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Los sucesivos levantamientos de los Wayúu durante la colonia y el relativo poco interés de los españoles por sus territorios desérticos, se cuentan entre los factores que dificultaron el dominio europeo en La Guajira. Imagen: Guillermo Solano. Contexto.

La rebelión Guajira de 1769 y cómo los Wayúu nunca se rindieron ante el dominio español

por | Oct 26, 2021

Por Eduardo Barrera Monroy

Los Wayúu fueron los únicos indígenas del territorio colombiano que aprendieron a usar los caballos y las armas de fuego para defender su independencia. Crónica histórica de un pueblo que aún resiste en medio del desierto.

Para las autoridades españolas del siglo XVIII los indios guajiros o Wayúu, como son conocidos actualmente, eran prácticamente una nación enemiga. En 1718 el gobernador Soto de Herrera había dicho que eran “bárbaros, ladrones cuatreros, dignos de la muerte, sin Dios, sin ley y sin Rey”. En igual forma los veía el virrey Pedro Messía de la Zerda, quien en 1769, un mes antes de que tuviera lugar el llamado “levantamiento general de la nación guagira”, dijo que eran “ambiciosos, traidores, vengativos, desconfiados y llenos de abominaciones”.

Esta fama surgía del hecho de que habían tratado de conservar su independencia de los españoles con una decisión incomparable, que hizo que españoles e indios vivieran en una permanente situación de guerra. En efecto, y para hablar sólo del siglo XVIII, se habían rebelado en 1701, cuando destruyeron la misión capuchina; en 1727, año en el que más de dos mil indígenas atacaron a los españoles; y en 1741, 1757, 1761 y 1768. Además, de todos los pueblos aborígenes del territorio colombiano, fueron los únicos que aprendieron de los españoles cómo usar dos elementos que resultaron básicos para la defensa de su independencia: las armas de fuego y los caballos. Mientras los demás indígenas colombianos enfrentaban desigualmente sus armas tradicionales a los fusiles y caballos de las autoridades, los guajiros, como los indios del oeste norteamericano, pudieron resistir porque dominaban un importante aspecto de la técnica militar de sus enemigos. Como decía Messía de la Zerda, “por lo que respecta a hacer la guerra, los he visto manejar un fusil y fatigar un caballo como el mejor europeo, sin olvidar su arma nacional la flecha; a esto les acompaña un espíritu bizarro con mucha parte de racionalidad adquirida en el inmemorial trato y comercio que han tenido con todas las naciones”.

A estas habilidades se añade la ventaja que les daba el dominio de un territorio muy difícil para los españoles, por la ausencia de aguas: “Estos hombres, decía el virrey, se mantienen sin comer y ni beber dos y tres días, y les satisface abrir en breve instante la tierra con sus manos, y beber un sorbo de agua de cualquier calidad que sea, comen raíces de yerba, y frutillas silvestres, que uno y otros acabarían con un hombre de los nuestros en pocos días”.

 

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El virrey Pedro Messia de la Zerda, aquí en un óleo de Joaquín Gutierrez, regía durante la rebelión guajira de 1769.

En 1769 tuvo lugar una severa rebelión, provocada por la captura de 22 guajiros por las autoridades españolas para llevarlos a trabajar a las fortificaciones de Cartagena. La respuesta no se hizo esperar: el 2 de mayo los indios de El Rincón, cerca de Riohacha, incendiaron su pueblo y quemaron la iglesia, en la que murieron dos españoles que se habían refugiado en ella.

Desde la ciudad de Río de la Hacha salió inmediatamente una expedición que pretendía rescatar al padre capuchino de El Rincón, capturado por los indios; el jefe era el cabo José Antonio de Sierra, mestizo, quien había estado a cargo de la captura de trabajadores para Cartagena. Los indígenas lo reconocieron y lo obligaron a refugiarse en la casa cural, que todavía estaba en pie pero fue incendiada por los rebeldes: Sierra murió junto con ocho de sus hombres.

Este incidente fue conocido inmediatamente por los demás poblados guajiros, que se sumaron gradualmente a la rebelión en los días siguientes al 2 de mayo, empezando por los indios de Orino, Boronata y Laguna de Fuentes. La población rebelde era muy elevada, pues según Messía de la Zerda los guajiros tenían “veinte mil indios de fusil y flecha”. Las armas de fuego, adquiridas a los contrabandistas ingleses y holandeses, y a veces a los mismos españoles, permitieron a los rebeldes apoderarse de casi todas las poblaciones de la región, las cuales procedieron a incendiar sistemáticamente. De acuerdo con los informes de las autoridades, más de cien españoles murieron y muchos fueron secuestrados. Por otra parte, los indios se apoderaron de los ganados de los españoles y los llevaron hacia la alta Guajira.

La rebelión se fue apagando rápidamente. Los españoles se refugiaron en la ciudad de Riohacha, donde esperaban un eventual ataque indígena anunciado por toda clase de rumores. El comandante de esta ciudad se apresuró a enviar cartas urgentes a los gobiernos de Maracaibo, Valle de Upar, Santa Marta y Cartagena pidiendo apoyo e informando la carencia de recursos defensivos. Cartagena despachó a comienzos de junio cien hombres del Batallón Fijo y Maracaibo envió algunas ayudas.

Mientras tanto, los Wayúu, que no sólo habían aprendido de los españoles sino que se habían mezclado bastante con ellos, se dividieron: como Sierra era en parte indígena, sus familiares encabezados por un indio conocido como Blancote, se sintieron obligados, de acuerdo con sus costumbres tradicionales, a vengar su muerte, y se enfrentaron a los rebeldes en un importante combate entre indígenas que tuvo lugar en La Soledad. Con esto y con la llegada de refuerzos se fue apagando el alzamiento, que ya había satisfecho su objetivo central, al vengar en los españoles la violencia que éstos habían hecho contra los wayuu y al recuperar el control de casi toda la península, con sus puertos y caminos.

Los guajiros tenían “veinte mil indios de fusil y flecha”. Las armas de fuego, adquiridas a los contrabandistas ingleses y holandeses, permitieron a los rebeldes apoderarse de casi todas las poblaciones de la región, las cuales procedieron a incendiar.

Este conflicto, como se dijo, no fue único: desde el momento mismo de la conquista los españoles trataron de dominar la región, para evitar la expansión del comercio de contrabando inglés y holandés. A veces trataron de sujetar a la fuerza a los wayuu, mientras en otros momentos se dieron situaciones de convivencia e intercambio comercial que produjeron un amplio proceso de mestizaje.

Los indios parecen haber utilizado con habilidad la confrontación entre los españoles y los demás europeos: pronto comenzaron a realizar crecientes intercambios clandestinos, sobre todo con los ingleses, que se convirtieron en sus principales proveedores de armas blancas y de fuego, caballos y hasta esclavos. Los wayuu, por su parte, ofrecían sal, perlas y otros productos naturales, y eventualmente se convirtieron en vendedores de mulas y caballos enviados a Jamaica.

Esto muestra un proceso de mestizaje cultural bastante peculiar, pues los indios lograron utilizarlo para protegerse de una cultura invasora que los consideraba bárbaros y atrasados y quería imponerles sus propios criterios de “civilización”. De este modo, “guajirizando” los objetos y costumbres extranjeros lograron preservar una notable identidad.

Ello fue posible por muchos factores. La geografía misma les ayudó, en cuanto, con excepción de las tierras fértiles de la baja Guajira (cerca de la Sierra Nevada de Santa Marta), su árido territorio no era apetecido por los colonos blancos. Pero más que esto, algunos rasgos de su cultura les sirvieron eficazmente para su defensa.

En primer lugar, una organización de parentesco en la que se pertenecía a la familia de la madre (matrilinealidad) y basada en la poligamia, hizo que la conservación de la tradición y la cultura descansara en las mujeres. El carácter grupal de la ley y el delito entre los wayuu reforzó su solidaridad. De acuerdo con la ley guajira, lo que cause dolor (sobre todo la muerte, el derramamiento de sangre y la separación física) debe pagarse por el grupo del causante. De este modo, el mal hecho por un español a un indio era cobrado por los miembros del clan con la vida o los bienes de cualquier español. Por último, la estructura social basada en los clanes o familias independientes, sin un sistema centralizado, hizo que no fuera posible sujetarlos dominando a un cacique principal. Pero, a pesar de esta organización descentralizada, sorprende el vigoroso sentido de pertenencia a la nación guajira desplegado en la colonia, o incluso en nuestros días.

La resistencia de los wayuu fue, sin embargo, costosa. La pérdida de sus mejores tierras les dejó más vulnerables a las sequías, que produjeron hambrunas y muertes en varias ocasiones. Los arijuna (extranjeros) continuaron avanzando a nombre de la civilización, negándoles su derecho a vivir según su cultura y sus tradiciones. En un medio caracterizado por el contrabando, la creciente invasión comercial y el mestizaje, actualmente el carbón los invade con el polvillo que contamina sus vitales jagüelles, a lo largo de la línea férrea que va al puerto de Portete, y ello con una riqueza ajena que puede amenazar definitivamente sus tierras y sus recursos.

Texto publicado bajo el título «La rebelión Guajira de 1769: algunas constantes de la Cultura Wayuu y razones de su pervivencia» en la Revista Credencial Historia No. 6, disponible en versión digital en la página web de la Red Cultural del Banco de la República.

Eduardo Barrera Monroy

Historiador asociado al Instituto Colombiano de Antropología e Historia -ICANH.

 

 

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