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Con el anuncio del cambio de nombre de su compañía de Facebook a Meta, Mark Zuckerberg inauguró un nuevo universo de realidad virtual llamado metaverso.

Del metaverso en la poesía al metaverso de Mark Zuckerberg. Apuntes sobre dos palabras homónimas y un solo estado de ánimo.

Al encontrarme en las últimas semanas aquí y allá y en todas partes con la palabra “metaverso”, no pude menos de representarme una escena imaginaria en la que dos viejos poetas despistados y ajenos por completo a las nuevas tecnologías de la comunicación sostienen el siguiente diálogo:

–¿Qué crees que sea el metaverso?
–Supongo que es alguna innovación de un nuevo movimiento poético.
–¿Valdrá la pena el experimento?
–No sé. En todo caso, yo seguiré escribiendo mis poemas en verso libre.

Pero incluso para alguien que sea un completo integrado a los dispositivos informáticos y a internet, y que tenga siquiera al mismo tiempo una somera tintura de cultura humanista, es inevitable que el término “metaverso” le provoque una espontánea evocación de su conexión con la poesía. Porque en efecto existe en la poesía el metaverso y es algo bien distinto de ése del cual habló Mark Zuckerberg el pasado 28 de octubre, cuando anunció los nuevos proyectos de Facebook y el nuevo nombre de esta marca.

Metaverso es el siguiente verso de la famosa “Arte poética” de Verlaine:

Que tu verso sea fugaz y suave…

Se trata de un metaverso porque es un verso cuyo tema es el verso mismo en cuanto tal; un verso que aconseja cómo debe ser idealmente un verso: “… fugaz y suave…”.

Otra conocida “Arte poética”, la del poeta chileno Vicente Huidobro, nos ofrece dos metaversos:

Que el verso sea como una llave
que abra mil puertas.

La explicación es la misma: éstos son metaversos porque su contenido trata sobre la propiedad o capacidad que debe distinguir un buen verso: la de abrir mil puertas (no puertas reales, desde luego, sino metafóricas).

Y así, podría seguir aquí citando otros metaversos, pues los hay muchísimos en la tradición poética universal, sobre todo en ese género de poemas denominados “artes poéticas”. Sin ir más lejos, el colombiano José Asunción Silva comienza su poema “Ars” con un par de metaversos:

El verso es vaso santo; poned en él tan sólo
Un pensamiento puro…

En rigor, hay que aclarar que los casos que acabo de citar corresponden a una práctica que la teoría literaria llama “metapoesía”, que a su vez es una variante de otra práctica que se llama “metaliteratura”, que a su vez es una variante de un fenómeno mayor que se llama “metalenguaje”. Pero me permito llamar “metaverso” a la “metapoesía” porque, como hemos visto en los ejemplos anteriores, los poetas emplean la palabra “verso” en el sentido general de “poema” o “poesía”, y no en su sentido estricto de cada una de las líneas que forman el poema.

El metaverso tal vez más citado cuando se habla del metaverso (léase, repito, la metapoesía) es el soneto que improvisa un personaje de la comedia La Niña de Plata (1613), de Lope de Vega:

Un soneto me manda hacer Violante
que en mi vida me he visto en tanto aprieto;
catorce versos dicen que es soneto;
burla burlando van los tres delante.

Yo pensé que no hallara consonante,

y estoy a la mitad de otro cuarteto;
mas si me veo en el primer terceto,
no hay cosa en los cuartetos que me espante.

Por el primer terceto voy entrando,
y parece que entré con pie derecho,
pues fin con este verso le voy dando.

Ya estoy en el segundo, y aun sospecho
que voy los trece versos acabando;
contad si son catorce, y está hecho.

¡Un soneto que no habla de otra cosa sino del gradual proceso de composición de sí mismo! Un soneto que todo el tiempo se mira el ombligo, o, mejor, todo el tiempo se mira en el espejo.

Dos cosas distintas y un solo origen verdadero

Ahora bien, ¿a qué se debe que estas dos palabras tan distintas en su significado –“metaverso” para denominar el futuro mundo virtual inmersivo de internet, y “metaverso” como término literario– resulten homónimas? Cualquiera puede observar que su homonimia reside en el hecho de que ambas se componen de dos elementos morfológicos idénticos: “meta” y “verso”. El elemento “meta”, en ambos vocablos, es exactamente el mismo: se trata del prefijo de origen griego que significa ‘junto a’, ‘después de’, ‘más allá de’ o ‘acerca de’. Por su parte, el elemento “verso”, aunque también etimológicamente es el mismo en las dos palabras, llega a cada una de ellas por vías distintas: al “metaverso” literario llega directamente del latín “versus”; en cambio, al “metaverso” digital llega del acortamiento de “universo”, pues el término original es “metauniverso”, el cual, por economía lingüística, se redujo a “metaverso”.

Pero dije que el elemento “verso”, en las dos palabras, es etimológicamente el mismo. ¿La razón? Verso, en su sentido literario, y verso como elemento compositivo de la palabra “universo” tienen un origen común: proceden de “versus”.

“Versus”, por ser en latín el participio pasado del verbo “vertere” (‘dar la vuelta’, ‘volver’, ‘girar’, ‘convertir’, ‘convertirse’), viene a significar ‘vuelto hacia’, ‘girado’, ‘convertido’. En principio, designaba el movimiento de ida y vuelta del arado sobre la tierra. Luego, por asociación, pasó a ser el nombre de cada una de las líneas de un poema, que semejan los surcos trazados sobre un terreno.

Ese mismo “versus”, combinado con la palabra unus (‘uno’), formó también en latín “universus”, que significa ‘convertido en uno’ o ‘vuelto hacia la unidad’ en el sentido de la multiplicidad de lo existente tomada como una totalidad única, esto es, en el sentido de ‘entero, completo’. Luego, por la época de Cicerón (siglo I a. C.), fue cuando pasó a ser el sustantivo “universum”, que se refería ya al “conjunto de todas las cosas”, al cosmos, y que en español se convirtió en “universo”.

El otro metaverso no es menos deprimente. El futuro que nos ofrece Mark Zuckerberg y su megaempresa multinacional es que vivamos encerrados y aislados todo el tiempo en la casa, inmersos en un mundo puramente virtual o mixto.

La tristeza de los metaversos

Los dos metaversos comparten otro aspecto más importante que el etimológico: su tristeza. En el ámbito de la poesía, el metaverso consiste, como he señalado, en que el poema se refiere a sí mismo, tiene como tema el poema mismo: ¿puede haber algo más triste? Uno espera que el poema nos hable de alguna experiencia de la vida, de algún hecho –minúsculo o trascendental– del mundo, y espera conocer la visión y sentir la emoción del poeta al respecto. Pero, si en lugar de eso, el poeta acude al verso para realizar una función que es propia de los filósofos, los estetas, los teóricos de la literatura, esto es, reflexionar sobre qué es o qué debe ser la poesía, o formular su propia concepción de la poesía, la frustración del lector es enorme. ¿Es que el poeta no tiene nada que decir sobre lo que ve y escucha a su alrededor, sobre lo que les sucede a él y a los otros, sobre la realidad que vive, que padece o que lo conmueve?

El otro metaverso no es menos deprimente. El futuro que nos ofrece Mark Zuckerberg y su megaempresa multinacional es que vivamos encerrados y aislados todo el tiempo en la casa, inmersos en un mundo puramente virtual o mixto, con los ojos cubiertos con unas aparatosas gafas y el cuerpo lleno de sensores. De este modo, todo lo que haremos ya no será real, sino que parecerá real: jugar distintos deportes, asistir a conciertos o a exposiciones de arte o al cine, ir de compras, reunirnos con los familiares o amigos (es decir, con sus avatares virtuales en 3D). Todo será como estar siempre en un videojuego. Dedicidamente, como decía un viejo anuncio publicitario: gracias, Mark, prefiero vivir.

Lo que yo soy no rima con ninguno de los dos metaversos.

Joaquín Mattos Omar

Santa Marta, Colombia, 1960. Escritor y periodista. En 2010 obtuvo el Premio Simón Bolívar en la categoría de  “Mejor artículo cultural de prensa”. Ha publicado las colecciones de poemas Noticia de un hombre (1988), De esta vida nuestra (1998) y Los escombros de los sueños (2011). Su último libro se titula Las viejas heridas y otros poemas (2019).