Margarita Garcia

Alan Knight es profesor de historia latinoamericana en la Universidad de Oxford, y director del Centro Latinoamericano de esa alma mater. Foto: The Clinic.

“Las élites en Latinoamérica tienen una gran responsabilidad política, pero su gestión no ha sido muy positiva”: Alan Knight

por | Ago 21, 2024

Por Antonio Celia Martínez-Aparicio

Una mirada al papel histórico de las élites en el continente, en la entrevista de Contexto.

El académico británico Alan Knight (Londres, 1946), es considerado el más relevante y prolífico historiador mexicanista de la actualidad. Licenciado en Historia Moderna, y Doctor en el Nuffield College de la Universidad de Oxford, Knight ha tenido una larga y fructífera vida académica centrada en el estudio de la historia mexicana. Su inmensa producción de más de un centenar de libros, capítulos de obras y artículos académicos del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Oxford, abarca una gran variedad de temas esenciales para la comprensión de la Historia y la cultura política de América Latina.

Contexto entrevistó al historiador inglés a propósito del papel histórico de las élites en Latinoamérica.

Antonio Celia Martínez-Aparicio: ¿Qué son y por qué importan las élites?

Alan Knight: Las élites son importantes por definición: los politólogos Higley y Gunther definen a las élites como gente que “gracias a sus posiciones estratégicas en organizaciones poderosas pueden afectar los resultados nacionales de manera regular y sustancial”. Claro, ‘regular’ y ‘sustancial’ son categorías que necesitamos explicar y justificar en cada caso; además, yo preferiría decir ‘resultados nacionales y/o regionales’, ya que, particularmente en América Latina e incluso Colombia y México, el país que mejor conozco, hay una larga historia de élites regionales, como es el caso de los antioqueños o los yucatecos, cuyo poder e influencia dependen de su arraigo regional y se ven más claramente en el ámbito regional. 

La relación con ‘organización’ también es clave: entre los teóricos  ‘elitistas’ pioneros, como Mosca, Pareto, y Michels, fue este último, veterano del Partido Socialista Alemán de hace un siglo, quien formuló el argumento de que con la burocratización de la sociedad, tendencia enfatizada por Weber, más el proceso de “masificación” de la política, la organización se había vuelto clave y, en palabras de Michels, “quien habla de ‘organización’ habla de ‘oligarquía’”. Esta tendencia apunta a que las organizaciones modernas, tanto políticas como económicas y  culturales, necesitaron y produjeron sus élites dirigentes. Pensar de otra manera sería ingenuo e ilusorio.   

A.C.M.: En tu reciente charla en la Universidad de Los Andes comentaste que ya las élites no son los héroes y en algunos casos son villanos. ¿Han perdido importancia?, ¿se adaptan las élites a los nuevos entornos y ahora son, más bien, grupos de interés?

A.K.: Tres preguntas distintas e interesantes. En primer lugar, yo personalmente rechazo la antigua idea, todavía vigente hoy en día, de la historia como la gestión de los grandes héroes, o villanos. Por dos razones, primero, considero que la actuación de los ‘héroes’, los ‘grandes hombres’ del historiador escocés Thomas Carlyle, depende mucho del contexto histórico, que incluye, entre otros, hondos procesos impersonales como la urbanización, la industrialización, la globalización, etc.; además de la actuación más anónima de grupos populares conformados por campesinos, obreros y mujeres que también tienen un impacto en el curso de la historia. Segundo, a mi modo de ver la distinción héroe – villano tiene un fuerte contenido moral o ético que no es del terreno del historiador. Claro, todos, incluso los historiadores, tenemos nuestras ideas y preferencias morales, pero creo que la tarea del historiador es explicar lo que pasó, por qué, y con cuáles resultados, no dar premios a los buenos o castigar a los malos. 

En cuanto a las élites, su importancia y su modo de actuar, creo que es clave la mirada que se puede dar desde la investigación de la historia y la historia contemporánea. Por ejemplo, el “estado oligárquico” que predominó en América Latina, incluso en Colombia, desde la segunda mitad del siglo XIX hasta bien entrado el siglo XX, estuvo basado en una clase, una élite terrateniente que gozó de amplio poder político gracias, en parte, a su control de partidos políticos y su relación con dos organizaciones poderosas, la Iglesia Católica y el ejército. Un siglo después, aunque queda claro que todavía vivimos en sociedades con élites poderosas, son de diferente índole: la pertenencia de la tierra cuenta mucho menos; las élites económicas son empresarios, industriales, banqueros, etc., a veces con lazos internacionales; y el Estado, a pesar de su ‘adelgazamiento’ al estilo neoliberal de las últimas décadas, está más burocratizado y dotado de más capacidad sociopolítica.

Las élites cambian su modo de ser, su formación y reclutamiento, pero de ninguna manera desaparecen. De hecho, hay análisis persuasivos que ven el giro neoliberal, tanto en América Latina como en Europa y los EE. UU., como una ‘revancha’ de las élites económicas que, después de su eclipse relativo entre 1945 y 1975, han recuperado su poder e influencia, pero en nuevas circunstancias.  

Elites, burguesías capitalistas, oligarcas, estos términos suelen confundirse. ¿Cuáles son las similitudes y diferencias?

Es una cuestión clave, a mi modo de ver. Los teóricos de élites ya mencionados, Mosca, Pareto, Michels, etc., postularon su perspectiva como una crítica de pensadores liberales, socialistas y marxistas que previeron una nueva sociedad democrática, igualitaria y hasta ‘sin clases’. Las élites, afirmaron Mosca et al., fueron inevitables, necesarias, e incluso funcionales para el buen funcionamiento de la sociedad. No comparto esta interpretación un poco al estilo del Dr. Pangloss creado por Voltaire en su novela satírica Candido o el optimismo.

No creo que la membresía de las élites depende necesariamente de su capacidad y preparación. Quizás, por ejemplo, en las ciencias duras este principio meritocrático sí tiene validez; pero en la política veo poca conexión entre éxito electoral y capacidad gubernamental. Entonces, debemos reconocer la existencia, histórica y contemporánea, de poderosas élites sin asumir que su predominio es merecido y justificado. Al mismo tiempo, me parece obvio que vivimos, como hemos vivido por muchos siglos, en sociedades de clase, donde la distribución de la propiedad, el ingreso y el poder son estructuralmente desiguales. La frase de Marx y Engels de su Manifiesto Comunista: “La historia de toda sociedad existente es la historia de la lucha de clases” es una exageración, ya que ha habido, y todavía hay procesos históricos, así como culturales, ideológicos, religiosos, etc. que no se pueden reducir a la “lucha de clases”. Pero me parece innegable que toda sociedad histórica, ya sea feudal o capitalista, ostenta una estructura clasista, que tiene que ver con la distribución de la propiedad y la organización de la producción. ¿Cómo relacionamos esta estructura con la existencia de élites? Creo que una resolución sí es posible y útil. Por un lado, las clases no actúan automáticamente, necesitan sus líderes, sus organizadores, y sus ideólogos… sus ‘intelectuales orgánicos’, diría Gramsci. En una sociedad capitalista, las élites son “los que mandan” en las organizaciones clave, conforme la definición de Higley y Gunther: en las grandes empresas, las cámaras de comercio y otros gremios corporativos parecidos, en los partidos simpatizantes, y en los estratos altos de la burocracia estatal y de las fuerzas armadas. 

Existen élites distintas asociadas con organizaciones populares como sindicatos, partidos de izquierda, grupos indígenas, movimientos sociales, iglesias, etc. Claro, éstos a veces se ufanan de su igualitarismo y democracia directa, pero creo que Michels tuvo razón cuando señaló que toda organización, cuando crece y adquiere más miembros y ‘palanca’ sociopolítica, suele generar sus propias élites dirigentes. Es el precio quizás inevitable del poder. Concluyo con que ‘clase’ y ‘élites’ son conceptos distintos, pero ambos captan aspectos esenciales de la sociedad, y su relación en muchos aspectos determinan cómo las sociedades funcionan, o a veces se derrumban en conflictos sociales y hasta revoluciones.

Imagen: Google.

¿En qué medida los conflictos sociales han influido en la construcción de élites nacionales? 

De acuerdo con mi ‘modelo’ hay varias élites analíticamente distintas… económicas, políticas, religiosas, militares, intelectuales. La idea de C. Wright Mills de una sola Power Elite, es decir, un bloque bien estructurado de lideres empresariales, políticos y militares que controla el destino de los Estados Unidos, no es la única versión. Roderic Camp, el decano de los ‘estudios de élites’ en México, enfatiza la coexistencia a veces colaboradora, a veces conflictiva de diferentes élites, interpretación con la cual estoy de acuerdo. A través de la historia, la relación entre élites determina la trayectoria nacional política, por ejemplo, las recurrentes guerras civiles del siglo XIX, tema muy obvio en la historia de Colombia, igual que México, o, por contraste, periodos de élite con consenso y colaboración, como en Colombia después de 1958 o en México durante el largo periodo de la ‘Paz PRIísta’, entre 1946 y 1976. Pero, como ya mencioné, la actuación de las élites, incluso de los “Grandes Hombres” de Carlyle no se desenvuelve en un vacío: hay presiones internacionales, y de adentro y de abajo, como muchos historiadores han enfatizado en años recientes. 

Los partidos políticos y las guerras civiles del siglo XIX y posteriores, involucraron una extensa movilización popular, como James Sanders demuestra en el caso de Colombia y Guy Thomson y Florencia Mallon en el caso mexicano. Huelga decir, las grandes revoluciones latinoamericanas, las mexicana, boliviana y cubana, por ejemplo, fueron momentos cuando la movilización masiva fue clave y determinante. De hecho, se puede decir que un rasgo esencial de estas revoluciones, especialmente la mexicana y la cubana, que no sufrieron reversos contrarrevolucionaros, fue la creación de nuevas élites políticas, militares y burocráticas que, habiendo derrocado a las antiguas élites, gozaron del poder durante décadas.  

Los poderosos sindicatos de maestros en muchos países de América Latina, como Fecode en Colombia, ¿pueden ser considerados hoy en día como unas élites?

Su liderazgo, sí. El movimiento sindical en América Latina, que nació a fines del siglo XIX, notablemente en el sector exportador, por ejemplo en la Argentina, véase el libro clásico de Charles Bergquist, reflejó la cambiante estructura sociopolítica de la región. Igual que en Europa, los poderosos sindicatos industriales del siglo XX, sindicatos mineros, petroleros, ferrocarrileros, etc. que llegaron a su culmen a mediados del siglo XX, después comenzaron a perder su predominio conforme estos sectores se debilitaron, y nuevos sectores cobraron fuerza, en parte debido al crecimiento del Estado, del trabajo de ‘cuello blanco’, y del empleo femenino. Al mismo tiempo, el giro neoliberal desde los años ochenta ha tendido a debilitar el movimiento laboral, restándole los beneficios conquistados durante el previo periodo de industrialización  bajo la égida de un Estado en cierto sentido ‘desarrollista’. 

En años recientes vemos como estos sectores, como el sindicato de maestros, han crecido relativamente en diversos países. En México, el sindicato de maestros no solamente es el más grande de toda América Latina, sino que ha adquirido más palanca política, debido a la carrera de su exlideresa, Elba Esther Gordillo, y de los candidatos políticos que el sindicato ha postulado, esto en un contexto de mucha mayor pluralidad y competencia electoral. En ciertos Estados como Oaxaca,  poblado pero relativamente pobre, el sindicato de maestros ha tenido un papel político sobresaliente y, a veces, bastante corrupto y violento. Mientras, a nivel nacional, el sindicato ha resistido con bastante éxito las reformas educacionales propuestas por administraciones ‘neoliberales’. Hoy en día, bajo una administración que rechaza el ‘neoliberalismo’, ¡un término algo vago y proteico!, la reforma educacional queda estancada y el sindicato de maestros forma parte integral de la coalición populista, quizás ‘neo-PRIísta’ que ha gobernado desde 2018.

Algunos economistas como James Robinson afirman que el fracaso de algunas naciones se explica por la adopción de unas instituciones extractivas. Como las élites se supone que tienen, o tenían, que ver con los diseños institucionales, ¿son ellas responsables del atraso y la desigualdad de America latina?

Obviamente, por ser grupos ‘dirigentes’, las élites tienen la responsabilidad principal por la política nacional, pero con dos advertencias importantes: la primera, no obstante lo que C. Wright Mills opinó, no podemos asumir que hay una sola “élite del poder”, o Power Elite que tiene todas las riendas del poder en sus manos; al contrario, hay élites distintas y a veces conflictivas y los resultados de sus decisiones a veces son imprevistos y contradictorios. Segundo, hoy, más que en el periodo que aproximadamente va 1930 a 1980, el contexto internacional es clave y las élites y las economías ‘nacionales’ están sujetas a presiones ‘de afuera’ que ellas no controlan… que, tal vez, nadie ‘controla’, no obstante las tontas teorías de conspiración tan de moda en el discurso contemporáneo. 

Las élites tienen una fuerte responsabilidad y en general yo diría que su gestión no ha sido muy positiva. Es un cliché que gobiernos ‘populistas’, y otros, llegan al poder prometiendo premios y avances para después decepcionar a los votantes, produciendo así el desencanto y cierta deslegitimación del sistema político. El síndrome, evidente en Europa y otras partes también, provoca un deterioro en la democracia y una fragmentación del sistema político, de ahí el grito, acuñado en la Argentina a principios del siglo: “¡Qué se vayan todos!”. Un factor, sin duda, son los relativamente nuevos medios de comunicación que permiten ‘noticias falsas’, ‘hechos alternativos’ y las teorías de conspiración ya mencionadas. Las elecciones, llevadas a cabo en este ambiente tóxico, suelen producir gobernantes que saben manejar los medios de comunicación mejor que las riendas de poder. 

Pero vale reconocer dos factores menos negativos. Primero, durante el último cuarto de siglo, ha habido en ciertos países esfuerzos para disminuir o mitigar la innegable desigualdad socioeconómica, por ejemplo, por medio de las ‘transferencias condicionadas de dinero’, que han ayudado a los grupos más pobres, disminuyendo levemente la desigualdad, una tendencia que se ve tanto en México como en Brasil. Esto demuestra que políticas de modesto mejoramiento socioeconómico no son imposibles. Y, segundo, hay procesos de larga duración, en parte independientes de la gestión gubernamental, que poco a poco van transformando la sociedad latinoamericana. Por ejemplo, más acceso a la educación, especialmente para las mujeres; mayor alfabetización, un proceso de democratización, a pesar de sus defectos y vulnerabilidad; mayor preocupación por los Derechos Humanos, incluso de grupos indígenas; medios de comunicación más diversos, una expansión del empleo femenino, una caída en la tasa de mortalidad seguida por una caída en la tasa de natalidad, lo que tiene que ver con mayor uso del control de la natalidad, que ha producido un perfil demográfico muy distinto de lo que prevalecía en los años sesenta.  

América Latina obviamente se enfrenta a muchos retos y problemas, pero si comparamos la región hoy en día con la realidad y los pronósticos usualmente muy negativos de los años sesenta, vemos que sí han habido algunos avances, pero quizá gracias más a procesos impersonales socio-económicos que a las iniciativas políticas.        

A través de la historia, la relación entre élites determina la trayectoria nacional política, por ejemplo, las recurrentes guerras civiles del siglo XIX, tema muy obvio en la historia de Colombia, igual que México.

En tu conferencia mencionaste que han sido pocos los momentos en que las élites latinoamericanas han hecho pactos para defender sus intereses. ¿Ha primado la subdivisión y las diferencias entre las mismas élites?, ¿crees que es este un fenómeno único en América Latina? ¿Qué impacto ha tenido esto en nuestros países?

Las relaciones entre las élites, ya sean en América Latina o en otras partes del mundo, son muy variables y asumen diferentes formas según las regiones, sectores económicos, por ideologías, etc. Hay muchas oportunidades para desacuerdos y conflictos y los patrones varían de un país a otro. Sin embargo, hay una fuente de solidaridad elitista que se repite, que es el temor por “los de abajo”: por ejemplo, el espanto producido por la Revolución haitiana en 1804, que obligó a los terratenientes esclavistas en Cuba a borrar sus diferencias; o el miedo de los hacendados peruanos y bolivianos frente a la amenaza de protestas y revueltas indígenas provocada por la rebelión de Tupac Amaru en 1780 y las muchas rebeliones andinas a lo largo del siglo XIX y bien entrado el siglo XX. 

Está también el fenómeno señalado por Higley y Gunther denominado el “arreglo de élites”, elite settlement en inglés, y que consideran como una coyuntura clave en la formación de regímenes estables e incluso democráticos. Un arreglo ocurre cuando las élites, hartas de costosos conflictos entre sí o quizás preocupadas por la “amenaza desde abajo”, deciden pactar para enterrar sus previas divisiones y llegar a un acuerdo sobre “la división del botín”, este puede ser político. Ya mencioné el caso de Colombia y el Frente Nacional de 1958, año en que Venezuela experimentó un acuerdo semejante. Yo creo que la formación del Partido Unico Revolucionario Mexicano, el PNR, en 1929, reflejó un cálculo político parecido. Si un “arreglo de élites” de esta índole resulta un paso hacia la democracia es otra cosa, pero tengo mis dudas. Queda claro que ayuda a establecer una tregua política y un régimen más estable. Un caso clásico en la historia europea fue la llamada Revolución Gloriosa en Gran Bretaña, en 1688.

Por largo tiempo se escribió la historia de los grandes hombres pero esto cambió con el surgimiento de la historia social y cultural de los años 70 y 80. Nos dices que es importante volver a estudiar a los poderosos. ¿Por qué?

Es cierto que durante siglos los ‘grandes hombres’, y muy pocas mujeres, salvo algunas reinas destacadas, fueron el enfoque de los historiadores y cronistas. Claro, hubo grandes historiadores como Gibbon y Macaulay que también se interesaron en procesos sociales y económicos; pero la perspectiva de Carlyle, ya mencionada, fue muy común. Durante el siglo XIX, y con más rapidez en el XX, el enfoque socio-económico se puso mucho más de moda, en parte, quizás, debido a experiencias en el ‘mundo real’ de industrialización, urbanización, formación de sindicatos, etc., y en parte gracias al muy positivo proceso de fertilización cruzada entre la historia y ciencias sociales como la economía, sociología y antropología. 

A mediados del siglo XX la historia social y económica, a veces con un enfoque en la historia de ‘los de abajo’… campesinos, obreros, artesanos, etc., llegó a su culmen. Sin embargo, hacia los años ochenta hubo otro nuevo giro ‘cultural’, especialmente en los EE. UU., después en Europa, y en menor medida en América Latina. La llamada ‘nueva historia cultural’, bruscamente rechazó tanto el ‘positivismo’ cuasi-científico como las gastadas ‘metanarrativas’ del pasado, enfatizó la contingencia, la ‘identidad’ y la deconstrucción de textos flotantes al estilo de la crítica literaria.

La nueva historia cultural abrió caminos de investigación en temas previamente descuidados como la historia del género, del recreo, de la juventud, que fueron novedosos y positivos; pero su repudio del ‘positivismo’, y en ciertos casos del método historiográfico en su totalidad, condujo a sus protagonistas más radicales a un callejón sin salida en que los ‘historiadores’ simplemente intercambian ‘textos’ subjetivos, comunicándose en un idioma cada vez más esotérico e incomprehensible. Que yo sepa, no han contribuido al estudio de las élites… supuestamente prefieren como tema a los ‘subalternos’; pero de hecho su aportación a la historia de las clases populares, comparada con la de la antigua generación de autores como E. P. Thompson, E.J. Hobsbawm, etc., ha sido muy poca. 

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Antonio Celia Martínez-Aparicio

Empresario y expresidente de Promigas, es ingeniero del Instituto Politécnico de Worcester en los Estados Unidos y profesor visitante en práctica del London School of Economics.