Juan David Correa, ministro de Cultura y Francisco Javier Flórez, durante la posesión de este último como Director general del Archivo General de la Nación. Foto: archivo personal.
Una historia de vida detrás de grandes logros. A propósito de la reciente designación del historiador costeño en este importante cargo.
En el 2004, Francisco Javier Flórez Bolívar se tituló de historiador por la Universidad de Cartagena. Tres características lo singularizaban: excelente estudiante, introvertido y con deseos de salir adelante. Su hermano Roicer Alberto Flórez Bolívar, también historiador graduado en esa fecha, había sido su soporte durante los años de estudios llevados con muchas dificultades pero sin nunca faltar a la dignidad, la responsabilidad y la honradez. Ambos dedicaron sus tesis de pregrado al estudio del artesanado de Cartagena del siglo XIX. En estos trabajos de grado mostraron tres cualidades: un interés por lo que serían sus pasiones de investigación –la historia social, política y cultural de los sectores subalternos–, aunque manteniéndose muy lejos de los maniqueísmos de moda que llevan a muchos historiadores a creer que la historia de la gente del común es mejor y superior a las historias de las elites; una preocupación por la lectura y el dominio de la historiografía sobre los temas que les interesan; y el riguroso trabajo de archivos en búsqueda de fuentes informativas para construir sus interpretaciones de los procesos históricos que estudian.
En un programa de Historia en crecimiento que demandaba docentes, ambos hermanos, por sus excelentes condiciones como estudiantes y por su proyecto de vida, ingresaron a dar clases en condición de catedráticos. Desde un comienzo lo hicieron bien, con lujos de detalles gracias al conocimiento acumulado y a que ambos hicieron diplomados en docencia universitaria que los aprovisionaron para el desarrollo de los cursos que se les asignaron.
Los logros de los hijos, el anhelo de los padres
Lo dicho en los anteriores párrafos es una historia conocida. Pero lo que muy pocos saben es que detrás de los logros de los hermanos Flórez Bolívar estaban sus padres, en especial la figura materna, la señora Alicia, residente en Cascajal, corregimiento del municipio de Magangué. Una mujer artesana, menuda pero con una enorme capacidad de trabajo y que se había propuesto sacar adelante a sus hijos, y quien aún sigue ejerciendo su oficio con sus endurecidas manos de tanto tejer artesanías hechas con la hoja de la palma, lo que la ha llevado a acumular muchas horas sentada delante de una máquina de coser.
Para la señora Alicia y el señor Donaldo, su esposo, era un motivo de orgullo haber logrado hacer profesionales a tres de cinco hijos: dos historiadores (Universidad de Cartagena) y un licenciado en Lenguas extranjeras (Universidad del Atlántico). Roicer fue el primero en ingresar en condición de profesor de planta de medio tiempo. Francisco aspiró a una beca en la Pittburgh University, pero debía contar con un respaldo institucional que en ese entonces no recibió de las directivas de la Universidad de Cartagena.
Luego, por mediación de Lascario Jiménez Lambis, también egresado del programa de Historia, recibió el respaldo de uno de los movimientos afros y logró la Beca Fulbright para la mencionada universidad estadounidense. Ahí cursó con mucha dedicación los estudios de posgrado y se recibió de magister y PhD con la dirección en investigación de George Reis, una autoridad mundial en estudios de Historia afro.
Francisco terminó sus estudios de maestría y doctorado, pero siempre mordiendo el polvo de la nostalgia por la tierra, la música, la familia y los amigos.
El día que Francisco Javier iba a partir para la ciudad de Pittsburgh, organicé en mi casa, situada a escasas tres cuadras del aeropuerto de Cartagena, un desayuno con chicharrones, yuca, suero costeño, jugo de naranja y café tinto. El propósito era que se fuera con el último sabor en su paladar de algo típico de la gastronomía costeña. Ese día conocí en persona a la señora Alicia, una mujer con sonrisa franca y con las nobles huellas que surcan la piel de nuestras madres, esas luchadoras por la vida que saben “hacer de tripas corazón” para sacar a sus familias adelante en medio de muchas adversidades. Sus ojos tenían el brillo de la alegría de saber que su hijo menor, el “niño”, como le dicen en su casa, emprendería un largo viaje para cumplir sus sueños.
Pero el rostro de la señora Alicia ocultaba otra satisfacción: cuando años atrás decidió con su esposo que sus hijos tenían que ser profesionales, varias personas en Cascajal, que sabían de las dificultades materiales que a veces atravesaban, le dijeron que debía olvidarse de ese sueño y ponerlos trabajar. Años después ella, a brazo partido con su esposo, habían logrado sacar adelante a tres profesionales. Pocos años después supe que a la señora Alicia no le faltaban las ganas para caminar las calles del pueblo con los diplomas en mano mostrando los logros de los esfuerzos familiares.
El libro autoría de Flórez Bolívar, un recuento sobre la intelectualidad negra y mulata en Colombia entre los años 1877 y 1947, publicado por Editorial Planeta.
Era un logro producto de las estrategias diseñadas por las familias humildes, en especial por las madres, que estiran los recursos del día a día y reúnen unos pesos, alimentos y compran algunas prendas de vestir para enviarlos a sus hijos que estudian en otras ciudades. Y también era un logro resultado de los silencios que guardan los hijos responsables para no informar a sus padres cuando la situación era muy apremiante, con el fin de no aumentar las preocupaciones.
Francisco terminó sus estudios de maestría y doctorado, pero siempre mordiendo el polvo de la nostalgia por la tierra, la música, la familia y los amigos. Luego se ganó un concurso de méritos en la Universidad de Cartagena y es profesor de planta de esta institución. Su tesis doctoral, publicada el año anterior con el título de La vanguardia intelectual y política de la nación. Historia de una intelectualidad negra y mulata en Colombia, 1877-1947, es uno de los libros más interesantes en la actualidad.
La historia continúa con las mejorías materiales y en logros. En días pasados el “niño” Francisco se posesionó como Director general del Archivo General de la Nación que, valga decirlo, es uno de los mejores archivos históricos de América. Ese joven desgarbado, brillante y tímido, al que solo le reprocho ser obcecadamente amante del vallenato, es producto del esfuerzo, del sacrificio y de tener metas en la vida.
Sus amigos estamos orgullosos y su hermano, mi compadre Roicer, no puede evitar que los ojos se le humedezcan cuando piensa en el camino recorrido y en los logros alcanzados.
Y detrás de todo esto la señora Alicia y el señor Donaldo.
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Sergio Paolo Solano
Historiador. Profesor del Programa de Historia de la Universidad de Cartagena. Doctor en Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana de México.