Talentoso, conflictivo, y polémico, Heleno de Freitas llegó a Barranquilla en 1950 para jugar en el Junior.
Crónica de las aventuras y desventuras del futbolista brasileño que en 1950 debutó como el primer crack del Junior de Barranquilla.
El 16 de julio de 1950 el fin del mundo sorprendió a Brasil. A las 4:45 de la tarde, el árbitro inglés George Reader dio por terminada la final de la Copa Mundial de Fútbol en medio de un silencio que ninguno de los doscientos mil espectadores del estadio Maracaná vio venir. Brasil, el favorito, el país que organizó el torneo convencido de que bordaría la primera estrella sobre su escudo, perdió 1-2 contra Uruguay, una selección que dos horas antes se daba por bien servida si evitaba la goleada.
Luego del desconcierto vinieron los culpables. Quedó para la historia la animadversión de los brasileros contra el portero Moacir Barbosa, a quien culparon de los goles recibidos. Los errores de Barbosa se dan por ciertos y son razones suficientes para explicar el desastre. Pero aquella tarde de 1950, mientras los suicidas se lanzaban desde las gradas del Maracaná, rondaba una pregunta por todo Brasil: ¿Dónde estaba Heleno?
Heleno de Freitas estaba en Barranquilla.
EL PRIMER CRACK DEL JUNIOR
En 1950, Mario Abello asumió la presidencia del Junior con una idea: contratar jugadores brasileros para competir por la liga. Esperaba emular el éxito de Millonarios, equipo que salió campeón en 1949 con una patrulla argentina: Pedro Cabillón, Néstor Rossi, Adolfo Pedernera y Alfredo Di Stéfano. Un año antes, en 1948, el Junior rozó la estrella: quedó segundo con 23 puntos en 18 partidos. Abello sabía que el fútbol nacional estaba en pañales; solo el talento extranjero aseguraba la victoria.
El 10 de marzo de 1950, Heleno de Freitas llegó a Barranquilla. La noticia del traspaso del atacante era sabida en Brasil desde septiembre de 1949. Durante la rueda de prensa, Abello lo presentó como el goleador del Campeonato Carioca de 1942 y del Campeonato Suramericano de Selecciones de 1945, campeón con Vasco da Gama en 1948, ídolo de Botafogo y Boca Juniors, el delantero más letal de la selección de Brasil. Aseguró que el Junior estaba contratando a un virtual campeón del mundo y probablemente al mejor jugador que tendría el torneo. A pesar de no estar acostumbrada a cubrir noticias de ese calibre, la prensa deportiva de Barranquilla olió el truco: ¿qué demonios viene a hacer acá semejante jugador?
Es probable que ni el mismo Abello supiera que Heleno, con 29 años, era un futbolista en decadencia. No iría al Mundial de Brasil, eso era seguro: durante su paso por Vasco había amenazado con un revólver a su técnico Flávio Costa, quien poco después fue nombrado seleccionador de Brasil. Él lo sabía, y por eso tomó la decisión de abandonar su país para jugar en una liga de menor calidad que, no obstante, pagaba como ninguna: Junior desembolsó 15.000 dólares a Vasco da Gama por el traspaso, mas 2.000 dólares mensuales de sueldo. Además, trajo a Marinho Rodrigues, Gerson Dos Santos y el portero Ary Nogueira César; junto al rumano Alejandro Negrescu y el húngaro Béla Sárosi, el Junior quería ganar la liga con un golpe de talonario.
Abello tampoco advirtió que Heleno tenía otros planes. En Brasil era visto como un tipo mordaz e irritable, y vaya si lo era, pero aquello no eran más que comportamientos para esconder su incapacidad de estar bien consigo mismo en alguna parte. Cansado de la manera en que la prensa deportiva y del corazón lo exhibían, su rendimiento en picada y su adicción a las drogas, Heleno decidió dejar Brasil. Lo hizo primero en 1948, cuando el club argentino Boca Juniors pagó 300.000 dólares a Botafogo por el traspaso más un sueldo mensual de 9.000 dólares, convirtiendo a Heleno en el futbolista más caro del continente. La hinchada y los periodistas de Río de Janeiro intentaron persuadirlo apelando al cariño que el jugador sentía por el club, pero fue en vano. Más inútil fue el ofrecimiento económico final de Botafogo, no solo por ser inferior al de Boca, sino que la idea de que podían hacerle cambiar de opinión por dinero le parecía insultante. Heleno se reconocía como alguien diferente.
El Botafogo ganaba los partidos por Heleno, y los perdía también por él. Era común que se desquiciara en la cancha y verlo agarrado con los árbitros.
EL PRINCIPE MALDITO
Las historias de los futbolistas tienen como leitmotiv la superación de la adversidad. El jugador de fútbol es una especie de Odiseo que en vez de escapar de los cíclopes sortea la pobreza haciendo malabares con un balón. Heleno nació el 12 de diciembre de 1920 en São João Nepomuceno, un pequeño municipio a más de doscientos kilómetros al norte de Río de Janeiro; los Freitas eran una familia adinerada dueña de cafetales, ferreterías y tiendas de ropa. Le llamaron Heleno por Santa Helena, a quien encomendaron al niño y a la madre, Miquita, para evitar riesgos durante el parto. Desde muy joven mostró ser dueño de una inteligencia feroz, una oratoria implacable, una personalidad de fuego y un dominio del balón que su padre intentó desmotivar de todas las formas posibles. Heleno, que detestaba recibir órdenes, tuvo la determinación suficiente para realizar ambas cosas. En 1940 debutó en Botafogo y seis años después se graduó de abogado en la Faculdade Nacional de Niterói.
Heleno no fue a Argentina a buscar fortuna sino más bien a alejarse de ella. Dicen aquellos que lo conocieron que Botafogo ganaba los partidos por Heleno, y los perdía también por él. Se desquiciaba en la cancha y era frecuente verlo agarrado con los árbitros; fue expulsado muchas veces y suspendido otras más, pero su tragedia consistía en que la gente lo amaba cada vez más a pesar de su comportamiento.
Su primer entrenamiento con Boca Juniors congregó a más de dos mil personas en La Bombonera. Su foto salió en las portadas de las revistas bonaerenses, era invitado con frecuencia a reuniones sociales y todos querían un autógrafo suyo. ¡Heleno, el crack caballero! ¡Heleno, el rompecorazones!, titulaba la prensa. Pronto, comprendió que su vida en Buenos Aires sería igual a la que quería dejar atrás. Comenzó a ser displicente con los periodistas y más de una vez insultó a algún hincha que se acercaba a él con afecto. “De ahora en adelante seré así, les había advertido a estos reporteros que no podía seguir viviendo la vida que ellos querían. ¿Ser sacado de la cama todos los días, al amanecer, para responder tonterías? ¡No! ¿Van a insistir? Bueno, ¡tendrán el Heleno que quieren!”, respondió desafiante.
A estas alturas ya sabía Heleno, y pronto lo advertirían los hinchas, que su paso por Boca tenía las horas contadas. Tuvo un desempeño mediocre de 7 goles en 17 partidos. Después de perder contra River, Heleno se quejó de que su juego había disminuido por causa del clima porteño y los fanáticos no lo perdonaron. Mientras, tanto, Botafogo ganaba el Campeonato Carioca sin él, después de trece años. Jamás consiguió un título con el equipo de sus amores.
Ni siquiera Barranquilla, una ciudad con poco más de doscientos mil habitantes, fue lo suficientemente anónima para él. A un mes de su llegada, Germán Vargas lo describió para Crónica como el hombre al que nadie había visto sonreír en Barranquilla. Anotó su primer gol el domingo 30 de abril frente al desaparecido Sporting, “con un remate de izquierda desde el centro del campo”, según cuenta García Márquez. Junior perdió 3-2.
Heleno de Freitas, ángel caído en el panteón de los futbolistas brasileños, fotografiado en la década de 1940 por Carlos Moskovics. Foto: Acervo Instituto Moreira Salles.
PASIÓN Y MUERTE DE UN ÍDOLO
1949 parecía ser un buen año. Atrás quedó el fracaso en Boca y un nuevo Heleno, esta vez con la camiseta de Vasco da Gama, consiguió el único campeonato nacional de su palmarés. No se entendía muy bien cómo alguien que amaba tanto a Botafogo prefirió jugar con el equipo rival; quizá lo hizo para demostrarles que estaban mejor sin él. Como sea, Heleno tuvo una actuación destacada que resultó ser insuficiente debido a las peleas con el técnico del equipo. Su fútbol era bueno, pero tampoco el de hace cinco años: el alcohol, las drogas y la noche fueron limando su personalidad de hierro. Prefirió escuchar los cantos de sirena que venían desde Colombia, un país que en ese entonces jugaba una liga por fuera de la FIFA, la Liga Pirata, el paraíso del dinero fácil.
Ni siquiera Barranquilla, una ciudad con poco más de doscientos mil habitantes, fue lo suficientemente anónima para él. A un mes de su llegada, Germán Vargas lo describió para Crónica como el hombre al que nadie había visto sonreír en Barranquilla. Anotó su primer gol el domingo 30 de abril frente al desaparecido Sporting, “con un remate de izquierda desde el centro del campo”, según cuenta García Márquez. Junior perdió 3-2. De nada sirvió su gol ni ninguno de los otros ocho que hizo: el campeón de ese año fue Deportes Caldas, el club que menos invirtió. La única victoria suya fue cobrarle a Flávio Costa su mediocridad por no citarlo al mundial de 1950. “Perdimos por la incapacidad del técnico, que armó el equipo con un puñado de flojos, incapaces de reaccionar, un montón de débiles, castrados y miedosos”, afirmó.
Heleno se fue de Barranquilla el 31 de diciembre. Le dijo a Abello que iría a Río de Janeiro de vacaciones. Una vez pisó su ciudad, no volvió jamás. Calculó mal: pensó que sería recibido como el rey que creía, pero se encontró con una afición que no lo recordaba. Acabado, sin talento y con la sífilis carcomiéndolo por dentro, Heleno jugó su último partido el 4 de noviembre de 1951 con la camiseta del America Football Club. Fue expulsado a los veinticinco minutos por agredir a sus propios compañeros.
Lo que vino después fue un progresivo descenso hacia la muerte. La sífilis derivó en locura y fue internado en un sanatorio, de donde se intentó escapar varias veces. Murió el 8 de noviembre de 1959. Los restos del príncipe maldito fueron enterrados en São João Nepomuceno, lejos de Río de Janeiro, la ciudad a la que amó con la misma intensidad con que la odió. Aunque nunca ganó un título con Botafogo, los hinchas conservan su leyenda a la altura de jugadores como Garrincha, Nilton Santos o Jairzinho. En Barranquilla, Heleno es más bien una leyenda olvidada.
Fabián Buelvas
Autor del libro de cuentos La hipótesis de la Reina Roja (2017, Collage). Ha escrito para El Malpensante, El Heraldo y Corónica. En 2017 obtuvo el Premio de Novela Distrito de Barranquilla, con Tres informes de carnaval. Es profesor de Psicología en la Universidad del Norte.