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Las Estrellas de Fania, la crema y nata de la salsa, popularizó este ritmo afroantillano cautivando a millones de rumberos.

Breve pero sabrosa historia musical de la agrupación que encarnó el ascenso y difusión global de la salsa.

La orquesta de salsa más famosa del mundo, cumple, este 2023, 55 años de haber sido creada en Nueva York por dos pioneros de este popular género musical que enlaza sus raíces con el son cubano, en fusión con otros ritmos caribeños. La Fania, como razón social de una empresa exitosa, era en realidad dos entidades diferentes, aunque complementarias. Una fue el sello discográfico Fania, que reunió a los más jóvenes y talentosos artistas de la música latina en Nueva York y Puerto Rico, y el otro fue las Estrellas de Fania o Fania All Stars, un conglomerado de destacados músicos e intérpretes que se contrataban para hacer gigantescos conciertos alrededor del mundo, desde Estados Unidos hacia Europa, África y países de América Latina y Asia.

Los conciertos se utilizaban también para hacer documentales, programas de televisión y grabaciones en vivo. Con esta modalidad, la Fania contribuyó a sembrar la semilla de la salsa en millones de rumberos que fueron luego los clientes de sus discos: un negocio redondo. La idea de este fenomenal proyecto fue de Jerry Masucci (1934 – 1997), expolicía de origen italoamericano, graduado de abogado; y del músico dominicano Johnny Pacheco (Santiago de los Caballeros, 1935), y el día preciso fue el 25 de marzo de 1963, en casa de Masucci, para celebrar el cumpleaños de Pacheco.

El nombre fue prestado de un son montuno titulado Fanía Funché (con acento en la í), del compositor cubano Reinaldo López Bolaños, de escasa difusión en la década del cincuenta, y grabado por Estrellas de Chocolate en 1958. El primer disco que lanzó Fania Records fue Cañonazo de Johnny Pacheco, quien había pasado de su tradicional charanga, con flauta y violines, a un conjunto de trompetas que respondía mejor a los gustos y a las necesidades del momento en los barrios latinos de Nueva York, en 1964. La sociedad entró a competir con las empresas discográficas existentes en la ciudad, tales como Tico, Alegre, Cesta y la sección latina de United Artists, y se inició con tan bajo presupuesto que Pacheco tuvo que promocionar y repartir en una furgoneta su disco en los almacenes especializados de Manhattan. 

Pacheco llegó a Nueva York a los 12 años de edad de la mano de sus progenitores cuando su padre, que era director de una popular orquesta en Santo Domingo, tuvo que abandonar la isla a causa de la temeridad del dictador Rafael Leonidas Trujillo, quien insistió en que el conjunto musical llevara su nombre. En aquella época negarse a cumplir una orden del generalísimo era equivalente a la pena de muerte.

Para llevar a cabo su plan de conquistar el mercado latino, en 1968 Masucci y Pacheco tuvieron la brillante idea de contratar a tres orquestas que ya habían grabado algunos álbumes juntos en una sola agrupación que se llamaría Fania All Stars o Estrellas de Fania, en la que Pacheco se desempeñaría como su director artístico. Para empezar, la orquesta del veterano Ray Barretto, la de los jóvenes Larry Harlow y Bobby Valentín, y más tarde a un conjunto de músicos con buen recibo en la comunidad latina, comandado por la enérgica y creativa personalidad del trombonista Willie Colón.

Las luminarias se presentaron por primera vez en el club Red Garter, un semidesconocido lugar en los límites entre el sur del Bronx y el Harlem River Drive de Manhattan. Su dueño sólo abría de seis de la tarde a dos de la madrugada y de manera ocasional presentaba en su escenario agrupaciones populares del sector. Así, lo que en el futuro sería un acontecimiento histórico, esa noche pasó desapercibido y se salvó del olvido porque un acucioso ingeniero de sonido tuvo la precaución de registrar el primer acto público de la naciente agrupación Estrellas de Fania.

Para superar el fiasco de esa primera presentación, se asociaron al empresario Ralph Mercado, a fin de hacer un concierto más popular el jueves 26 de agosto de 1971 en el salón de baile Cheetah, sobre la calle 52 y Broadway en Manhattan, que convocó a más de cuatro mil personas. Los volúmenes 1 y 2 de las Estrellas de Fania que se grabaron esa noche han sido los álbumes de salsa más vendidos de un concierto en vivo en la historia de la música tropical, y la película que se hizo de manera simultánea se volvió famosa con el título Our Latin Thing, estrenada el 19 de julio de 1972. Producido por Masucci, el documental se realizó con la dirección de Leon Gast, quien también filmó después el concierto de las Estrellas de Fania, esta vez con Celia Cruz, en el estadio de Kinshasa (Zaïre, hoy República Democrática del Congo) distribuido como Live in Africa en 1974.

Los álbumes contienen clásicos de esta época, como la Descarga Fania, compuesta por Ray Barretto e inspirada en la reconocida Descarga Cachao del legendario Israel López, una descarga que recordaba una sesión similar, o incluso mejor, a la interpretada por la Tico All Stars en el Carnegie Hall en 1966. Por descarga se entiende tomar un tema –conocido o improvisado– y ejecutar cada instrumento distintas variaciones, según sus posibilidades técnicas y sonoras. Descargas como la versión libre de Anacaona, del maestro puertorriqueño Tite Curet Alonso; Ponte duro, con magistrales solos de bongó de Roberto Roena; Macho cimarrón, con la sonora flauta de Johnny Pacheco; y las improvisaciones inolvidables de los soneros Cheo Feliciano, Héctor Lavoe, Santos Colón, Ismael Miranda, Pete ‘el Conde’, en la interpretación de Quítate tú; un bautizo de fuegos pirotécnicos para la rumba caribeña que se iniciaba con los mejores augurios y para perdurar hasta el presente. El éxito del proyecto llevó a Fania Records a organizar el siguiente concierto en el Yankee Stadium, en 1973.

El inspirado cartel para este concierto incluía en las congas a Mongo Santamaría y Ray Barretto; en el piano a Larry Harlow, en la flauta el inimitable Johnny Pacheco, en el trombón a Lewis Kahn, el timbalero era Nicky Marrero, los trompetistas Ray Maldonado y Víctor Paz, en el cuatro el famoso Yomo Toro, el bongocero fue Roberto Roena y el bajista Bobby Valentín con los cantantes Justo Betancourt e Ismael Quintana. La invitada de honor fue Celia Cruz, quien entró a la tarima con un traje africano y un par de enormes candongas metálicas interpretando con el sabor y el carisma de siempre su inigualable Bemba Colorá: Pa mí/ tu eres ná/ tu tienes la bemba colorá… del compositor Horacio Santos y arreglos estelares para la ocasión de Bobby Valentín.

Celia cantó en aquella oportunidad con un coro de lujo integrado por Cheo Feliciano, Pete ‘el Conde’ Rodríguez y Héctor Lavoe, cuyo nombre verdadero era Héctor José Pérez, natural de Ponce, Puerto Rico, quien tuvo allí una de sus primeras intervenciones con la Fania, interpretando la canción que sería uno de sus himnos: Mi gente. El concierto desbordó todas las expectativas con una audiencia de más de 44.000 espectadores que, emocionados hasta el paroxismo, invadieron la grama abrazando y besando a los músicos e intérpretes, haciendo que la más emotiva fiesta latina que se recordara hasta aquella fecha tuviera que suspenderse cuando despuntaba en el horizonte uno de los géneros musicales que más discos y conciertos ha producido.

El concierto se volvió a realizar en el Coliseo Roberto Clemente, de San Juan de Puerto Rico, donde la interpretación de Bemba Colorá, por la Guarachera de Cuba, adquirió la misma dimensión enloquecedora que había suscitado en el Yankee Stadium y la confirmó como la figura central de las Estrellas de Fania.

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La Fania All Stars de gira por Japón en 1976. La afamada orquesta neoyorquina globalizaría con su presencia en diferentes continentes las sonoridades caribeñas.

A raíz del impresionante éxito que tuvo con las Estrellas de Fania en el concierto del Yankee Stadium, Celia Cruz suscribió un contrato con el sello discográfico Vaya, filial de la compañía Fania, cuyos dueños eran Masucci y Pacheco. Esto no se queda así/ lo bueno viene mi hermano/ después conocí a Johnny Pacheco, ese gran dominicano. El verano de 1974 vio el lanzamiento del álbum Celia y Johnny, el cual con Toro Mata y Químbara tuvo un éxito instantáneo. Fue la primera grabación entre la reina del ritmo cubano y el exrey de la charanga, ahora convertido en salsero de tiempo completo, Johnny Pacheco, y un clásico de la salsa que originó la llamada, según el musicólogo Héctor Ramírez Bedoya, “matancerización de la salsa” o sea, un formato musical y temático con el que Celia se sentía a gusto por ser similar al de la Sonora, con dos trompetas, piano, contrabajo, percusión (bongó y timbal), clave y la adición del tres.

El rentable ‘matrimonio’ musical entre estos dos protagonistas de la música afroantillana se tradujo en cinco discos más con éxitos como Cúcala: Cúcala, cúcala, cuca cúcala que ella sale/ cúcala, cúcala, cuca, cúcala que se hace; así como La sopa en botella, en el álbum Tremendo Caché (1975), Recordando el ayer con Celia, Johnny, Justo y Papo (1976), enfatizando más el sabor tradicional del son y la guaracha con matices innovadores; Celia y Johnny Eternos (1978), Celia, Johnny y Pete (1980), y Celia y Johnny de Nuevo (1985), que cerró un capítulo salsero donde habían participado también Pete ‘el Conde’ Rodríguez, Justo Betancourt y Papo Lucca. A partir de entonces, ahora sí, nadie le quitaría a Celia Cruz el bien ganado título de La Reina de la Salsa.

En su fructífera trayectoria como músico, Johnny Pacheco había sido primero baterista pero se cansó de estar cargando esos pesados instrumentos y se cambió a la flauta en la cual se hizo un distinguido maestro. Pacheco llegó a Nueva York a los 12 años de edad de la mano de sus progenitores cuando su padre, que era director de una popular orquesta en Santo Domingo, tuvo que abandonar la isla a causa de la temeridad del dictador Rafael Leonidas Trujillo, quien insistió en que el conjunto musical llevara su nombre. En aquella época negarse a cumplir una orden del generalísimo era equivalente a la pena de muerte. En Nueva York, después de terminar la escuela secundaria, cursó estudios de composición e instrumentación musical, en la prestigiosa Julliard School of Music. Después de graduarse se integró a famosas agrupaciones musicales como la de Dámaso Pérez Prado, Tito Puente, Stan Kenton, Tito Rodríguez y el catalán Xavier Cugat.

Su primer álbum Pacheco y su Charanga, con el ritmo de pachanga, alcanzó un éxito sin precedentes y consolidó el fenómeno de las charangas en los clubes de la ciudad. A partir de entonces, Pacheco se estableció como uno de los pilares del novedoso movimiento musical que se perfilaba en Nueva York, y en él se ha mantenido durante cinco décadas. Su carrera ha sido recompensada con nueve nominaciones a los Premios Grammy, diez discos de oro y numerosos galardones que acreditan su talento creativo como compositor, director de orquesta, arreglista y productor musical. Sin duda se encuentra entre los pioneros que entronizaron la salsa durante el reinado de las Estrellas de Fania en el mundo donde Celia fue la indiscutida emperatriz del ritmo.

En 1980 Celia Cruz llegó a la conclusión de que era el momento de agradecer las bondades que la vida había derramado sobre ella. Para tal fin, Johnny Pacheco compuso La dicha mía, una canción que hizo un recorrido por su trayectoria, con sus triunfos, a través de la Sonora Matancera. Allá en mi Cuba, la más popular, pasando por Tito Puente, el mismo Pacheco y Willie Colón hasta Pete ‘el Conde’ Rodríguez, Papo Lucca y la Sonora Ponceña. Lo primero que yo hago al despertar/ es dar gracias a Dios todos los días/ y rezarles a todos los santos / y agradecerles la dicha mía. Más tarde, como compositor, arreglista, director de orquesta y cofundador de la empresa Fania, fue el artífice que impulsó la salsa a través de talentosos intérpretes e instrumentistas que han pasado a la historia por su maravillosa contribución al desarrollo y popularidad de este festivo género musical.

Eduardo Márceles Daconte

Escritor, periodista e investigador cultural, es autor de ¡Azúcar!: La biografía de Celia Cruz (Reed Press, NY, 2004), de la novela El umbral de fuego (2016) y dos antologías de la serie Literatura colombiana de la diáspora: Estados Unidos y Europa.

 

 

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