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En los últimos ocho años el consumo por persona de carne bovina disminuyó en cerca de tres kilos, mientras el consumo de pollo aumentó en diez y el de cerdo en 4 kilos, respectivamente.

La ganadería nacional se encuentra en crisis, ¿podrán las exportaciones de ganado procurar una nueva bonanza para el sector?

No hay que llamarse a engaños, la ganadería colombiana tiene más de una década en crisis, ya que no se han registrado aumentos reales o significativos en el precio de venta de sus productos. Por el lado de la carne, el precio real del ganado gordo en pie lleva cerca de 12 años sin variaciones. Por el lado de la leche, lleva todavía más tiempo sufriendo la zozobra de las importaciones de leche en polvo: cada vez mayores y con menores aranceles para entrar. Ante el mínimo asomo de aumento del precio de la leche, los compradores industriales responden con la traída de contenedores de leche en polvo y venden la idea que el país está enlechado, que no pueden comprar más y mucho menos aumentar el precio. Por ambos lados se cocina la receta perfecta de la crisis ganadera colombiana: ni carne, ni leche.

La última bonanza de la ganadería colombiana se vivió abasteciendo al vecino socialista. La demanda venezolana fue tan importante para la dinámica nacional que llegó incluso a distorsionar todo el ciclo ganadero colombiano. Cuando las diferencias políticas llegaron a su momento de mayor tensión cayó la noche negra sobre los ganaderos: cerraron la frontera. El mercado nacional colapsó y los frigoríficos nacionales no daban abasto con el sacrificio del ganado represado. El precio se vino al piso y empezó el ciclo de liquidación del hato nacional. Posiblemente, dicho trauma pasó inadvertido por el consumidor nacional, para ellos el precio no cambió, para los ganaderos fue una época que prefieren olvidar.

Desde el cierre de la frontera venezolana hasta la salida de las primeras exportaciones de ganado en pie, los ganaderos no recibieron muchas buenas noticias: precios reales del ganado gordo congelados, dos fenómenos del niño y un fenómeno de la niña en la misma década dejaron a los ganaderos al borde del knock-out. Y, por si fuera poco, mayores contingentes de leche en polvo llegando cada nuevo enero.

Las nuevas exportaciones aparecieron como la única carta salvadora para muchos productores después de varios años. Si bien no todos los ganaderos vendieron con destino a la exportación, el efecto que tuvo sobre la formación interna de precios si benefició a todos. Con las exportaciones se frenó el creciente sacrificio de hembras y la caída de los precios, apareciendo un nuevo comprador en el mercado nacional del ganado gordo. Era claro que la llegada de este nuevo agente extranjero no iba ser bienvenida por todos, los frigoríficos y comercializadores tradicionales enfrentaron una nueva competencia a la hora de comprar. Sencillamente ya no estaban solos para fijar precios. Esos mismos que se quedaron con las ganancias cuando cerraron la frontera venezolana. O es que acaso, ¿alguien recuerda alguna caída importante del precio de la carne en los supermercados o famas de barrio?

Las exportaciones tendrán un efecto sobre la ganadería nacional: el aumento de la producción nacional y del bienestar de muchas familias que dependen de ellas. Según Fedegan, “el transporte bovino marítimo beneficia a 132.000 familias que derivan sus ingresos de la actividad de ceba y 268.000 familias de la actividad de cría”.

Hoy en día esas mismas personas están llenando las redes sociales, los micrófonos y artículos de prensa con alertas y amenazas al consumo nacional de carne. En efecto, el consumo nacional ha sido afectado, pero desde mucho antes que el primer barco zarpara con ganado en pie, por razones dignas de un debate mucho más profundo. En los últimos ocho años el consumo por persona de carne bovina disminuyó en cerca de tres kilos, mientras el consumo de pollo aumentó en diez y el de cerdo en 4 kilos, respectivamente. Las explicaciones que repiten son sencillas y muy populistas: “los barcos se están llevando nuestra carne y no habrá cómo satisfacer el consumo nacional, hay que cerrar las fronteras inmediatamente”. Curiosamente, algunos dueños de frigoríficos no certificados han llegado inclusive a adoptar razones ecologistas y veganas como las del bienestar animal en los barcos. Una somera revisión de las cifras muestra otra realidad: la tasa de extracción del inventario nacional lleva más de cinco años disminuyendo y, además, nuestro inventario es mayor que el que teníamos cuando empezaron las exportaciones.

Según datos de Fedegan, para el 2002 el hato nacional era de 20.4 millones de cabezas, mientras que para el cierre del año pasado el hato colombiano ascendía a los 28.2 millones de cabezas. Por otro lado, la tasa de extracción del mismo hato pasó del 20 % en el 2012 a un 14 % para el 2020, reflejando un continuo descenso año tras año. Es falso que tengamos menos ganado o que no podamos abastecer el consumo local por exportar ganado en pie. Qué responderían los cafeteros si a alguien se le ocurre proponerles prohibir las exportaciones de sacos porque el tinto se está encareciendo en las tiendas Juan Valdez.

Llamemos las cosas por su nombre, a los frigoríficos y comercializadores les preocupa su negocio, de la misma manera que a los ganaderos les preocupa el suyo. Mientras los primeros quieren comprar barato y maximizar ganancias (están en su derecho), a los segundos les interesa producir más y vender al mejor precio (también están en su derecho). El sol brilla para todos cada nuevo amanecer, las exportaciones tendrán un efecto sobre la ganadería nacional: el aumento de la producción nacional y del bienestar de muchas familias que dependen de ellas. Según Fedegan, “el transporte bovino marítimo beneficia a 132.000 familias que derivan sus ingresos de la actividad de ceba y 268.000 familias de la actividad de cría”.

En cualquier actividad económica la respuesta cuando un negocio es bueno es la misma: invertir y producir más. Mientras la economía colombiana enfrentaba un 2020 catastrófico, la ganadería colombiana dobló el valor de sus exportaciones. Colombia requiere explotar la ventaja que tiene en la ganadería: necesita exportar su ganado.

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José R. Gamarra

Economista. MsC en Economía del medio ambiente y los recursos naturales de la Universidad de los Andes y la Universidad de Maryland.

 

 

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