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El cantautor interpretando las dulces notas de su inseparable acompañante. Foto: Luis Rodríguez Lezama.

Un insulto fue el detonante de la primera canción que compuso a los 17 años nuestro Homero colombiano. Historia de un hombre que convirtió en belleza todos sus infortunios.

Transcurría el año 1945 y Leandro Díaz, con 17 años de edad, tenía la costumbre de descansar y meditar sobre sus penas y alegrías debajo de un palo de mamón en su tierra natal, la vereda de Alto Pino en la zona de Lagunita de la Sierra, jurisdicción de Hatonuevo desde 1994, año en que siendo corregimiento de Barrancas fue erigido en municipio. Lo hacía siempre acompañado de una vieja dulzaina, que le había regalado un tío materno.

Hasta el frondoso árbol llegaba una vecina de catorce años a encantarse con los lamentos de Leandro y los sonidos gratificantes del melodioso instrumento.

La mamá de la joven, al enterarse de la razón por la que su hija desaparecía de la casa, se dirigió molesta al árbol donde descansaba Leandro y sin fórmula de juicio lo insultó. Con espuma en la boca de la ira, le gritó que se olvidara de su hija, que solo un hombre rico podía conquistarla y no un pobre ciego, cara de cualquier cosa, como él…

Leandro se sintió ofendido por las imprecaciones de la señora, pero guardó silencio y desde ese momento comenzó a pensar en la respuesta cantada que le daría a la madre altanera, ya que nunca había enamorado a la hija ni mucho menos la había invitado para que lo escuchara cuando tocaba la dulzaina.

Leandro ya tenía dos referencias de la señora celosa, una de ellas era que solo bajaba al río a bañarse cada ocho días cuando lavaba la ropa, y la otra, que por su mal genio nadie la visitaba, ni siquiera la familia del marido. Por allí encontró el novel compositor el camino para darle respuesta acertada y satírica a la ofensora, mediante una canción que casi ochenta años después seguimos escuchando, gracias a las magníficas interpretaciones de Ivo Díaz y de Alfredo Gutiérrez. La composición, “La loba ceniza”, en ritmo de merengue, fue conocida regionalmente gracias a una banda papayera de Barrancas, y grabada por primera vez por Abel Antonio Villa como “La camaleona”, sin el crédito a Leandro, como su verdadero compositor.

Esta fue la respuesta original de Leandro:

Una mujer que vive en la Sierra.
Llego a su casa y la encuentro rabiosa,
la encontré con una soberbia, señores,
con espuma en la boca…

En un Festival Bolivarense del Acordeón, en Arjona (Bolívar), en medio de una parranda en la que se encontraban, entre otros, Miguel López, Enrique Díaz, Gustavo Gutiérrez, Sergio Moya Molina, el dos veces rey vallenato Julio Rojas y el folclorista Felson Acuña Perea, tuve la oportunidad de preguntarle a Leandro por su primera canción y me dijo entre risas que “La loba ceniza” nació en efecto del insulto de la señora, pero que él nunca estuvo en su casa, aunque sí preguntó por ella y su estilo de vida. Lo de la espuma en la boca lo presintió Leandro el día que lo insultó debajo del palo de mamón.

Ella dijo por qué tenía rabia.
Se puso al frente y me dio los motivos,
porque le llega de visita
la familia del marido…

Ella vive en la Sierra Nevada,
pero no gusta de toda persona,
porque vive que no se baña
como una camaleona.

Esa señora tiene una hija
que la está criando muy delicada,
pero ella vive ceniza, señores,
seca, que no se baña.

Pero ella tiene una hija.
Para su hija no hay pobrecito,
que su hija no es para pobre,
señores, es para los ricos.
Es para los ricos, es para los ricos…

A partir de este percance, comenzó Leandro a cantarle con inspiración desbordada al amor, a sus amigos, a su tierra, pero especialmente a su ceguera, la que nunca consideró un obstáculo para desenvolverse en su rutina diaria ni mucho menos para crear versos sentidos y, por el contrario, ver con los ojos del alma, fuente permanente de su inspiración, la que siempre expresó en versos, solo comparables con las de grandes poetas.

Leandro ya tenía dos referencias de la señora celosa, una de ellas era que solo bajaba al río a bañarse cada ocho días cuando lavaba la ropa, y la otra, que por su mal genio nadie la visitaba, ni siquiera la familia del marido. Por allí encontró el novel compositor el camino para darle respuesta acertada y satírica a la ofensora.

En el paseo “Dios no me deja”, grabada por Los hermanos Zuleta en 1978, deja registrada algunas de sus frases más transcendentales:

Él sabía que si me abandonaba
ninguno cantara como canto yo.
He sabido librar la batalla.
¡No hay que negar la existencia de Dios!

Que Él la vista me negó
para que yo no mirara.
Y en recompensa me dio
los ojos bellos del alma.

En el merengue “Dos papeles”, grabada por Jorge Oñate, al lado del rey vallenato Miguel López, canta en forma lastimera el desafío que le impone Dios por su limitación física:

Pero Dios no admite rencores:
hijo, tú no puedes ser malo
si tú tienes el alma buena.
No podrás mirar los colores,
pasarás tu vida cantando
para soportar tu ceguera.
Pero me dio valor como un hombre
para soportar mi condena.

En la canción “La historia de un niño”, grabada por su hijo Ivo Díaz, canta su propia vida, premiada con un talento prodigioso y una voluntad férrea que le permitió superar su difícil condición de miseria y rechazo, y le facilitó crecer con su arte, admirado y reconocido por todos sus compatriotas y por todo aquel en cualquier parte del mundo que escuche sus canciones.

En la casa de Altopino
se oyó por primera vez
el leve llanto de un niño
que acababa de nacer.
Ese niñito era yo
para aumentar la familia,
pero qué grande dolor
sintió su madre querida.
En una tarde serena
debajo del azul del cielo,
se descifraba el misterio,
el niño tenía una pena…

En el paseo “Soy”, grabado por El Doble Poder en 1980, expresa desafiante, convencido de su fuerza interior y lleno de convicción:

Yo soy el hombre que vive en tinieblas,
porque negro es el color de mi destino,
soy el hombre que emprendió un camino
por donde pasa se encuentra con la miseria,
yo soy un grito, yo soy la pena,
soy una queja, soy un suspiro,
para la gente soy un problema
ni las tinieblas pueden conmigo.

El Binomio de Oro, en 1977, le grabó “Sigo penando”, donde plasma con precisión cirujana su encuentro con el sufrimiento y el dolor, ya que nació con el misterio de no vivir alegre sino penando:

Como soy el penador, vivo penando.
Se escuchan por los aires
los gemidos de mi llanto.
Por donde quiera que voy
sigo cantando las tristezas del alma,
mis negros desencantos,
esta honda herida, la tengo que sufrir.
Si Dios lo quiere, así será mi vida.

El maestro Leandro Díaz nos dejó el día que suele terminar la primavera. El 22 de junio de 2013 falleció en la ciudad de Valledupar, a los 85 años de edad, este gran símbolo y digno representante de nuestro folclor.

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Samuel Muñoz Muñoz

Investigador y conferencista de la cultura del Caribe. Abogado, especialista en derecho constitucional. Administrador de empresas. Especialista en gobierno y asuntos públicos. Autor de las obras: Grandeza poética del vallenato, Mi primera canción y El mejor alcalde del mundo.

 

 

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