Margarita Garcia

Foto: Florian Klauer. Unsplash

La vida no es una maratón… literatura que se cocina sin afán.

El ritmo al que vivimos hoy día nos hace suponer que todo lo que nos rodea obedece a las normas de la velocidad. La comunicación instantánea, la comida rápida, el fast fashion, las compras online con entregas en tiempos récord, las dietas que prometen resultados en pocos días, el streaming y la posibilidad de maratonear series … y podemos seguir enumerando actividades y consumos que hace unas décadas nos parecía impensable sucedieran de forma tan ágil. Sin ánimo de entrar a ponderar lo bueno y lo malo, sí es importante entender cómo esto ha afectado nuestra percepción del tiempo real (o necesario) que pueden requerir ciertas actividades o empresas de nuestra vida. No todo lo rápido es forzosamente mejor. Existen aún algunas esferas de nuestra vida o experiencias en las que la lentitud, o la ausencia de prisa, son un valor.

El buen vino sigue necesitando un tiempo de añejamiento, e incluso algunos recomiendan ser consumidos varios años después de embotellados, –una invitación al bebedor paciente. Alice Waters, –chef, activista alimentaria y voz líder del movimiento Slow Food en EEUU–, se dio cuenta de que el fenómeno de la cultura de la comida rápida, que da preferencia al bajo costo, la disponibilidad (inmediatez de todos los insumos) y la velocidad, estaba arruinando nuestra salud, alterando nuestra relación con los demás y deshumanizando la forma en que vivimos. En su libro, We are what we eat: A slow food manifesto, argumenta que al comer al estilo “slow food”, cada uno puede priorizar una forma de vivir diferente, una cultura en la que se pondera la biodiversidad, la estacionalidad, la gobernabilidad y el placer en el trabajo. Por supuesto, todo lo anterior implica un tiempo, una velocidad distinta a la que la industrialización, las cadenas y la comida rápida no pueden plegarse.

Si pensamos esto mismo desde la “producción” de libros, admitiríamos que existen tiempos distintos en los ritmos de escritura, y por tanto en el de la publicación de libros. El afán por publicar puede ir en detrimento de la calidad literaria; el exceso en la cantidad de libros publicados favorece la saturación del mercado y va en contra del posicionamiento de un libro o autor. En su libro The Art of Slow Writing, la escritora Lousie DeSalvo apoya la idea de que es necesario tomarse el tiempo para crear, para tejer las historias, para reflexionar y absorber aquellas narrativas que surgen de nosotros. Su libro es un manifiesto que aboga por para darle a la escritura de un libro el tiempo que necesita, para cultivar la paciencia y la conexión; abrazar el desafío de no saber cuánto tiempo llevará terminar un libro y sentirse cómodo al no saberlo.

Libros de cocción lenta, escritura que no “maratonea”.

En su libro ‘The Art of Slow Writing’, la escritora Lousie DeSalvo, apoya la idea de que es necesario tomarse el tiempo para crear, para tejer las historias, para reflexionar y absorber aquellas narrativas que surgen de nosotros.

Hay casos notorios de escritores “lentos”, que se toman años en producir una novela. Fran Lebowitz, escritora neoyorquina, ha dicho de sí misma, “Escribo tan lentamente que podría escribir con mi propia sangre y no lastimarme”. Sin decir que tomar eternidades sea un virtud (pues también hay numerosos casos de autores cuya velocidad de escritura asombra y no desmerece a su calidad literaria), vale la pena mencionar autores que han tardado tiempos más largos de lo que el mercado actual considera rentable para un escritor.

A J.R.R Tolkien le tomó 12 años escribir El Señor de los Anillos. A Jeffrey Eugenides le tomó 9 años publicar Middlesex, con la que ganó el premio Pulitzer en 2002. J.D. Salinger escribió El guardián en el centeno en 10 años. Min Jin Lee escribió su novela debut, Free Food for Millionaires en 11 años. Con su siguiente novela, Pachinko, se tomó 28 años para entregar el manuscrito. Durante sus años de estudiante en Yale, Lee concibió la novela. Años después de haberla escrito, la novela en proyecto dio un giro durante una estancia de cuatro años en Japón, en la que descubrió más acerca de la realidad de los japoneses coreanos retratados en su novela. En 2008 corrigió el manuscrito y finalmente en 2015 lo entregó para su publicación. Donna Tart tardó 11 años en escribir El Jilguero. Vauhini Vara se tomó 13 años para su novela debut, The Immortal King Rao. Margaret Mitchell escribió su icónica novela Lo que el viento se llevó en 11 años. A Junot Díaz le tomó también 11 años escribir La maravillosa vida breve de Oscar Wao, incluyendo un hiato en el que incluso desechó por completo la novela. Ganó el premio Pulitzer en 2008. Victor Hugo escribió Los miserables en 12 años.

Enhorabuena por esos autores que escribiendo a fuego lento nos han dejado estas obras.

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Alexandra Vives Guerra

Economista con énfasis en Economía Avanzada y Minor en Matemáticas de la Universidad de los Andes. Diplomada en Historia del Arte de la Universidad del Norte.