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El inicio de la producción petrolera en Colombia tiene como fecha el 29 de abril de 1918 con la entrada en funcionamiento del campo Infantas, en Barrancabermeja, operado por la Tropical Oil Company.

A 115 años de la adjudicación de la Concesión de Mares, hito que marca el inicio de la industria petrolera en Colombia, una revisión a la historia del empresario colombiano de origen francés Roberto de Mares.

En 1846 el inventor canadiense Abraham Gesner, usando instrumentos para destilar alcohol, encontró la forma de descomponer el petróleo en varios elementos. Uno de ellos fue el queroseno. La importancia de este descubrimiento estuvo en que el queroseno podía usarse en el alumbrado público por más tiempo y de manera más limpia que el aceite de ballena, que además de ser más costoso no tenía buena combustión. Mientras iluminar con aceite de ballena costaba diez dólares al mes, con queroseno se obtenía un mejor resultado por diez dólares al año.

El petróleo y su derivado, el queroseno, tuvieron amplia acogida en la segunda mitad del siglo XIX por ser la primera innovación que se hizo en el alumbrado público. En Colombia todo el petróleo que se quemaba en las lámparas de queroseno era importado. Para 1891 las compras de petróleo en nuestro país ascendían a 931 toneladas anuales, de las cuales 915 venían de Estados Unidos. Como estas cifras aumentaban, surgió la inquietud de aprovechar los propios yacimientos, ya que en algunos el petróleo brotaba hasta la superficie.

Empresarios del valle del Sinú y de Cartagena fueron pioneros regionales en asumir riesgos para poder desarrollar esta industria, inicialmente en la exploración del territorio, y a partir de 1910 en el montaje de la Cartagena Oil Refining Co., que sería una de las primeras refinerías que funcionó en el país. La fiebre del petróleo también contagió a visionarios en Barranquilla. Manuel María Palacio fue uno de los primeros en perforar en 1883 con éxito el pozo de Tubará. Y Roberto de Mares, reconocido empresario, fue el concesionario de la Concesión de Mares.

El interés de Roberto de Mares por la industria petrolera no era nuevo. Una de las primeras concesiones para explorar y explotar pozos petroleros en el Caribe colombiano fue la concesión Armella – de Mares. Adjudicada en 1896, esta concesión es una muestra del temprano interés de este empresario por el desarrollo de esta industria, con todos los riesgos que implicaba a fines del siglo XIX. Esta concesión cubría un territorio de 200 millas cuadradas, ubicadas entre Cartagena y Barranquilla, y estuvo vigente hasta 1907, cuando fue vendida a una compañía canadiense.

Roberto de Mares había nacido en Bogotá en 1864, hijo de un emigrante francés y una madre venezolana. De Mares se educó en Inglaterra, Francia y España, en donde se graduó en geología. Se casó en París en la iglesia de la Madeleine, con Julia de la Hoz Álvarez, siendo su padrino de bodas el general Rafael Reyes. De regreso a Colombia se estableció en Barranquilla, de donde era oriunda su esposa.

 

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Roberto de Mares (der.) fotografiado en terreno, en 1920.

Dicen las crónicas de la época que los viajeros se sorprendieron al ver que el petróleo del yacimiento brotaba a la superficie formando una piscina en la que podían sumergirse hasta las rodillas. Entusiasmados con las perspectivas del negocio, los norteamericanos registraron en Delaware la corporación Tropical Oil Company.

La segunda concesión que obtuvo Roberto de Mares le fue adjudicada en 1905, durante el gobierno del general Rafael Reyes (1904 – 1909). La Concesión de Mares le otorgó el privilegio de explotar los yacimientos petrolíferos del sitio conocido como Las Infantas, en el departamento de Santander, por espacio de 30 años. Las tierras de la concesión abarcaban un área de 528.980 hectáreas, colindantes con el río Magdalena. De Mares se comprometió a entregar al Estado una participación del 15 % sobre el producto neto, y a iniciar trabajos en un plazo de 18 meses. En caso de no cumplir con el plazo establecido la concesión caducaba automáticamente.

De Mares no logró llevar a cabo la explotación de los yacimientos de Barrancabermeja, por lo que el gobierno declaró caducada la concesión en 1909. Sin embargo se las arregló para conservar la concesión y en 1916 consiguió interesar a un grupo de empresarios norteamericanos, con experiencia petrolera en México y Estados Unidos, pero sin capital. Estos empresarios, que se llamaban Milo C. Treat, Mike Benedum y George Crawford, vinieron a Colombia en 1916 a conocer la zona de la concesión. Les acompañó un abogado que investigó la validez de los títulos y un geólogo.

Dicen las crónicas de la época que los viajeros se sorprendieron al ver que el petróleo del yacimiento brotaba a la superficie formando una piscina en la que podían sumergirse hasta las rodillas. Entusiasmados con las perspectivas del negocio, los norteamericanos registraron en Delaware la corporación Tropical Oil Company, con 1.200.000 acciones de las cuales reservaron 25.000 para los colombianos, incluido de Mares, quien quedó encargado de hacer el traspaso de la concesión. Para ello hizo firmar el Acta de San Vicente de Chucurí en la que se anunciaba el inicio de las obras en 1916. Se esperaba que este Acta fuera el instrumento legal para argumentar que, aunque la concesión había sufrido un retraso, de ningún modo se había dejado caducar. Se dijo que De Mares recibió USD 400.000 por ceder los derechos a la nueva empresa.

La operación no solo trasladó un contrato que había caducado; también cambió algunas de las cláusulas a favor de la compañía extranjera, como reducir la participación del monto de las regalías que debía pagar al Estado, del 15 % del producto neto al 10% del producto bruto. Y la obligación de no vender el petróleo y sus derivados a precios superiores a los de Nueva York, que figuraban entre los más altos del mundo.

Estos empresarios norteamericanos no tenían la intención de explotar la concesión, sino de especular con ella, como en efecto ocurrió cuando la Standard Oil, bajo la presidencia de Walter Teagle, tomó la decisión de adquirir la concesión en 1919. Los socios de Tropical Oil negociaron entonces un segundo traspaso de la Concesión de Mares, y en agosto de 1920 acordaron entregar las acciones de la Tropical a la Standard Oil a cambio de 33 millones de dólares, representados en acciones de una de las compañías filiales de la Standard. En este segundo traspaso los nuevos dueños también modificaron a su favor las condiciones del contrato. Uno de los cambios importantes fue la eliminación de la cláusula que obligaba a la Tropical a construir un oleoducto para el transporte del crudo desde Barrancabermeja hasta el puerto de Cartagena. De esta manera evitaron que el oleoducto, al no pertenecer a la Tropical, revirtiera al gobierno colombiano, una vez vencido el término de la concesión, como estaba estipulado en el contrato original.

 

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La desaparecida mansión de Mares, propiedad de Roberto de Mares, fue construida hacia 1928 en el barrio El Prado en la avenida Once de noviembre (Cra 54)  con calle 59 esquina.

Es así como la Concesión de Mares, que había caducado en 1909, fue traspasada en dos oportunidades, desconociendo su invalidez. La primera, en 1919, a la Tropical Oil, y la segunda, en 1920, a la Standard Oil, con gran ganancia para los fundadores de la Tropical Oil, sin todavía haber extraído el primer barril de crudo del yacimiento y modificadas las condiciones originales del contrato.

Estas maniobras de las poderosas petroleras estadounidenses en las dos primeras décadas del siglo XX fueron posibles en parte por la falta de claridad en la legislación vigente en Colombia sobre la propiedad del subsuelo en los regímenes de minas expedidos a partir de fines del siglo XIX. Otros factores no menos importantes fueron la inexistencia en Colombia de instituciones financieras sólidas en ese período, y la falta de conocimientos tecnológicos necesarios para poder asumir la explotación de los recursos mineros de forma independiente.

En cuanto a Roberto de Mares, se sabe que con el dinero que obtuvo de la venta de la concesión se estableció en Haití, en donde construyó uno de los hoteles más lujosos de la isla. Cuando el negocio comenzaba a prosperar un percance familiar le obligó a regresar a Barranquilla, abandonando el proyecto hotelero. Allí vivió en una lujosa casa del barrio El Prado, y reinició sus correrías en búsqueda de petróleo. En una de sus incursiones en la selva colombiana un infarto fulminante le sorprendió el 9 de enero de 1927, falleciendo a los 63 años de edad.

María Teresa Ripoll Echeverría

Historiadora. Docente de la Universidad Tecnológica de Bolívar en Cartagena.