Alfonso López Pumarejo ejecutaría en sus dos presidencias profundas reformas para Colombia que sentarían las bases de una temprana modernización del país.
Perfil de un demócrata y un liberal de ideas que transformó a Colombia.
Entre los personajes más destacados de la historia de Colombia figura el expresidente Alfonso López Pumarejo (1886-1959). En su momento fue una figura discutida y vilipendiada en una época de feroces enfrentamientos políticos. La valoración positiva que hoy se tiene de él se deriva de las reformas que impulsó como gobernante –fue Presidente de Colombia en los períodos 1934-1938 y 1942-1945–, de su perspicacia para prever situaciones futuras y presentar soluciones, de su percepción y manejo de los diferentes actores de la sociedad colombiana. Así mismo, por su conocimiento del mundo internacional, lo cual le permitió manejar con pericia las relaciones exteriores de Colombia en épocas especialmente difíciles como la gran crisis del capitalismo de los años treinta y la Segunda Guerra Mundial y descollar en las Organizaciones Internacionales creadas en la postguerra. Pasados los años, y con la serenidad que da la perspectiva, hay un reconocimiento generalizado sobre su importancia, su legado político, sus ideas democráticas, su liberalismo social, el cual puede ser de interés para enfrentar la situación actual signada por la crisis sanitaria, económica, social, política e internacional.
López Pumarejo tenía un perfil particular frente al conjunto de la clase política y de nuestros gobernantes. Su padre poseía una de las fortunas más notables del país. Provenía de ancestros aristocráticos por su madre y populares por su abuelo paterno, Ambrosio López, el jefe de los artesanos liberales en Bogotá. De estas circunstancias, Hugo Latorre Cabal, en su biografía inconclusa, deduce la personalidad de López Pumarejo: un personaje que que se movía con naturalidad en las altas esferas económicas y sociales, en el mundo de las finanzas y en el internacional y, al mismo tiempo, era un reformador social que se convirtió en uno de los caudillos de más arraigo popular en la historia de Colombia.
Su formación fue diferente a la de la mayoría de los dirigentes políticos de la época, en su gran mayoría eran abogados. Sus primeros estudios los realizó con preceptores de la calidad de Miguel Antonio Caro, quien lo inició en la gramática castellana, y su cultura humanística la cimentó con intensas lecturas de los clásicos, tal como lo refiere en alguna de sus cartas. En su temprana adolescencia, para alejarlo de las guerras civiles, su padre lo envió a los Estados Unidos y a Inglaterra, donde conoció el funcionamiento de esas sociedades y se volvió totalmente bilingüe, lo cual le fue de gran utilidad en el mundo de los negocios y en la diplomacia. Ni intentó ni obtuvo un diploma profesional, situación que le enrostraron sus enemigos. Sin embargo, el tema de la educación fue una de sus preocupaciones centrales: la escuela primaria, las normales para capacitar a los maestros, la creación de la Biblioteca Aldeana de Colombia, que implicó un vasto programa con visión integral para llevar al campesino la alfabetización, y al mismo tiempo la instrucción sobre higiene y alimentación, la instrucción superior, cuyo centro fue la Universidad Nacional y la construcción de la Ciudad Universitaria, la primera en América Latina.
Sus primeras actividades no fueron en el terreno de la política sino en la esfera de los negocios, ejercicio que fortificó su pragmatismo por encima de los ideologismos. Sus lecturas preferidas eran las más serias revistas de economía publicadas en Estados Unidos e Inglaterra. Se involucró en el mundo del café como exportador y, como comprador del grano, recorrió el país y estableció duraderas amistades. Por razón de sus actividades estuvo en Ecuador, en donde se familiarizó con el liberalismo social de Eloy Alfaro, lo cual indudablemente influyó en su orientación política, como lo destacó su hijo Alfonso López Michelsen. Se adentró también en el mundo de las finanzas, gerenció un banco de capital norteamericano en Colombia y se ufanaba de que a través de el había ingresado al país más dinero que el recibido como indemnización por la separación de Panamá y el Canal.
López encontraba soluciones realistas y creativas para los problemas, incluyendo los que se avecinaban. Ante la perplejidad de sus copartidarios, acostumbrados a que el Partido Liberal actuara como socio secundario de los gobiernos conservadores y se contentara con una participación burocrática, proclamó que el Partido Liberal debía prepararse para asumir el poder.
Al finalizar la Primera Guerra Mundial se produjeron sucesos que marcaron el rumbo de la sociedad en el ámbito global. En Colombia también se presentaron acontecimientos que transformaron y sacudieron la sociedad. El café se afianzó como parte central de la economía y fuente principal de divisas. En los años veinte el país recibió la indemnización de Estados Unidos por la separación de Panamá. Por la misma época el país se inundó de empréstitos extranjeros y se produjo un fuerte crecimiento en las obras públicas, lo cual produjo lo que López Pumarejo denominó la “prosperidad a debe”. Pero también subió el costo de vida, se presentó el desplazamiento de sectores campesinos en busca de trabajo en las ciudades y en las obras públicas. En el campo se propagaron los conflictos entre colonos y propietarios, y en las grandes haciendas por la condiciones de explotación. Se instalaron los primeros sindicatos, se dieron las primeras huelgas y aparecieron los primeros grupos socialistas. El clima social empeoró, pero la respuesta oficial fue de simple represión.
Frente a esta problemática había dos opciones: ignorar los nuevos hechos sociales y sostener por la rutina o por la fuerza un régimen que después de medio siglo de gobiernos conservadores mostraba signos de decrepitud, o enfrentar la situación con los cambios y adecuaciones necesarios, ampliando los criterios de solución. López, que era un demócrata y un liberal de ideas y de partido, optó por lo segundo, con lo cual contribuyó a la modernización de las instituciones y con su reformismo evitó una confrontación violenta, el militarismo o la revolución.
Una de las características de López fue la de encontrar soluciones realistas y creativas para los problemas, incluyendo los que se avecinaban. Así lo demostró en momentos cruciales de nuestra historia. Ante la perplejidad de sus copartidarios, acostumbrados a que el Partido Liberal actuara como socio secundario de los gobiernos conservadores y se contentara con una participación burocrática, proclamó que el Partido Liberal debía prepararse para asumir el poder y llevar a cabo una política diferente que tuviera en cuenta la situación social, la necesidad de ampliar el espectro de los derechos políticos y sociales, propiciar el acceso de la mujer a la educación, incluso a la universidad, y ver cómo sortear la crisis mundial que ya aparecía. Así sucedió a partir de 1930, pero especialmente durante sus dos gobiernos. El país se enrutó por la modernización, por la inclusión de sectores marginados, por la institucionalización de la confrontación social, por un cambio conceptual sobre la función del Estado y los derechos sociales, y por una nueva política pública, semejante a la que llevaba a cabo Franklin D. Roosevelt, dejando atrás el liberalismo del siglo XIX.
El 9 de abril de 1948 se desataron en Colombia fuerzas latentes que se manifestaron por medio de la violencia. Esta se desparramó por el país, incendiando ciudades y campos. Tras 16 años de gobiernos liberales, los conservadores habían regresado al poder, las pasiones políticas y el sectarismo se impusieron y quienes se manifestaban más radicales se imponían. Otra vez, López Pumarejo percibió que el camino de la confrontación violenta nos llevaría al baño de sangre y a la dictadura. Él, que había liderado un gobierno de partido, propuso una fórmula apaciguadora consistente en un ejecutivo compartido entre liberales y conservadores. La fórmula no prosperó pero en ella estaba el embrión del Frente Nacional. Consumada la profecía dictatorial, y ya bajo la dictadura de Rojas Pinilla, en una convención de su partido que tuvo que ser semiclandestina, insistió en la fórmula altamente impopular en ese momento, del avenimiento con los conservadores para celebrar un pacto de gobernabilidad. Este se concretó en el Frente Nacional, firmado por Alberto Lleras y Laureano Gómez.
Un aspecto importante del pensamiento de López Pumarejo tiene que ver con las relaciones internacionales que concibió y desarrolló desde una perspectiva cosmopolita, a la cual contribuyeron su educación y sus experiencias como exportador y banquero. Entre Colombia y Perú se vivía un fuerte enfrentamiento con manifestaciones bélicas. En medio de la campaña electoral que lo llevó a su primera presidencia, López tuvo un acto audaz, otra de sus características: con miras a la solución del conflicto, fue a entrevistarse directamente con el Presidente de aquel país, el general Óscar Benavides. Su gestión fue determinante para la solución del conflicto. De haber fracasado en su viaje, muy posiblemente ese traspié le hubiera significado la pérdida de la presidencia.
Ya, como Presidente de Colombia, en las instrucciones que le dio a la delegación colombiana que en 1936 participó en la Conferencia Interamericana de Buenos Aires, se perfilan el sentido y la estructura de la Organización de los Estados Americanos –OEA–, creada Bogotá, en 1948. En 1945 se firmó la Carta Constitutiva de las Naciones Unidas y Colombia, representada por López Pumarejo, fue designado para ocupar un asiento en el primer Consejo de Seguridad. Allí el expresidente López tuvo un brillante y destacado papel por sus intervenciones sobre asuntos de la India, Sudáfrica, Grecia y Los Balcanes pero, en especial, por su clarividente intervención sobre el Estado de Israel. Se discutía sobre la necesidad y viabilidad de crear este nuevo Estado y de las condiciones para ello, si se creaban dos Estados, uno para la población árabe de Palestina y otro para la población judía, o un solo Estado que cobijaría a ambas comunidades. Ya había enfrentamientos militares y las potencias europeas, en especial Inglaterra, tenían urgencia de deshacerse de su mandato sobre la región. En su intervención, López Pumarejo fue claro en expresar la solidaridad de Colombia y la suya con la población judía pero solicitó no tomar una decisión precipitada. De lo contrario, dijo, lo que vendría no sería una justa solución como la merecía y reclamaba la perseguida comunidad judía, sino un semillero de nuevos conflictos que pesarían en el futuro de la humanidad. Palabras proféticas. Ya al final de su vida, López Pumarejo presidió la delegación colombiana a la Conferencia que en Washington creó el Banco Interamericano de Desarrollo –BID–, siguiendo sus consejos.
Alvaro Tirado Mejía
Profesor universitario, abogado, escritor, historiador, politólogo y economista agrícola colombiano, Doctor en derecho y ciencias políticas de la Universidad de Antioquia; Doctor en historia de la Universidad de París, Francia.