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Guillermo Henríquez, dramaturgo, historiador e investigador cultural, retratado en vida en su casa en Ciénaga. Foto: Luisa Fernanda Ramírez Juvinao.

Evocación del dramaturgo cienaguero que durante casi medio siglo se dedicó al estudio de la obra de Gabriel García Márquez.

Hasta el último momento de su vida Guillermo Henríquez Torres, el narrador, dramaturgo, historiador e investigador cultural nacido en Ciénaga (Magdalena), estuvo muy activo opinando, compartiendo, interviniendo y participando de muchos asuntos culturales que circulaban en las redes sociales, en las mismas en las que parecía sentirse cómodo discutiendo de lo divino y de lo humano y manteniendo contacto con sus amigos. Uno de ellos me confirmó que últimamente estaba buscando febrilmente sus apuntes y escritos y gestionando publicar sus trabajos pendientes. Como si tuviera prisa.

Estaba intelectualmente muy activo. Por eso su muerte nos tomó tan de sorpresa. Él fue quien me llamó para avisarme de la muerte de Ramón Illán y ese día hablamos largo de su amistad con Ramón, de su novela inédita y de la mía, entre otras cosas, y del paquete de libros que me había enviado desde Cienaguas —como a él le gustaba llamar poéticamente a su tierra—, apenas un par de días antes. Eran tres de sus libros recientemente editados y reeditados: El misterio de los Buendía (del que había hecho varias versiones), Ramona Henríquez: el amor imposible de Gabriel García Márquez y Juicio a Gabo por un piano de cola.

Obsesionado temáticamente con García Márquez y los trasfondos históricos de sus obras, con tesis que pueden sonarnos a veces delirantes, a eso se dedicó durante 40 años, desde que el estruendoso éxito de Cien años de soledad lo estremeció todo. Los tres libros, haciendo justicia a ese espíritu agudo y quisquilloso que siempre tuvo, traen sus correspondientes dedicatorias, debidamente inoculadas con su venenillo: la primera dice: “Migue: El Misterio de los Buendía figura en el fichero de bibliotecas de Occidente, pero Bogotá calla. Abrazos. Tu amigo y anfitrión, G.” Allí me recuerda que una vez que me cogió la noche en Ciénaga junto a Rafael Darío Jiménez nos brindó amablemente una habitación en su casa. Hablando de El amor imposible de García Márquez y Ramona Henríquez, dice: “Migue: se inició en Barranquilla y los testigos de este idilio histórico guardan silencio, menos (ilegible) Juana y sus ‘cuentos’”. Y la tercera dedicatoria, la del piano de cola, dice: “A Miguel Iriarte ‘Aunque usted no lo crea’ (Ripley), así fue. Abrazos, G.”

Hace muchos años, una vez que estuvo asistiendo a un evento de la Biblioteca Piloto del Caribe, antes de despedirse me llamó aparte y confidencialmente me regaló la copia de una breve nota de puño y letra de Gabo, en la que el Nobel le aclaraba algo relacionado con un malentendido que alguna vez tuvieron. Parece ser que cuando Guillermo estudiaba teatro en Barcelona realizó un estreno de uno de sus trabajos escénicos más celebrados. Tal vez el más celebrado de las dieciséis piezas que componen su obra dramatúrgica: El cuadrado de astromelias, una adaptación teatral de un viejo cuento suyo. La obra fue bien recibida por los asistentes ese día, pero García Márquez, que estaba entre el público acompañado por Mercedes, sus dos hijos y por el escritor mexicano Carlos Fuentes, le dijo de frente que esa obra no le había gustado.

Obsesionado temáticamente con García Márquez y los trasfondos históricos de sus obras, con tesis que pueden sonarnos a veces delirantes, a eso se dedicó Guillermo Henríquez durante 40 años, desde que el estruendoso éxito de Cien años de soledad lo estremeció todo.

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 “Me parece que te dejaste mamar gallo. De todos modos esta es una tarjeta de navidad para un viejo amigo, y en ningún caso una respuesta a una carta desafortunada que no recibí nunca”, fue la respuesta conciliadora de Gabriel García Márquez a Guillermo Henríquez luego del malentendido de Barcelona.

Guillermo, que solía ir cada miércoles a almorzar a casa de Gabo, unos días después de aquel estreno teatral fue recibido por el Nobel con una revista en la que había una nota que críticamente no trataba bien la obra de Henríquez (pese a que había otras que sí lo hacían) y García Márquez le aconsejó entonces que mejor se dedicara a la pintura, que era un arte que el escritor cienaguero también practicaba. Y desde ese día Guillermo no volvió más a casa de Gabo.

Y el “papelito” firmado por Gabo que ese día me entregó, y que yo debo tener en algún lado, lo que decía, palabras más palabras menos, era que se había dejado “mamar gallo”. Y le menciona también una carta que Guillermo le mandó y García Márquez, noblemente, prefiere no dar por recibida. Pero los que conocimos al personaje podemos imaginarla. Es decir, después de todo García Márquez no le había dicho la vaina en serio. Pero Guillermo estuvo toda la vida resentido.

Ahora que esto escribo acabo de darme cuenta que la nota remisoria del paquete de libros que Guillermo me mandó por correo viene escrita al respaldo doblado de una página tamaño carta con el fragmento de un diálogo teatral de dos personajes femeninos de una de sus obras; se trata de María de Jesús y Ana Dolores. No reconozco en este momento a cuál de sus obras pertenece, o si es tal vez de una pieza inédita, pero en ésta dos mujeres están en la labor de preparar la mesa para una cena que parece importante, discuten sobre el protocolo de los cubiertos y una de ellas le dice a la otra que vaya al traspatio para ver si quedan mangos para poner en un florero azul.

A propósito de su teatro, en estos días quise saber por qué razón la obra dramatúrgica de Guillermo Henríquez, tal vez la más sistemáticamente asumida en el Caribe colombiano, dieciséis piezas en las que hay un complejo universo sicológico y un mundo que es sin duda nuestro y una muy personal manera de trabajar los conflictos de sus personajes, no es conocida ni llevada a escena por nuestros hacedores de teatro en el Caribe colombiano. Pero no me fue posible obtener una respuesta satisfactoria. La indagación parece indicar que era un teatro que les parecía lejano, anacrónico, y no se dieron la oportunidad de conocerlo. Probablemente no ayudó mucho el talante personal de nuestro autor. Porque es cierto: Guillermo era un tipo jodido.

Nos queda sin duda la tarea de leer y releer y poner en circulación la obra editada e inédita de uno de nuestros pocos dramaturgos del Caribe; uno de nuestros cuentistas más particulares; uno de nuestros historiadores literarios más polémicos e incisivos. Y un novelista que todavía no conocemos. Así como una autobiografía que puede resultar una memoria llena de sorpresas. Allí quedan entonces sus obras.

Miguel Iriarte

Licenciado en Filología e Idiomas de la Universidad del Atlántico. Magister en Comunicación para el Cambio Social de la Universidad del Norte. Poeta, periodista cultural, ensayista, gestor e investigador cultural. Actualmente dirige la Biblioteca Piloto del Caribe.