La manera como crecieron las economías de China e India entre 2000 y 2019 explica porqué estos países encabezan el nuevo top 3 de las emisiones de carbono en 2021. En este contexto la pandemia nos ha hecho ver mejor la crisis del clima.

La manera como crecieron las economías entre 2000 y 2019 –léase también, emisiones de carbono– configuró una nueva geopolítica. Xi Jinping no fue a la cumbre climática de Glasgow, inexplicable, teniendo en cuenta que China es ahora el mayor emisor de carbono. Joe Biden retornó a su país al Acuerdo de París pero encontró una economía en declive. Promulgó una Orden Ejecutiva ambiciosa para corregir la torpeza climática de Trump, pero los efectos económicos de la pandemia empezaron a jugarle en contra y hoy tiene problemas para que su propio partido le apruebe las acciones climáticas que propuso. Llegó debilitado a Glasgow. Putin tampoco fue.

La COP 25 debió celebrarse en noviembre de 2020. No se pudo por la pandemia. De manera que esta de 2021 puede considerarse la primera cumbre climática pospandemia, dato no menor si tenemos en cuenta dos cosas: la pandemia es consecuencia de la crisis climática y cumplió el papel de amplificar o hacernos ver mejor la crisis del clima. Pero no aprendimos su lección y hemos seguido creciendo como si este fuera un planeta infinito. La pandemia nos advirtió sobre el peligro de ocupar zonas selváticas desalojando otras especies vivas, pero esto tampoco lo entendimos. La deforestación global para proyectos ganaderos, cambiar el uso del suelo o especular con la tierra, alcanzaron récords en 2020. Los efectos de la crisis son hoy más devastadores que lo que previó la mejor ciencia disponible. Estamos frente a un peligroso coctel hecho de coronavirus, migraciones en masa, depresión económica global y cambio climático. Léase mejor: la crisis estructural de capitalismo global y de su forma extrema –el neoliberalismo. Esta crisis que empezó en 2008, no desvinculada con las pujas geopolíticas y tecnológicas, marcadas con las nuevas y expansivas formas de producción económica.

Es probable que la humanidad no tenga que esperar mucho tiempo para conocer las consecuencias catastróficas de estas amenazas cruzadas. La manera como se fue configurando una nueva geopolítica, entre los años 2000 y 2020, determinada por los mismos impulsores de la pandemia, puede darnos algunas pistas sobre un fenómeno aún en formación: la nueva geopolítica de la crisis climática. En 1960 el top 3 de las emisiones de carbono estaba compuesto por Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia. Estados Unidos era el mayor aportante de carbono (30.9 %) y la mayor economía global. Pero en 2019 ya habían aparecido dos nuevos jugadores que desalojaron a Estados Unidos de la primacía: China, que aportó ese año 27.9 % de las emisiones e India que aportó cerca del 5 %. Este bloque, que no obstante negocia por separado, conocido como Chindia, es crucial hoy en las negociaciones del clima. Una de las noticias de la COP 26 es que 40 países acordaron abandonar el carbón antes de 2030. Pero no lo hicieron los tres países que suman el 70 % del consumo total: China (50.5 %); India (11.3 %) y EEUU (8.5 %). La manera como crecieron las economías de China e India entre 2000 y 2019 explica el nuevo top 3 de las emisiones de carbono en 2021, según datos muy recientes de la Base de datos de la Comisión Europea: China (30.34 %), Estados Unidos (13.43 %) e India (6.83 %).

 

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Foto: Li-An Lim. Unsplash.

Una de las noticias de la COP 26 es que 40 países acordaron abandonar el carbón antes de 2030. Pero no lo hicieron los tres países que suman el 70 % del consumo total: China (50.5 %); India (11.3 %) y EEUU (8.5 %).

La velocidad del crecimiento anual de las emisiones entre 2000 y 2019 es 10.7 % para China y 8.8 % para India, mientras que Estados Unidos y la Unión Europea registran datos negativos: -0.6 % y -1 %, respectivamente. China viene dando pasos de gigante, no necesariamente coordinados con los restantes tigres del Asia, desde que afianzó su poderío militar en ‘La Gran Divergencia’. En este siglo ingresa a la Organización Mundial del Comercio, después de recuperar a Hong Kong y a Macao y consolidar la Organización para la Cooperación de Shanghái (OCS), especie de OTAN para dominar a Eurasia. Poco después, interpretó novedosamente (también audazmente) la crisis financiera global de 2008. Beijing fortaleció su independencia económica y expandió la inversión en ciencia y tecnología, adquirió activos estratégicos y abrió sus empresas al mundo, especialmente en América Latina, África y Asia. En 2009 se empezó a hablar del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) un bloque que en realidad fue económico, político y ambiental al mismo tiempo. Su poder se afianzó en 2013 con la “Nueva Ruta de la Seda” y un banco que entró a competir con el FMI y el Banco Mundial: el Banco Asiático de Inversión e Infraestructura. Los otros tres jugadores (Japón, Rusia y Brasil) serán actores de primera línea en la nueva geopolítica de la crisis climática que quizá empiece a delinearse en los G-7 y G-20 de 2022. Brasil no aparece aún en el top 5 de las emisiones de 2021, pero la ausencia de Bolsonaro en la COP 26 y sus políticas nefastas con respecto a la amazonia, son una señal inequívoca de la manera como se opondrán a cualquier tipo de medidas coercitivas que pretendan sugerir los países líderes de la acción climática. Brasil alegará, junto con Chindia el argumento de la justicia climática y las responsabilidades comunes pero diferenciadas. Este argumento es cierto (ver el per cápita de las emisiones de carbono en el siguiente cuadro) pero si esas tres economías reflejan la filosofía del BRICS, no parece haber mucha coherencia entre la acción climática, las transiciones hacia economías prósperas pero sin carbono y sus metas de carbono neutralidad expresadas en Glasgow.

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Para India, según lo expresó su primer ministro, la prioridad es erradicar la pobreza. Por eso aplazó hasta 2070 (¡ya para qué!) su meta de carbono neutralidad. Para China la prioridad es la de convertirse en la primera potencia del mundo. Ahora bien, la paradoja es que ambos países son potencias en energías renovables y producción de paneles solares y vehículos eléctricos. Así las cosas, no haría falta esperar hasta que acabe la cumbre de Glasgow para confirmar su fracaso. Un revés para todos, evidentemente, pues el Sistema de las Naciones Unidas es un logro de la humanidad y debe mantenerse como mecanismo de diálogo y acuerdos sobre los temas cruciales de nuestra época.

Las COP harían bien en repensar sus métodos y sus prioridades. Concebir este escenario como un espectáculo anual es un error y una infamia con las víctimas del cambio climático que hoy se cuentan por millones. Las COP no abordan la discusión sobre la relación evidente entre los impulsores del crecimiento económico y las emisiones de carbono. He ahí el verdadero problema a resolver. Algunos han sugerido que ya es la hora de atreverse a plantear obligatoriedades y sanciones para aquellos países laxos en medidas contra el carbono y tardos en las transiciones. Pero no parece viable que una eventual alianza entre Estados Unidos, Unión Europea y Japón pueda meter en cintura a Chindia. Recientemente Charles Lane, columnista de The Washington Post nos advirtió que la crisis “nos ha enseñado los verdaderos costos de hacer negocios con China”. El sistema ONU haría bien si interpreta esta nueva geopolítica y explora una gobernanza del clima con poder real que incluya a los ciudadanos y a los actores no estatales.

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Manuel Guzmán Hennessey

Experto en desarrollo sostenible, transición energética, y estrategias climáticas. Columnista de opinión y profesor titular de la cátedra de cambio climático de la Universidad del Rosario y la Universidad Nacional de Colombia. Es conferencista internacional y autor de numerosos libros y artículos sobre temas de sostenibilidad, cambio climático y energías renovables. @GuzmanHennessey