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Foto: Bank Phrom. Unsplash.

Si los medios son los grandes fiscalizadores del país, no sobra que de vez en cuando ellos también ejerzan la autocrítica.

En toda democracia los medios de comunicación tienen una tarea vital. Sagrada. No sólo informar a la opinión pública con la mayor imparcialidad posible, sino a la vez ejercer un papel fiscalizador, investigando y denunciando crímenes y actos de corrupción, haciendo de contrapeso al poder y a la autoridad.

Sin embargo, un repaso a varias crisis recientes indica que, por el contrario, en ocasiones los medios no solo no han cumplido con su deber patriótico sino que han sido, en buena parte, responsables de esas mismas crisis.

En EE.UU., por ejemplo, los medios fueron culpables, en gran medida, del triunfo electoral de Donald Trump. Dado que Trump decía tantas locuras y eso se traducía en interés mediático, ventas y pauta publicitaria, los medios lo cubrieron felices, sin sopesar o cotejar sus declaraciones y sin medir las consecuencias. Cuando por fin vislumbraron el monstruo que habían ayudado a crear, ya era demasiado tarde y el demente de Trump presidía la mayor potencia del mundo. David Kamp, de The New York Times, nos recuerda que Les Moonves, entonces director de CBS, afirmó en 2016: “Quizás Trump no sea bueno para EE.UU., ¡pero es muy bueno para CBS!”. Y ahora varios medios están siguiendo el mismo libreto.

Desde entonces los medios en Estados Unidos no han ejercido su papel fiscalizador de manera seria y honesta. Porque otorgarles la misma validez a dos caras de una polémica, en aras del supuesto equilibrio en el cubrimiento informativo, es legítimo cuando ambas posiciones son igual de respetables, así sean debatibles. Pero no cuando una está regida por enemigos de la verdad y de la democracia, como pasa con el Partido Republicano, que cada día es más racista, fascista y extremo.

Antes de todo eso, los medios ya habían contribuido a otra tragedia mundial, cuando les hicieron eco a las mentiras de George W. Bush y las armas nucleares de Saddam Hussein, y apoyaron la guerra y la invasión a Irak, que causó un daño irreparable en el Medio Oriente, dejando una estela de cientos de miles de muertos.

En otras latitudes, los medios tuvieron su cuota de responsabilidad en el desastre del brexit en Reino Unido, y también con el triunfo del No en Colombia, durante el plebiscito por la paz del gobierno de Juan Manuel Santos.

Cuando los medios renuncian a la imparcialidad para defender sin pudor una agenda política, crecen la polarización y la desconfianza nacional.

Más aún, en nuestro país la prensa (aunque no toda, claro) ha cometido graves pecados. En la pasada contienda electoral algunos medios temían tanto el triunfo electoral de Gustavo Petro, que llegaron al punto de apoyar a Rodolfo Hernández, un candidato misógino, corrupto y, para rematar, admirador de Hitler.

Hoy varios medios en el país ejercen una abierta oposición al presidente. No discuto que hay que señalar los errores de este Gobierno, que son muchos y cotidianos. Pero cuando los medios renuncian a la imparcialidad para defender sin pudor una agenda política, crecen la polarización y la desconfianza nacional. Y eso es funesto para todos, pues sólo sirve para validar la supuesta persecución contra Petro, el famoso golpe blando, que el Presidente invoca a diario para ocultar y justificar su falta de resultados.

Ahora, ¿tiene la prensa toda la culpa en estos desastres? No. Pero sí tiene su tajada. Si los medios son los grandes fiscalizadores del país, no sobra que de vez en cuando ellos también ejerzan la autocrítica. Y que se fiscalicen a sí mismos.

*Columna publicada en la sección de opinión del diario El Espectador el 15 de febrero de 2024.

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Juan Carlos Botero

Escritor y periodista colombiano. Su más reciente novela, Los hechos casuales, fue publicada por Alfaguara. @JuanCarBotero