Julio Flórez, “el divino” de Usiacurí.
En el primer centenario de su muerte, semblanza del bardo boyacense que vivió sus últimos años en Usiacurí.
En Barranquilla, como en numerosas ciudades y poblaciones de Colombia, hay un templo consagrado a Nuestra Señora de Chiquinquirá; en Usiacurí, un pueblo de origen precolombino situado a menos de una hora por carretera al sur de Barranquilla, hay una suerte de pequeño templo secular consagrado a quien bien podríamos llamar nuestro señor de Chiquinquirá: el poeta Julio Flórez Roa.
Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá fue coronada como reina y patrona nacional de Colombia en 1919 por Marco Fidel Suárez, un presidente de la Hegemonía Conservadora, que ya entonces llevaba establecida 15 años en el país. Julio Flórez fue coronado como poeta nacional de Colombia casi cuatro años después por el penúltimo presidente de tal Hegemonía, el general Pedro Nel Ospina.
Si la Virgen de Chiquinquirá era ya venerada con fervor desde 1586 por la feligresía católica del país, Flórez, nativo del municipio boyacense donde se había originado esa advocación mariana, era idolatrado desde la última década del siglo XIX por la institucionalidad literaria, gubernamental y periodística, así como por el pueblo raso que leía o escuchaba poesía, que era mayoritario.
Es explicable, pues, que, según Rafael Maya, todos vieran en él “a un especie de iluminado y de profeta”; que diera en solitario recitales de su poesía en grandes teatros que se llenaban para aclamarlo, desde el encopetado Colón de Bogotá hasta el Cisneros de Barranquilla; que Guillermo Valencia, otra gloria poética, le autografiara uno de sus libros llamándolo el “divino Flórez”; que los enamorados elaboraran, para obsequiar a una mujer, álbumes escritos “con una primorosa caligrafía y hermosamente ilustrado[s] con dibujos y retratos”, que contenían poemas de románticos y modernistas de Hispanoamérica y de España, entre los cuales el “mejor hospedado” era Flórez, tal como lo cuenta la novela Celia se pudre, de Héctor Rojas Herazo. Es explicable, por último, que la ceremonia de su coronación, que tuvo lugar el domingo 14 de enero de 1923 en Usiacurí, fuera cubierta con un despliegue impresionante por el principal diario nacional.
El Tiempo, en efecto, dedicó la primera plana completa de su edición de aquel día al fastuoso suceso. “Apoteosis”, se titulaba el artículo principal y el segundo texto en importancia era el poema “La araña”. Había siete poemas más de Flórez en la portada. La página estaba ilustrada con una gran fotografía del poeta a tres columnas, ubicada en el centro, debajo de la cabecera. Distribuidos en dos páginas interiores, se publicaban nueve poemas más.
Floro filma a Flórez
La iniciativa de la coronación había sido del entonces gobernador del departamento del Atlántico, el general conservador Eparquio González, el mismo que curiosamente expulsaría del país en 1925 a Ramón Vinyes. El general González tenía vínculos de negocios con Usiacurí y sabía que al poeta, afectado por una terrible dolencia en la parte inferior de la cara –al parecer un cáncer–, le quedaba poco tiempo de vida. Para el gran homenaje, estableció una junta organizadora en cuya presidencia se puso él mismo, al tiempo que nombró como presidente honorario al propio jefe del Estado, Pedro Nel Ospina, al lado de quien había combatido contra los liberales en la guerra de los Mil Días. La junta decidió que las numerosas comitivas gubernamentales y particulares se desplazarían desde Barranquilla hasta Usiacurí en una larga caravana de automóviles.
Aquel segundo domingo de enero, muy temprano, partió el desfile vehicular desde el bulevar Central del novedosísimo barrio El Prado, encabezado por el gobernador. Eran en total 150 automóviles, a cuyo paso se aglomeraba el gentío, y que al cabo de dos horas enfilaron la carretera. A lado y lado de ésta, los campesinos y los habitantes de poblaciones como Galapa y Baranoa, entre otras, saludaban con la bandera tricolor, con flores, festones, palmas y gallardetes. A las 10:20 llegó el convoy a Usiacurí y media hora después comenzó el evento, que se cumplió en una tarima de madera instalada en el retiro frontal de la casa del poeta. Sentado en una silla, Flórez fue subido a la tarima y, en silencio, “un tanto decaído”, según anotaba el corresponsal de El Tiempo, escuchó el discurso del gobernador y los vítores del público, integrado por unas dos mil personas. En el momento de ceñirle la corona de laurel, por petición suya, lo acompañaron su esposa y sus hijos. Toda esta festiva jornada quedó registrada en una película documental realizada por el italiano Floro Manco, que por otra parte fue la última que filmó.
La Casa Museo Julio Flórez alberga memorabilia del poeta boyacense. Foto: El Tiempo.
Julio Flórez regresó de España por Puerto Colombia. Tenía 42 años y sufría de dispepsia. En la capital del Atlántico, le propusieron como remedio para su mal estomacal las aguas termales de Usiacurí.
Un lanudo en el Caribe
Pero ¿por qué había terminado sus días en este ardiente poblado de la Costa Caribe un poeta nacido en el altiplano cundiboyacense y que había labrado su fama en la capital de la República?
Hijo de un político liberal, Flórez, nacido en 1867, se trasladó a los 14 años con su familia a Bogotá, donde empezó a dar a conocer sus poemas a los 17 años. Cuando tenía 19, en 1886, se publicó la famosa antología poética La lira nueva, compilada por José María Rivas Groot, en la que se incluían dos poemas suyos, junto con otros de líricos ya reconocidos por entonces, como Antonio José Restrepo y Candelario Obeso, y de jóvenes que lo serían después, como José Asunción Silva. Su primer libro, Horas, apareció en Bogotá en 1893. En 1905, a los 38 años, viajó a Venezuela y de allí emprendió una gira por Centroamérica y México. Cuando hacía maletas para regresar a Colombia, en 1907, el presidente de la República, el general Rafael Reyes, lo nombró en un cargo diplomático en España.
De España regresó al país dos años más tarde por Puerto Colombia. Tenía 42 años y sufría de dispepsia. Su obra publicada constaba ya de cinco libros, a los que agregaría en los años siguientes dos más, así como la reedición de Fronda lírica (1922), estos tres impresos en Barranquilla y Cartagena. En la capital del Atlántico, le propusieron como remedio para su mal estomacal las aguas termales de Usiacurí, y le brindaron además apoyo moral y material. De modo que en 1909, al parecer también hastiado de la vida pública, se retiró definitivamente en esa población, en ese “monte milenario”, del que al principio salía esporádicamente para ir a Barranquilla o a Bogotá. Allí se enamoró de Petrona Moreno Nieto, una adolescente lugareña con quien, después de haber procreado juntos cinco hijos, se casaría en noviembre de 1922, unos tres meses antes de morir a la edad de 55 años: hace ahora cien. Al contrario que en su verso, no le llegó tarde la muerte porque entonces, reconciliado por primera vez con la vida, hubiera querido muchos más años en ésta.
¿La descanonización de Flórez?
La coronación canónica de la Virgen de Chiquinquirá como patrona de Colombia no tiene ya validez para el Estado colombiano, que desde la Constitución de 1991 es un Estado laico, sin confesionalidad alguna. Una pareja descanonización ha experimentado la obra de Julio Flórez por parte de la crítica más exigente de la literatura nacional. Ya en 1941, Eduardo Carranza lo fustigó, quejándose de “la verbosidad lacrimosa a lo Julio Flórez”. Y desde la decisiva antología crítica de Andrés Holguín de 1974, sus poemas han desaparecido prácticamente de las que se han publicado después hasta el presente. Su puesto en la tradición poética colombiana se ha minimizado. Sin embargo, no ha caído en el olvido total: en las universidades, todavía algunos le dedican tesis de grado y artículos académicos, y de vez en cuando se publican colecciones de sus versos.
Tal vez ello se deba a que la potente fuerza que generó la inmensa popularidad de que gozó durante 30 años en vida lo mantiene todavía a flote, aunque la sensibilidad de hoy día encuentre anacrónica la gran mayoría de su producción. O a que, como dijo William Ospina, la mala poesía (concepto con el cual no sólo él, sino también García Márquez, ha asociado a Flórez) sobrevive “por pura inercia verbal” y quizá sólo morirá “con la muerte de la lengua”.
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Joaquín Mattos Omar
Santa Marta, Colombia, 1960. Escritor y periodista. En 2010 obtuvo el Premio Simón Bolívar en la categoría de “Mejor artículo cultural de prensa”. Ha publicado las colecciones de poemas Noticia de un hombre (1988), De esta vida nuestra (1998) y Los escombros de los sueños (2011). Su último libro se titula Las viejas heridas y otros poemas (2019).