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Charlie Watts tocó en vida todos los géneros que quiso e igual creo rock y coqueteó con el jazz. Su batería definió el sonido de los Rolling Stones.

En días pasados murieron dos gigantes de la música popular, el salsero Larry Harlow y el rockero Charlie Watts, baterista de los Rolling Stones. Ambos, desde sus posiciones de “extranjeros” o “infiltrados”, hicieron aportes fundamentales a los géneros musicales que desarrollaron. Los melómanos del mundo les debemos demasiado a estos hombres.

El judío neoyorquino que se enamoró de Cuba

Larry Harlow fue un músico que le gusta a los salseros de verdad. Pianista, productor, compositor, multiinstrumentalista; pero también un explorador, estudioso, arqueólogo de los ritmos tradicionales cubanos; un genio neoyorquino de pelo largo y bigote espeso que enriqueció a la música latina con su estilo; que contribuyó a que nuestras sonoridades tuvieran una dimensión universal, fueran apreciadas en todo el mundo.

Harlow fue uno de los mayores arquitectos de la “salsa”, que no solo fue música, también letras, mística y concepto, imagen visual; un golpe de percusión latina para que el mundo supiera lo que se podía hacer en estas tierras; el talento que abunda aquí a pesar de la precariedad económica y nuestra condición de patio trasero del “Imperio yankee”. La salsa nos dio una identidad, una estética, un orgullo de raza que son múltiples razas; con los discos de la Fania supimos que no teníamos que envidiarle nada al arte del norte, que más bien ellos tendrían que aprender un poco de nuestra riqueza estética y versatilidad.

Antes de la explosión sonora Harlow viajó a Cuba, ya en New York se había enamorado del mundo latino, de la música afrocubana; en la isla se empapó de los ritmos y tendencias que ponían al pueblo a bailar, y por supuesto aprendió muy bien la lección; fue uno de los músicos con más “tumbao” a pesar de ser hijo de judíos del centro y el este de Europa. Pero él se declaró latino de corazón, se hubiera podido desviar hacia el R&B o el rock que era lo de moda en New York, pero quizás vio –y escuchó– en nuestros sonidos una magia única, una variedad de matices de todo tipo, mayores posibilidades de improvisar y volar con su piano eléctrico jazzístico. Harlow era músico de academia, también ingeniero de sonido. Grabó más de 150 discos para su orquesta y otras; sobre todo fue un creador prolífico y al parecer un trabajador muy disciplinado. Le aportó modernidad a la salsa con su onda hippie y sus llamativas portadas. Gracias a él y sus compañeros “All Stars” los jóvenes se acercaron a la música de sus padres; con Harlow y sus amigos tenían guaguancó, guaracha y chachachá, pero también rock y soul, el complemento perfecto.

Sus grandes canciones seguirán sonando, sus homenajes a su ídolo de juventud Arsenio Rodríguez –otro innovador–; clásicos como ‘La cartera’, ‘Dumdumbanza’, ‘Yo te seguiré’, ‘Soy sensacional’ o ‘El paso de encarnación’, seguirán poniendo a la gente a bailar; y a los que escuchan sentados, a los salseros-intelectuales, a seguir apreciando sus matices sonoros, sus arreglos elaborados. Recomiendo personalmente el álbum Salsa de 1974, escuchándolo me imagino un piano blanco en mitad de la selva, y a un sabio judío tocándolo, dejándose llevar por los ritmos tropicales, por los espíritus africanos que se lo toman poco a poco y le enseñan la verdadera música, la de los dioses negros. Harlow poseído en el piano, con los ojos rojos, y Junior González –uno de sus cantantes de lujo– cantando inspirado con su “tumbaíto” y botando múltiples carteras por ahí en una seguidilla infinita. Es un disco virtuoso, pero también enigmático, muy influenciado por el misticismo y la religiosidad africana, y las creencias populares que parten de allí.

 

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Larry Harlow, judio neoyorquino siempre ávido de beber de las aguas de la música tropical llevó la salsa a un nuevo nivel de sofisticación.

Con Harlow y sus amigos tenían guaguancó, guaracha y chachachá, pero también rock y soul, el complemento perfecto.

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Charlie Watts, para muchos un jazzista infiltrado en una banda de rock.

El hombre de jazz que revolucionó el rock

Charlie Watts tocaba en pequeños clubes de Londres y despreciaba al rock. Sus ídolos eran Charlie “Bird” Parker y los bateristas Max Roach y Elvin Jones, entre otros músicos afroamericanos. Alguna vez los inquietos Mick Jagger y Keith Richards que deambulaban por ahí lo vieron tocar y le pidieron que hiciera parte de su banda. Desde 1963 hasta 2021, Watts fue uno de los tres miembros fijos de los Rolling Stones junto al cantante y al guitarrista, y según Richards, el grupo no existiría sin él. En cuanto a la música, Mr. Watts tal vez siempre fue el líder. Charlie era diseñador y aportó además en algunas carátulas y escenografías de conciertos, y siempre ahí, tan tranquilo y discreto, en la tras escena; su batería virtuosa pero acompañante, sin lucimientos innecesarios, es la culpable de que sigamos moviendo las caderas con las canciones de los Stones. El visible es el demonio Jagger, sí, pero que sería del rock hoy sin el aporte rítmico del Señor Watts.

Pocos conocen la faceta jazzística del músico londinense, en su vida paralela a los Stones, con quienes le dio la vuelta al mundo. Watts formó varios grupos que exploraron las raíces de la música afroamericana; entre ellos se destacan Charlie Watts Quintet, Charlie Watts Orchestra, y ABC&D of Boogie Woogie. En ellos también, a pesar de que algunos llevan su nombre, tuvo una posición no protagónica, como en los Rolling fue la roca sólida, disciplinada, que les permitió a los músicos de adelante brillar, volar; el virtuosismo en los pianistas de sus bandas, o en la guitarra de Keith Richards, le debe mucho al ritmo cool y tranquilo de la batería de Watts. Ahí, donde los veíamos, tan parsimonioso, también incurrió en algunos excesos con drogas, pero supo dejarlas a tiempo; su esposa de siempre, su hija y su buena voluntad le permitieron seguir desarrollando su música con la sobriedad que siempre lo caracterizó, sin tanto alarde. Watts es un ejemplo para los rockeros de hoy, no se trata solo de emociones, hay que estudiar, y si puedes tocar jazz, o música clásica, mucho mejor, claro; los ídolos no se consolidan gratis, hay trabajo allí.

Juan Sebastián Lozano

Periodista colombiano, escribe sobre libros y música. Su primer libro de cuentos, La vida sin dioses, será publicado próximamente por Calixta Editores.