justo Velásquez, padre biológico del excelso músico Justo Almario, ejecutaba el bajo.

La propuesta de Aníbal era una genuina novedad. Y fue ese su principal aporte: haber creado una expresión de goce que le daría una nueva visión rítmica y melódica al acordeón, ese instrumento menospreciado por la alta sociedad de la época debido a su naturaleza provinciana.

Una a una, con el poder de un huracán incontenible, las canciones de Aníbal Velásquez con su conjunto inundaron el mercado y conquistaron el gusto del melómano.

Amenizadas con las inconfundibles notas de su acordeón, sus canciones incitaban al baile: ‘El turco perro’, ‘Me voy pa’ La China’, ‘Guaracha en España’, ‘La brujita’, ‘Mambo loco’, ‘El rayador’, ‘Déjala que sufra’, ‘Mejor para ti’, ‘El perro de Juanita’, ‘Alicia la flaca’, ‘Un poquito de cariño’, ‘Cinco pa’ las 12’, ‘El profesor zorro’, ‘La cachiporra’ y un largo etcétera.

Su particular estilo ha sido imitado, pero nunca igualado. Es una especie de gozoso cronista musical de las realidades de cualquier barriada caribeña que igual le canta al perro, a las campanas de la iglesia, a los aconteceres de un bus varado en medio del caliente tráfico ante las protestas de los pasajeros, al turco vendedor de telas, al Carnaval, todo dicho jocosamente, con ironía, con una burla que incita al baile y la diversión.

Así mismo, Aníbal obligó —de manera indirecta— al industrial Antonio Fuentes, dueño de Discos Fuentes, a crear Los Corraleros de Majagual, pues no encontraba la fórmula de contrarrestarle la férrea competencia que le hacía.

“No puede ser que un solo acordeonero, que no pertenece a un sello disquero de tradición, le agüe la fiesta a una empresa tan prestigiosa como la nuestra. Tenemos que actuar ya o nos comerá el guere guere”, les dijo Toño Fuentes a Calixto Ochoa y César Castro, sus músicos de confianza. Fue entonces cuando le propusieron al dueño de Fuentes la incorporación de un muchachito residente en Sincelejo, acordeonero, llamado Alfredo Gutiérrez. Pero esa es otra historia…

Aníbal Velásquez edificó un reino sólido e inacabable, estacionado en el tiempo. Su voz y las notas de su acordeón no paran de sonar y se mantienen firmes, más de 60 años después de que se grabaron por primera vez.

Fausto Pérez Villarreal

Barranquilla (1965). Comunicador Social-Periodista, profesor de la Universidad Sergio Arboleda sedes Barranquilla y Santa Marta. Dos veces ganador del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. En 2014 fue finalista del Premio Internacional de Puerto Rico, entregado en Madrid.