Margarita Garcia

Foto: Edward Howell. Unsplash.

Hoy por hoy Colombia se encuentra inmersa en una dialéctica del cambio, ¿triunfará este o fracasará?

Los seres humanos han hecho del cambio intencional una norma o, más bien, un medio expedito para moldear la realidad a su criterio y construir un futuro distinto. Sin embargo, en la práctica, los cambios inducidos comportan riesgos latentes. ¿Cómo incide este factor en el éxito o fracaso del cambio?

El cambio se puede producir de manera natural o intencional. En el segundo caso, las autoridades rectoras, los equipos de expertos y la comunidad diseñan, planifican y ejecutan la transformación del sistema. Claro, la viabilidad de este cambio está asociada a múltiples factores, y uno de esos es el riesgo. 

Estos cambios dependen en gran medida de los avances del conocimiento humano, que continúa siendo incompleto, compartimentado y disperso, con muchísimos errores y defectos. Es claro que hay una parte de la realidad que conocemos relativamente bien y otra que desconocemos por completo. 

Por otro lado, los cambios intencionales de gran envergadura están llenos de incógnitas porque el cambio tiene que darse en diferentes niveles y subsistemas. A lo que se suma que la capacidad de cambio y las nuevas competencias no se dan por decreto. Hay que construirlas con esfuerzo a lo largo del tiempo.      

De ahí que detrás de la promesa de progreso que proclama el cambio inducido hay un potencial de amenazas y nuevas necesidades. Este desarrollo contradictorio del cambio, en el que cada avance porta sus propias consecuencias y riesgos suele ser una zona gris en los procesos de cambio.

La capacidad de cambio y las nuevas competencias no se dan por decreto. Hay que construirlas con esfuerzo a lo largo del tiempo. 

Lógicamente, la sombra del cambio intencional crece en orden a su complejidad y profundidad. Al punto que existen cambios radicales en donde la promesa de progreso se desvanece por completo ante la magnitud de los riesgos y efectos colaterales. En estos casos, el peligro es la promesa del cambio.

Hablamos de amenazas que producen daños sistemáticos, que suelen trasmutar y ampliarse a escala inimaginable. Cuando estos riesgos extremos se materializan, causan daños de tal proporción que cualquier actuación posterior es prácticamente infructuosa. ¿Qué hacer, pues, para prevenir los peligros?  

La respuesta es muy simple: los diseñadores y promotores de los cambios intencionales a gran escala deben identificar, cuantificar y estudiar meticulosamente cada uno de los efectos negativos y riesgos potenciales conexos a la iniciativa, para poder contrarrestarlos y gestionarlos desde su origen. 

Ahora bien, da la impresión de que la sociedad no actúa en la lógica de la prevención del riesgo. Al contrario, da pruebas de una pasmosa imprudencia, puesto que no cesa de emprender con testarudez toda clase de iniciativas de cambio que multiplican los riesgos que, además, se pagan caro.

Olvidando que los riesgos fabricados surgen de nuestras propias decisiones y emprendimientos, así como de la manera como nos relacionamos con nosotros mismos, con los demás y con el mundo. No podemos negar esa verdad. Al contrario, debemos aceptarla y, lógicamente, aprender a empezar por ahí.

Así que necesitamos pensar y actuar teniendo como referencia obligada los riesgos que nosotros mismos creamos para, con sentido de responsabilidad, evitar a toda costa darles un salvoconducto a más peligros. Este es mi principal llamado de atención, ahora que la fiebre del cambio abraza nuestra sociedad.

Querido lector: nuestros contenidos son gratuitos, libres de publicidad y cookies. ¿Te gusta lo que lees? Apoya a Contexto y compártelos en redes sociales.

julio-martín
Julio Antonio Martín Gallego

Magíster en educación, Especialista en filosofía contemporánea e Ingeniero Mecánico de la Universidad del Norte. Investigador y consultor especializado en procesos de cambio educativo y aprendizaje organizacional.