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Para el escritor nicaragüense Sergio Ramírez en América Latina no se puede hablar de una sola izquierda. Ramírez claramente diferencia entre gobiernos de izquierda democráticos y las dictaduras mal llamadas socialistas.

El premiado escritor nicaragüense habla con Contexto desde su exilio en España.

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942) habla al otro lado de la pantalla. Detrás suyo una persiana de madera entreabierta deja colar tenuemente la luz del otoño madrileño. El anuncio de la orden de arresto emitida por el régimen de Daniel Ortega el pasado 7 de septiembre lo ha llevado a exiliarse en la capital española. El político y escritor nicaragüense, protagonista de la revolución que en 1979 derrocó a Anastasio Somoza, vicepresidente de ese país entre 1985 y 1990, Premio Cervantes de Literatura en 2017, y autor de Tongolele no sabía bailar (Alfaguara, 2021) responde con acento cadencioso y sosegado a la entrevista de Contexto.

Redacción Contexto: ¿Cuál es la situación de Nicaragua hoy?

Sergio Ramírez: Es muy difícil. En Nicaragua se ha puesto sobre la gente una losa de silencio. Por medio del terror, del miedo, mucha gente se ha ido al exilio, sobre todo los jóvenes. Solo desde junio hasta esta fecha han salido hacia Costa Rica más de 40 mil personas huyendo por razones políticas, no solo por razones económicas. Por primera vez las cifras de nicaragüenses que buscan la frontera con Estados Unidos son visibles. Antes no había migrantes nicaragüenses, ahora hay miles.

Bajo estas condiciones, veo muy difícil repetir la experiencia de las protestas de abril de 2018, pero no imposible. Es decir, para mí cuando una dictadura empieza a acumular poder y más poder es un síntoma de su debilidad. El poder es insaciable, no se satisface a sí mismo, quiere más y más y muere por gordura, porque ya no puede acumular más poder y llega un momento en que ese muñeco tiene que desarmarse.

Ahora… ¿cuándo sucederá? No es un asunto de tener la bola o el adivinador enfrente.

R.C.: ¿Cómo explicas que la Revolución sandinista, el movimiento que derrocó a una de las dictaduras más oprobiosas de América Latina, la de Anastasio Somoza, acabe instaurando un régimen parecido?

S.R.: Yo creo que la experiencia que nos dejan las revoluciones armadas a lo largo del siglo XX en América Latina, las tres revoluciones triunfantes que fueron la Revolución mexicana de 1910; la Revolución cubana en 1959, y la revolución en Nicaragua, en 1979, demuestra que generalmente hay un defecto de origen cuando alguien toma las armas en nombre de una causa política contra una tiranía como la de Porfirio Díaz, Batista, o Somoza. El caudillo armado que toma el poder reproduce la forma de poder que quiso derribar anteriormente.

No se puede negar que estas revoluciones trajeron cambios. La sociedad mexicana cambió con la Revolución mexicana, en Cuba se dieron cambios profundos y en Nicaragua se intentaron también reformas. Pero lo importante aquí es que la figura del político armado que llega al poder por las armas después intenta una concentración absoluta del poder político y eleva a realidad el mito del caudillo insustituible.

Esto explica que, en Nicaragua, Ortega se haya apropiado de los símbolos y la tradición de la revolución, y que ahora, en nombre de esos símbolos ya desgastados los convierta en una verdadera demagogia para erigirse en un gobernante perpetuo. La distancia entre los ideales revolucionarios de 1979 y lo que ocurre en la Nicaragua de 2021 tiene pocos puentes de comunicación. El único puente es retórico, del viejo discurso, de esos discursos que ya no funcionan para los jóvenes de Nicaragua. Los jóvenes no pertenecen a esa tradición, muchos de ellos ya nacieron en el siglo XXI y lo que ven es que sus opciones son dictadura o democracia. No izquierda o derecha, no revolución o contrarrevolución, sino democracia o tiranía.

Yo creo que la experiencia que nos dejan las revoluciones armadas a lo largo del siglo XX en América Latina demuestra que generalmente hay un defecto de origen cuando alguien toma las armas en nombre de una causa política contra una tiranía.

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Daniel Ortega junto a su esposa Rosario Murillo en un evento público en 2018. Desde hace unos meses se ha intensificado la represión del régimen en el país centroamericano, obligando a más 40 mil nicaragüenses a abandonar su país.

¿Qué tanto pudo haber contribuido a este impensable giro del sandinismo el apoyo de Chávez y su Revolución bolivariana?

Fue decisivo. Cuando Daniel Ortega llega al poder, no llega porque el pueblo se haya convencido de que llegó su oportunidad. El Frente Sandinista se mantiene entre 30 % y 35 % en los resultados electorales. Tiene un techo. Daniel Ortega lo resuelve pactando con Arnoldo Alemán una reforma constitucional que permite ganar las elecciones en primera vuelta con menos del 35 % del voto, que es lo que siempre ha sacado. Él ha perdido las elecciones anteriores.

Ortega llega al poder por medio de esta manipulación. Esto le abre las puertas de la presidencia y en 2006 se encuentra con el regalo de navidad de que Chávez está en el poder. La ceremonia de ascensión de mando de Ortega en ese año fue muy peculiar porque estaba el Rey de España, estaba el Presidente de México y había jefes de estado de muchos lados y la ceremonia no empezaba hasta que Chávez apareciera. Su avión iba retrasado y llegó dos horas después. Solo en ese momento se hizo la ceremonia de toma de posesión. De repente Daniel Ortega deja protocolariamente a los jefes de Estado allí y se va con Chávez a un acto de masas en la Plaza de la Revolución. Ese mismo día firman una serie de acuerdos fantasiosos, una refinería gigantesca que se iba a llamar el “Supremo Sueño de Bolívar”. Chávez en el discurso dijo que esa refinería iba a permitir enviar petróleo refinado hasta Arabia Saudita sin necesidad de pasar por el Canal de Panamá. No sabía que estaba en el Océano Pacífico.

Nunca se realizaron estos proyectos fantasiosos, pero lo clave para Ortega fue que el convenio petrolero de Nicaragua y Venezuela le otorgaba a Nicaragua el petróleo con un 50 % de descuento, y el 25 % se pagaba en mercancías. El interés era prácticamente cero. Y este acuerdo petrolero nunca dejó de ser privado porque se fundó una compañía en la que Venezuela tenía el 55 % de las acciones. Esta compañía era la que importaba el petróleo de Venezuela y la deuda que genera la provisión de petróleo venezolano nunca pasó por el Ministerio de Finanzas de Nicaragua, ni fue registrada en el Banco Central como deuda externa. Esto significó en unos 10 años unos 6 mil millones de dólares que Ortega podía manejar a su discreción para hacer inversiones privadas, comprarle una estación de televisión a sus hijos, hacer regalos populistas o proyectos de vivienda, como un Estado privado dentro del Estado. No tenía que rendirle cuentas a nadie.

Al principio parecía que los empresarios y Ortega vivían en luna de miel. Al final la empresa privada terminó asfixiada por el régimen. ¿Qué pasó?

Todo el mundo les advirtió a los grandes empresarios que estaban firmando un pacto con el diablo. Hubo una luna de miel que consistía en que los empresarios obtenían grandes beneficios fiscales, exenciones de impuestos, grandes ventajas financieras a cambio del respaldo político que le prestaban a Ortega.

Esto estalló en 2018, cuando la rebelión y los empresarios no tuvieron más que apartarse de Ortega y llegó un momento en que acompañaron la huelga nacional, hacían paros financieros, paros bancarios, el Consejo Superior de la Empresa Privada apareció ya de lado de la oposición. Pero esto tampoco me parece que sea duradero. Yo creo que llegará un momento en que Ortega va a volver a acercarse a los empresarios.

Para mí, detrás de la izquierda siempre han habido un conjunto de ideales de transformar a la sociedad, de darle bienestar, de que haya equidad y justicia en la repartición de la riqueza, pero esta izquierda populista, o digamos esta izquierda de “derecha” lo que ha hecho es empobrecer a los países.

Muchos en la izquierda internacional suelen juzgar con un doble rasero a las dictaduras. Implacables con las de derecha; permisivas con las más cercanas. ¿Crees que esto le resta cierta credibilidad a la izquierda democrática?

Lo que pasa es que si vamos a usar el término izquierda, no hay una sola izquierda en América Latina. Yo creo que si nosotros situamos en la izquierda a personas que están en un espectro muy amplio, desde Ricardo Lagos, en Chile; hasta Lula, en Brasil, o a Mojica, en Uruguay, esta no es la izquierda que justifica las dictaduras. En el caso de Nicaragua, tanto Lula, como Mojica, como Lagos, han tenido posiciones muy críticas y muy claras que han enfurecido a la dictadura.

Hay otra izquierda y estamos hablando del Foro de São Paulo que es una izquierda anquilosada que piensa como en los años 60 y que está dispuesta a justificarlo todo en nombre de una revolución que ya no existe. Mucha gente piensa que esa es la izquierda y la izquierda es muy variada. Hay una izquierda democrática, hay una izquierda pro totalitaria, hay una izquierda que se hace la tonta frente los desmanes.

Cuando hablamos de izquierda en América Latina hay matices. Y alguna izquierda que ha llegado al poder se comporta como si fuera de derecha. Como es el caso de Ortega, o de Maduro. Para mí, detrás de la izquierda siempre han habido un conjunto de ideales de transformar a la sociedad, de darle bienestar, de que haya equidad y justicia en la repartición de la riqueza, pero esta izquierda populista, o digamos esta izquierda de “derecha” lo que ha hecho es empobrecer a los países.

Presenciamos en Venezuela, Cuba y Nicaragua levantamientos ciudadanos por la libertad y la democracia. Los hechos recientes del 11J en Cuba y la exagerada represión del régimen cubano son muy dicientes. ¿Qué tan cerca crees que está el fin de las dictaduras en Latinoamérica y el Caribe?

Tanto Cuba, como Venezuela y Nicaragua, son países muy jóvenes. Por lo menos el 70 % de la población de Nicaragua tiene menos de 30 años. Para todos estos jóvenes la revolución es un cuento viejo mal contado y las ideas de los años 60 y 70 no les interesan para nada. Estas ideas que decían que el cambio solo se podía hacer por medio de las armas son completamente extrañas y muchas veces repulsivas porque el triunfo de las armas de estas revoluciones llevó fue a la situación actual, la cual obviamente rechazan.

Yo vuelvo a lo que decía al principio, para todo estos que salieron a las calles a manifestarse en Cuba el asunto no es de gobierno proletario o gobierno burgués, el asunto es de democracia o dictadura. El asunto es poder tener oportunidades verdaderas, gozar de libertad dentro de su país y no de un proyecto que sigue hablando con las mismas voces de hace 60 años. El presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, es un antediluviano en su pensamiento, no representa ninguna idea transformadora que atraiga a los jóvenes. Les habla con un discurso del pasado que nadie entiende y es lógico que un joven de 20, de 25 años en Cuba no comprenda ese discurso, le parece que le está hablando en griego o en chino.

Tanto Cuba, como Venezuela y Nicaragua, son países muy jóvenes. Por lo menos el 70 % de la población de Nicaragua tiene menos de 30 años. Para todos estos jóvenes la revolución es un cuento viejo mal contado y las ideas de los años 60 y 70 no les interesan para nada.

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“Tongolele no sabía bailar”, la más reciente obra de Sergio Ramírez publicada por Alfaguara.

¿Puede pasar lo mismo en El Salvador con Bukele?

Es un gran riesgo. A mí me parece que un hombre joven como Bukele, con mucho carisma, que es el primer gobernante digital de América Latina, ha desperdiciado las oportunidades de usar el respaldo popular inmenso que tiene para fortalecer la democracia en El Salvador. Al destruir las instituciones comete un error gravísimo. Él no va a pasar a la historia por lo que está haciendo. Es un mandatario con un respaldo popular inmenso, tiene carisma, la gente lo escucha, pero cree que puede desmantelar las instituciones. Desmantelar las instituciones es un ejemplo demasiado viejo ya en América Latina para no darnos cuenta de que no funciona. Sin instituciones no pueden funcionar estos países. Eso no es la democracia. La democracia es, mientras más votos yo tenga, y más respaldo popular, más consenso debo buscar. La imposición de mi propio criterio, porque tengo la mayoría, no es democracia. La democracia es el respeto a las reglas del juego y repartir el juego entre todos los sectores de la sociedad.

¿Crees que estamos ante una especie de reedición de la Guerra Fría?

Parece que los años de Trump ayudaron a consolidar esta situación. Me parece que hoy en día con el gobierno de Biden esto está cambiando. Estados Unidos tiene que volver los ojos hacia América Latina y establecer una política verdadera con respecto al continente. No una política de intervención, eso nunca ha servido de nada, sino una política de mutuo respaldo.

De todas tus obras de ficción cuál crees que es imprescindible para entender a Nicaragua

Pues yo diría que mi libro Adiós Muchachos es una buena manera de entender la revolución, e incluso, lo que está pasando hoy en día. Es mi memoria personal de lo que yo viví en la revolución y mi examen de conciencia acerca de mi participación en ese proceso.

Yo no digo que sea un libro adivinatorio, y que a través de ese libro se hubiera podido saber qué iba a pasar después, pero por lo menos puede iluminar acerca de lo que son los acontecimientos actuales en Nicaragua a partir de la experiencia de lo que fue la revolución.

Yo creo que mis obras de ficción, las más recientes, que son una trilogía de novela negra que empieza con El cielo llora por mí y sigue con Ya nadie llora por mí, y esta última, Tongolele no sabía bailar, pueden dar una idea de lo que es la Nicaragua contemporánea desde finales de los años 2000 hasta la época presente, porque esta última novela entra en los acontecimientos de 2018.

¿Cómo ves la situación de Colombia?

Yo veo una gran polarización política en Colombia, pero es igual que en otros países de América Latina. Eso no me extraña… mientras las polarizaciones políticas se puedan resolver por la vía electoral y los resultados electorales se respeten todo va muy bien.

Ojalá venga un nuevo Gobierno en Colombia que le pueda dar continuidad a los Acuerdos de Paz y que se evite el recrudecimiento de la violencia. Yo creo que ya Colombia es un país que ha tenido demasiados años de violencia y solo puedo desear lo mejor para un país que quiero tanto, donde he estado tantas veces y tengo tantos amigos.

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