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Para expertos que han monitoreado el reclutamiento infantil, las negociaciones de paz y las desmovilizaciones de grupos armados al margen de la ley son las únicas alternativas para detener este fenómeno.

18.000 niños fueron reclutados por las Farc durante el conflicto armado en Colombia. El testimonio de una joven exguerrillera ilustra cómo era la vida para los menores en las filas de la guerrilla.

El pasado 12 de febrero se cumplieron 20 años de la formalización del Protocolo Facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño –Opac, por sus siglas en inglés–, relativo a la participación de los niños en el conflicto armado. Esta fecha es reconocida mundialmente como “El día de las Manos Rojas”. Pronto también se cumplirán casi 6 años de la firma de los Acuerdos de Paz con las Farc. Ambos eventos traen a colación el fenómeno nefasto del reclutamiento infantil en Colombia.

Por estos días, la JEP recibirá 4 informes elaborados por grupos de víctimas y organizaciones sociales acompañados por la organización Coalico –Coalición contra la vinculación de niños, niñas y jóvenes al conflicto armado en Colombia, entidad encargada del monitoreo y promoción de los Derechos de los niños. Estos informes, publicados con ocasión del aniversario, no pueden ser más alarmantes.

Según expertos que han monitoreado el reclutamiento infantil, lo único que detiene este fenómeno son las negociaciones de paz y las desmovilizaciones de grupos armados al margen de la ley. Independientemente de qué posición tengamos frente a los Acuerdos de Paz, es innegable que cuando inician las negociaciones los casos disminuyen notablemente. Asimismo, cuando hay momentos críticos de enfrentamientos con estos grupos, o de luchas territoriales, el reclutamiento prolifera. La dinámica de los grupos armados obedece a una necesidad de reforzar sus posiciones en un territorio y por consiguiente, el reclutamiento infantil es parte de su estrategia de guerra.

Se trata de un delito de Lesa Humanidad que ningún grupo quiere reconocer abiertamente, pero que se ha multiplicado en los años de pandemia. Todas las estadísticas y estimativos de este fenómeno están por debajo de la realidad y nuestras apreciaciones acerca del trauma que convive con estos niños y jóvenes también se quedan cortas. El siguiente testimonio de una joven que recuerda cómo en su niñez fue víctima del reclutamiento forzado ilustra el drama de muchos niños colombianos:

“Ellos pasaban por mi casa en la ladera todo el tiempo. No era nuevo verlos por ahí con sus armas. Había niñas y niños. Mientras a mi papá se lo llevaron al monte yo me quedé cocinando con una muchacha que me empezó a hablar, a envolver. Ella me decía que me fuera con ellos, que iba a conocer gente y a tener todo lo que en la casa no tenía… y yo pensando en la situación de mi casa porque nunca hubo nadie que nos enseñara nada, ni colegio donde lo ayudaran a uno, ni teníamos el nombre registrado.

A mi mamá nunca la conocimos mi hermana y yo. Vivíamos con mi abuela, pero la verdad pasábamos más terror en la casa porque mi abuela se iba al pueblo y nos dejaba con dos tíos que, la verdad, nos violaron muchas veces. Mi abuela nunca se dió cuenta. Ellos nos amenazaban: ‘cuidadito vas a decir algo porque la próxima te va peor’. Entonces, uno callado vive encerrado en ese miedo sin saber qué hacer… ¿y qué puede uno pensar de la gente? Con esa situación uno prefiere lo que sea, por eso me llamó la atención cuando esta niña me hablaba de su vida”.

Prosigue la joven en su relato: “En el grupo aprendí a leer, me dieron una muda de ropa cuando yo nunca en mi vida había estrenado nada, y hasta tenía mis útiles personales… eso en mi casa nunca lo vi. Aprendí a hablar, aprendí a respetar, a valorar todo eso. Allá encontré otros pelados de mi vereda. A algunos los mataron frente a mí, pero eso ni para qué recordar. Me dieron un arma que no me alcanzaron ni a explicar bien cómo funcionaba y casi me friego porque se me disparó, pero no me sancionaron porque dijeron que eran mis primeros pasos. Me tocó hacer guardia cuidando secuestrados… y yo les hablaba que me quería volar con ellos, porque allá también vive uno como encerrado.

Las cifras de niños reclutados como soldados no son claras ya que la mayoría no son reportados o no acuden a las instancias oficiales. La JEP habla específicamente de 18.000 niños reclutados por las FARC durante el conflicto.

De todo esto me quedaron muchas cosas. Aprendí a leer pero tengo todo el cuerpo jodido. Tuve heridas de bala que no me curaron bien, me dio Leishmaniasis, y me dolía todo… tengo el cuerpo vuelto nada, pero lo peor va por dentro. Las pesadillas… años después todavía no soporto las pesadillas”.

“Ana” es capturada por el Ejército Nacional durante un combate y, por ser menor de edad, ingresa al proceso de reintegración bajo la custodia de Bienestar Familiar.

Las cifras de niños reclutados como soldados no son claras ya que la mayoría no son reportados o no acuden a las instancias oficiales. La Unidad de Víctimas reporta 9.000. La JEP habla específicamente de 18.000 niños reclutados por las Farc durante el conflicto; y el Icbf dice que ha atendido a más de 7.000 en el programa de niños desvinculados del conflicto.

Respecto a la prevención, no hay datos acerca del impacto de la labor del Estado. Se evidencia que donde hay más oferta institucional tiende a haber menos casos.

En muchos territorios el único camino para la subsistencia es la ilegalidad, no solo haciendo parte de la guerra sino de la economía “subterranea” local en actividades como la minería ilegal, la siembra de coca o la tala indiscriminada de bosques. Precisamente a principios del 2021, la Defensoría del Pueblo lanzó una Estrategia Especial contra el Reclutamiento Infantil. Lejos de reducirse, este flagelo aumentó debido al cierre de colegios, la deserción escolar y el empobrecimiento de las familias más vulnerables. Los casos de abuso sexual y violencia intrafamiliar durante las cuarentenas se multiplicaron y todos estos elementos fueron de alguna manera “facilitadores” del reclutamiento de menores.

El reclutamiento ilegal de nuestros niños y jóvenes debe ser un tema prioritario dentro de los planes de gobierno de quienes aspiran a la presidencia de la República. Los menores que han sufrido los embates de la guerra son nuestra generación perdida a la cual le debemos nuestra atención. Este país no puede seguir dándole la espalda a las nuevas generaciones que claman por oportunidades alternas a la ilegalidad.

Beatriz Toro P.

Antropóloga de la Universidad de los Andes. Magíster en Desarrollo Social de la Universidad del Norte.