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Para el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez el papel de la ficción es reconstruir el tejido de la realidad. Foto: Laura Morales.

Juan Gabriel Vásquez: “La literatura es un lugar de libertad y resistencia contra el poder político”

por | Jul 26, 2023

Por Juan Camilo Rincón

La ficción que ilumina: entrevista al autor colombiano a propósito  de “La traducción del mundo”, su más reciente libro.

Para Juan Gabriel Vásquez la novela ha sostenido la cordura de la humanidad. En su nuevo libro La traducción del mundo (Alfaguara, 2023) el escritor colombiano publica un ciclo de conferencias que dictó en la Universidad de Oxford como parte de la prestigiosa cátedra Weidenfeld de Literatura Europea Comparada. 

La novela no siempre es inocua y Vásquez expone por qué la ficción nos muestra las uñas y los dientes al “violentar un poco las coordenadas de la realidad” para convertirla en otra cosa. Este libro devela a sus lectores el detrás de cámaras de la creación en ficción y cómo el arte trabaja sobre las narrativas del mundo para reconstruirlas y darles otra forma. 

Juan Camilo Rincón: ¿Dónde nació la idea de trasladar a un libro estas conferencias y compartirlas con un público de lectores más amplio?

Juan Gabriel Vásquez: Las conferencias de Weidenfeld son una institución muy bonita por la que ha pasado gente que respeto y admiro mucho como Vargas Llosa, Steiner y Eco. Uno de ellos es Javier Cercas, quien publicó su libro de conferencias El punto ciego hace unos años. Como lector siempre me han gustado este tipo de libros en los que los escritores hablan de su oficio, teorizan sobre él, se preguntan por las razones de esta actividad tan misteriosa que es contar las historias de gente que no existe ni ha existido, y pedirnos a los demás que las leamos. Entonces las leemos, se vuelven importantes para nosotros y moldean nuestra manera de entender el mundo, nuestro lugar en él y nuestra noción de lo que somos. Desde que me invitaron a dar las conferencias tuve la intención de que eso acabara en un libro, porque como lector siempre me han gustado y tenía la esperanza de poder decir algo que a mis lectores les interesara.

J.C.R.: Haces una reflexión sobre la dificultad o la imposibilidad de algunos lectores para separar al autor de su narrador o narradores. ¿A qué crees que se debe este fenómeno?

J.G.V.: En buena parte es un descubrimiento muy reciente la idea de que dentro de una novela no todas las opiniones de los personajes son atribuibles al autor. Esa idea del creador de un mundo ficticio en el que los personajes están en desacuerdo, dicen cosas que son contradictorias, es relativamente nueva. Muchas veces el narrador de una novela puede representar algo completamente opuesto a lo que representa el autor o a la persona del autor. En la ficción en prosa el gran descubrimiento de Cervantes, por ejemplo, es lo que un gran crítico periodista español, Jordi Gracia, llama la conquista de la ironía: la idea de que en una ficción se pueden sostener dos puntos de vista opuestos sobre el mundo, y que sean válidos al mismo tiempo. Históricamente esto ha confundido a los lectores. Si Madame Bovary es un personaje moralmente condenable, entonces llevan a Flaubert a juicio, y así con todo. Es parte de una tensión que siempre ha acompañado a la escritura de imaginación desde Platón. Cuando leí La República por primera vez me pareció divertidísimo ver que una de las razones por las que Platón odia a los poetas y no quiere que estén en su república ideal es porque son capaces de fingir que son otra persona y hablar desde el lugar de otra persona. Eso a Platón le parece peligrosísimo porque en su república todo el mundo tiene que estar en su lugar y representar solo lo que es. La ficción siempre ha estado rodeada de este malentendido y creo que muchas veces ese es justamente un testimonio de su valor y su potencia: que leyendo una buena novela por un momento nos lleguemos a creer tanto lo que nos están contando que olvidamos que es una fabricación de una imaginación ajena. A veces eso quiere decir cosas buenas.

Ocurre no solo con el autor, sino también con la historia misma, sobre todo con la novela histórica, cuando los lectores toman la ficción como si fueran hechos reales…

Sí, claro. Esto es muy importante porque, para mí, uno de los deberes de la ficción, o de las únicas obligaciones que tiene la ficción es no ser redundante; tratar de decirnos algo distinto de lo que nos dice la historia. Por ejemplo, cuando habla de personajes reales, tratar de decirnos algo distinto de lo que nos diría una biografía. Cuando leemos una ficción desde el mismo lugar desde el cual leeríamos una biografía o un libro de historia estamos cometiendo un grave error al olvidar lo esencial de la ficción, que es tratar de decir otra cosa, violentar un poco las coordenadas de la realidad para hacer que diga otra cosa. Eso se logra de mil maneras distintas pero no es raro que una novela de esas que llamamos históricas, una obra sobre el pasado conocido difiera de los libros de historia de manera muy grande. Eso, además, es necesario porque la novela está tratando de decirnos otras cosas. Cuando creemos que el personaje de una novela es literalmente el personaje histórico estamos cometiendo un error de lectores. Es ignorar cómo funcionan los mecanismos de una novela y cuáles son las intenciones de un autor.

Para gobernar una sociedad no es suficiente con la coerción y la capacidad de imponer órdenes; son necesarias las ficciones, es necesario contar un cuento. Los seres humanos necesitamos historias para interpretar nuestra realidad y esto lo han descubierto los poderes políticos.

Como el asunto de la Masacre de las Bananeras en Cien años de soledad, que bien recuerdas en este libro.

Exacto. Está ese episodio reciente en que María Fernanda Cabal dijo que los 3.000 muertos de la Masacre de las Bananeras que aparecían en Cien años de soledad eran demasiados; que era imposible que hubiera tantos muertos y por lo tanto el episodio era parte de una narrativa comunista. Estaba tomando una cifra dentro de la ficción como si fuera histórica y por lo tanto la criticó históricamente. Esa confusión es muy interesante, pero la mayoría de las veces revela simplemente una ignorancia de los mecanismos y de la naturaleza de la ficción, que no es reproducir la historia sino tratar de contar lo que esta no cuenta de diversas maneras. 

En un momento dices que la mentira es necesaria para la humanidad; ¿en qué medida lo es?

No, yo creo que la ficción es necesaria para la humanidad. El libro de Vargas Llosa se llama La verdad de las mentiras y siempre he peleado con ese título porque no creo que la ficción sea una mentira. En la ficción hay un pacto entre el autor y el lector por el cual decidimos creer en algo que realmente no sucedió o no sucedió como se cuenta. Eso sí es absolutamente necesario. Hay una idea de Paul Valéry que le gustaba mucho a Piglia y él siempre la traía a colación en una conversación: para gobernar una sociedad no es suficiente con la coerción y la capacidad de imponer órdenes; son necesarias las ficciones, es necesario contar un cuento. Los seres humanos necesitamos historias para interpretar nuestra realidad y esto lo han descubierto los poderes políticos. Por eso están tratando constantemente de imponer a una sociedad esas ficciones, una versión del pasado y del presente, e incluso del futuro. Creo que ahí es donde entra la literatura como uno de muchos espacios donde los ciudadanos tratamos de recuperar de manos del poder político el derecho de contar nuestra historia, o donde levantamos la mano y contradecimos la versión que nos está dando el poder. En ese sentido las ficciones que construimos se vuelven lugares de libertad y resistencia contra la imposición de una historia única y socialmente son muy importantes. En un discurso que leí una vez de Salman Rushdie él se preguntaba quién tiene el derecho de contar nuestra historia, de decirnos qué historias podemos contar. Y claro, la respuesta es: nadie. El derecho de imaginar y contar la ficción que queramos los seres humanos sobre nuestro presente y nuestro pasado debería ser sagrado. Eso, entre otras cosas, es lo que hace la literatura: recuperar para nosotros los ciudadanos, los individuos, el derecho de contar nuestra historia.

 

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Portada del libro de Vásquez, publicado por Alfaguara.

El título La traducción del mundo me hizo pensar en Borges y sus ensayos sobre el concepto de traducir. ¿Qué significa para ti la traducción? ¿Es la creación de una obra nueva, una distorsión?… 

Esto es muy interesante porque es muy misterioso que cuando leemos una obra en traducción sabemos que ninguna de las palabras que estamos leyendo fue escogida por el autor de la obra. Esas palabras no las escogió Tolstoi, porque yo no puedo leer ruso, ni Dostoievski, ni las escogió Homero. Y sin embargo te digo que a mí La odisea, Guerra y paz, Crimen y castigo me enseñaron a entender el mundo. En el oficio de traducción también hay una especie de ficción en la que aceptamos que estamos en conversación con Homero o con Tolstoi cuando en realidad no hay una sola de esas palabras que la hayan escogido ellos. Para mí la traducción −un oficio con el que me gané la vida durante muchos años− es la mejor escuela de escritura porque si convenimos que uno aprende a escribir leyendo, pues el traductor es el lector perfecto. Nadie lee tan bien como un traductor, que reconoce e identifica todos los trucos, los matices de la prosa que está traduciendo, y en ese sentido es una gran escuela de escritura. Pero es también una transposición de un mundo ajeno que solo existe por la lengua en la que se originó; lo estamos transponiendo a nuestra lengua, que es otra manera de ver el mundo distinto. Entonces, ahí también hay un fenómeno que para mí es importantísimo: el ensanchamiento de nuestra experiencia. Una lengua se agranda cuando traduce cosas que vienen de la otra porque está agrandando y ensanchando los conceptos con los cuales se entiende el mundo. Yo siempre digo que, por ejemplo, nuestra realidad colombiana no podría entenderse sin dos conceptos importados del griego, que son político e idiota. Sin esas dos cosas no podríamos entender la realidad colombiana. La traducción nos permite entender el mundo.

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Juan Camilo Rincón

Periodista, escritor e investigador cultural.

 

 

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